La historia del independentismo catalán tiene, en los años de democracia, un espectacular tirón que simplemente obedece a aquella máxima de ‘quien la sigue la consigue’, sobre todo si el contrario está ‘a por uvas’.
Desde la transcisión, ha habido en Catalunya una minoría separatista y una minoría más amplia nacionalista. Esta última, entendía que el ‘enemigo común’ o el ‘objetivo nacional’, era el ‘motivo’ que podría aglutinar una amplia mayoría, para hacer de un país prospero el cortijo de unos cuantos. Este paraíso debía ser el oasis catalán. Liberal en lo económico, socialdemócrata en lo social y feudal en lo organizativo. La prosperidad, por una parte, el carácter trabajador, natural del catalán, junto al ‘seny’ podrían inaugurar una dinastía de ‘calma chicha’ donde la familia Pujol era su ‘casa real’ y el entorno convergente ‘la corte’.
La corrupción, la tentación de no conformarse nunca y querer más, hizo saltar por los aires la ‘distribución razonable’ del botín y los damnificados no se conformaron. El Emperador, el Gobierno Central, al ver incontrolados con ambiciones de poder, optó por hartarse pero sin ir de cara. En vez de gestionarlo desde una perspectiva de realismo político, pasó la pelota a la justicia y echó mano de la vía de las ‘cloacas del Estado’, dando a conocer lo que hasta entonces había consentido. El reyezuelo, desenmascarado, perdió fuerza y aquellos que estaban al acecho encontraron vía libre y en esas estamos.
No entiendo nada. La ‘vía cloaca’, la vía del mal, además de maldad requiere inteligencia. ¿No hubiera sido más eficaz mantener al sátrapa obligándole a reconducir las reivindicaciones como había hecho siempre, recordándole la posibilidad de dar a conocer su turbio proceder? ¿Alguien me lo explica?