28 enero, 2020
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No hay que profundizar mucho para descubrir que lo único que mantiene más o menos compactado al entramado independentista catalán es un objetivo común del que la ciudadanía parece apreciar nada más que lo que aflora a la superficie, es decir, lograr la independencia de Cataluña para convertir la región en una república.
Lo que subyace, lo que realmente es y ha sido siempre, no es otra cosa que una continua batalla entre los diferentes partidos independentistas por conservar e incluso incrementar sus respectivas parcelas de poder, porque ese poder es el que les permite expoliar y depredar los recursos no solo de su región, también del Estado al que parasitan con absoluta desfachatez con la ayuda del actual y los anteriores gobiernos de España. Recursos de los que viven desahogadamente los líderes independentistas, sus colaboradores y compañeros de partido, sus asesores, sus enchufados en diversas asociaciones y fundaciones… etc.
Pero hay ocasiones en las que el objetivo común, tan falto de nobleza como sus protagonistas, no logra disimular la lucha por el poder entre las diferentes facciones indepes. En Cataluña, las derechas y las izquierdas nacionalistas se desprecian abiertamente desde siempre. Un desprecio disimulado de cara a la galería a base de lazos amarillos a favor de quienes todos ellos llaman “presos políticos” y que no merecen otra calificación que “delincuentes condenados”.