En los países desarrollados el juego político de la democracia liberal va evolucionando de la ideología a la gestión. La acción política se va vaciando de contenido ideológico (y por tanto, moral y de valores) y el esfuerzo de lo público se centra más en la gestión, cada vez más complicada, de un aparato estatal mastodóntico y complejísimo. Este paso de la ideología a la gestión lo analizó lúcidamente Gonzalo Fernández de la Mora en su clásico El crepúsculo de las ideologías (publicado en 1965)y también, en el mundo anglosajón, autores como Daniel Bell (El fin de las ideologías).
Pero esta “desideologización” tiene un aspecto que quiero apuntar aquí: la política se va haciendo cada vez más técnica (la tecnocracia), pero en un sentido unidireccional. Quien hace esa mutación, de la que habla González de la Mora, “de la política a la técnica”, es sobre todo la derecha. Mientras, la izquierda sigue con su incansable labor en el mundo de los valores, la cultura, la religión, la familia.
Alguna vez he escrito que, si Stalin está muerto, Gramsci sigue vivo. Como un virus mutante, que sobrevive a los sucesivos antibióticos, los valores de la izquierda sobreviven a sus fracasos y terminan imponiéndose. Para ello, cambian sus formas y ocupan nuevos ámbitos: multiculturalismo, ecologismo, feminismo, defensa de nuevos modelos de familia…
Al mismo tiempo, el llamado “centro-derecha” se vacía de contenido ideológico y se acerca a un modelo socialdemócrata que termina por ser hegemónico. Así, los partidos del centro-derecha presentan a la izquierda alternativas en el terreno económico y administrativo, pero el discurso de sus valores (morales, culturales, religiosos) es prácticamente el mismo. Partidos como Vox (y Trump en USA, Viktor Orbán en Hungría y otros, todos tan distintos, de lo que se ha llamado la Alt Right) tienen poco con ver la con la extrema derecha europea de los años 30 y no se caracterizan por la radicalidad de sus planteamientos, sino porque llevan el debate político al terreno de las ideas y valores. Oponen a la izquierda un discurso conservador alternativo no sólo en la gestión, sino en los valores. Es una derecha que vuelve a hablar de religión, patria, valores familiares, lealtad, honor. Una derecha cuyo discurso cultural (y uso esta palabra en un sentido amplio) no se confunde con el de la izquierda.
Otra vez la Kulturkamp de Bismarck, aunque en dirección contraria.