Ya desde sus inicios políticos, Jordi Pujol se declaró nacionalista. Cuando, a finales de los años setenta pronunció su primera conferencia en el Club Siglo XXI, después de glosar la importancia de modernizar España y, ya en el coloquio ante un público encandilado por el compromiso español del líder catalán, advirtió a los que tanto le aplaudían que el era nacionalista y que iría actuando como tal. Les avisaba, así les dijo, para que no se sorprendieran y le echaran en cara haber cambiado con el tiempo. Probablemente no le creyeron. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que los políticos de ámbito nacional, entendieron que Pujol quemaba etapas y que la primera era poner a España otra vez en primera línea de Europa, sabiendo que si España iba bien y Catalunya actuaba de máquina, siempre cabría la opción de quitar lastre y soltar a los vagones.
El aviso no era baladí y día tras día ha ido a más. Hoy, caído el mito, ya ni siquiera son solo sus herederos políticos los que conspiran sino que, por lo que estamos conociendo, son multitud las estructuras de gobierno en Catalunya las que trabajan para la secesión. Cuando no es uno, es otro, de tal manera que podemos pensar que la inmensa mayoría de organismos de la Generalitat, a pesar de no ser mayoría en la calle, no vive para otra cosa que para el mito de la independencia. Mientras, el Gobierno Central, el español, sigue tan tranquilo, sin más respuesta que alguna otra declaración y tímidos coscorrones jurídicos, como hicieron sus precursores ante la sinceridad de Pujol en el coloquio del siglo XXI.
No entiendo nada. ¿A qué espera el Estado en responder sin medias tintas? ¿Acaso lo que hace intocable a la familia Pujol, hace inmune también al independentismo? ¿Alguien me lo explica?