En este año se cumple el centenario de la publicación de una de las obras capitales de la literatura contemporánea, la novela Ulises del irlandés James Joyce. Obra que produce una ruptura con la magnífica tradición novelística del XIX y principios del XX, que hace saltar en pedazos las coordenadas espacio-temporales, el principio de verosimilitud, la coherencia de los elementos del mundo novelístico, etc.; y abre la puerta a todos los experimentos narrativos -algunos geniales, otros banales- que luego han llegado.
Además, Ulises tiene una publicación accidentada y rodeada de circunstancias especiales y anecdóticas. En esta peregrina historia juega un papel fundamental una mujer quizá no muy conocida: Sylvia Beach. ¿Quién era esta señora?
Nancy Woodbridge Beach es una norteamericana perteneciente a una familia burguesa, culta, con amplias relaciones internacionales, aunque tampoco puede decirse que fuera muy rica. Su padre es Sylvester Woodbridge, pastor episcopaliano, doctor en Teología y miembro de una distinguida familia de clérigos que se remonta a 12 generaciones. Era amigo del presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, en cuyo funeral actúo como oficiante. Teniendo Sylvia 14 años, la familia se traslada a París; le encargan a su padre la dirección de una institución llamada Students Atelier Reunions. Se organizaban allí charlas y actividades culturales para estudiantes americanos. Uno de los músicos que acude a una sesión es el español Pablo Casals.
En París Sylvia, que es una estudiosa entusiasta de la literatura francesa, en 1919 decide abrir una librería especializada en obras en inglés. Su nombre, Shakespeare and Company. En este negocio, que nunca fue demasiado rentable, gasta todos los ahorros de su madre. Poco a poco la librería se va convirtiendo en un lugar de encuentros, de lecturas y conferencias, de tertulias, un centro cultural en aquel París de entreguerras que es la capital europea de la cultura. Allí acuden Valery, Gide, Valery Larbaud, Léon Paul Fargue… ; y escritores anglosajones que viven entonces en París, Hermingway, Pound, Thortons Wilder …
La señorita Beach conoce a Joyce, al que ella consideraba el gran escritor de habla inglesa del momento, en una velada en la casa de su amigo André Spire. Joyce ha llegado a la ciudad con su familia -mujer y dos hijos- desde Trieste. Le ha animado a venirse a París su amigo Erza Pound, que lo acogía provisionalmente en su casa. Está buscando vivienda definitiva y tiene -lo que va a ser una constante en su vida- problemas económicos; vive modestamente de impartir clases particulares. Incluso le dice a Sylvia que, si conoce a alumnos que necesiten un profesor de inglés, se los envíe. Tiene otro problema en este momento, terminar el Ulises, en el que lleva tiempo trabajando y cuya elaboración le está resultando ardua. La imagen que Beach da de Joyce está muy alejada del escritor maldito, aventurero o bohemio, lo que parece cuadraría con el carácter ultramoderno y revolucionario de su obra; por el contrario, es un ejemplar más bien convencional de hombre hogareño, padre de familia y amante esposo. Su mujer, Nora, amablemente regañona, ajena totalmente al mundo literario, le cuida casi como a un niño. Decía de su marido que “no paraba de hacer garabatos”, de los cuales ella no había leído una sola línea. “Era -dice Beach- ciertamente el matrimonio más feliz de todos los escritores que he conocido”. Joyce se convierte en asiduo de Shakespeare and Company y se van a ir estrechando entre ellos lazos de amistad personal y literaria.
Por aquellos años la gran preocupación de Joyce es el destino de su Ulises; se habían publicado partes en la revista americana The Little Review, pero tuvo que enfrentarse a grandes presiones. Incluso el servicio de correos se incautó de copias y se negó a distribuirlas en tres ocasiones. Las editoras Margaret Anderson y Jane Heap fueron procesadas por difundir obscenidades. En Inglaterra la revista The egoist había publicado Retrato de un artista adolescente, con buena acogida. Este grupo tenía como gran inspirador a Ezra Pound, el incansable promotor de Joyce, y a nombres como T. S Eliot y Wyndham Lewis. The egoist en 1919 publica cinco capítulos de Ulises, pero su editora Harrier Weaver, entusiasta joyceana, tuvo que abandonar el proyecto por las quejas y presiones recibidas. No obstante, Weaver no se rinde y convierte la revista The egoist en la editorial The egoist press, con el solo objeto de publicar la obra, cosa que no pudo hacer.
Joyce, profundamente abatido, le comenta a Beach que cree que su libro no se publicará jamás. Entonces la americana tiene la idea de que su modesta librería se convierta en la empresa editora de esta obra capital. Emprende esta aventura sin experiencia y sin dinero, pero con gran entusiasmo. Acude al impresor Maurice Darantiere, al que le confiesa que no podrá pagarle hasta que le vaya llegando el dinero de las subscripciones… si llega. Se publica una nota anunciando la publicación íntegra (éste es un matiz importante) del Ulises para el otoño de 1921, con una edición de 1000 ejemplares, y se comienza con la captación de subscriptores. Para aquel arduo trabajo, le surge una ayudante que le va a ser de gran utilidad, la griega (Joyce vio en ello un buen presagio) Myrsine Moschos, asidua de su librería y que, por supuesto, va a trabajar gratis. Beach acude a sus amigos y clientes. André Gide, como gran defensor de la libertad de expresión, va ser uno de los primeros subscriptores de la obra. Ezra Pound trae a Shakespeare la subscripción firmada por W. B. Yeats. Hermingway reserva varios ejemplares. La excepción es Bernard Shaw, que a la invitación de Beach responde con una carta en la que califica la obra de su paisano como “una asquerosa muestra de un momento repugnante de nuestra civilización”.
La fecha en la que se anunció la publicación llegó y la obra no está lista. Los subscriptores se impacientan. Hay que buscar en Alemania el papel con el tono azul de la bandera de Grecia, que Joyce quiere para la portada. Además, tienen grandes dificultades para transcribir y mecanografiar algunos textos del manuscrito, debido sus endiablados “garabatos” y a que ya tiene graves problemas en la vista. Uno de los fragmentos de la obra, el episodio de Circe, pasó por 5 mecanógrafas que abandonaron el intento. Beach echa mano a sus amistades y se lo encarga a varias. El marido de su amiga Raymonde Linossier, por equivocación arroja a la chimenea el manuscrito. Tienen que recurrir al americano Quinn, que posee el manuscrito original. Éste se niega. Al final permite que se le hagan unas fotos y se las envíen. A todo esto se añade que Joyce, que tiene dificultades económicas (ha tenido que dejar sus clases para dedicarse en exclusiva al Ulises), pide continuamente anticipos a sus amiga y está tiene que recurrir en ocasiones a su familia para obtener dinero.
Beach quiere que para el 2 de febrero, cumpleaños de Joyce, esté el libro listo. Habla con el impresor Darantiere, que está en Dijon, y éste le dice que en esta fecha es prácticamente imposible. Ella le pide al menos una copia para regalársela a Joyce. Cuando ya casi no tenía esperanzas, recibe el 1 de febrero un telegrama de Darantiere: al día siguiente, en el expreso de Dijon que llega a París a las 7 de la mañana, el revisor le va a llevar 2 ejemplares. Esperando al tren, confiesa Beach “mi corazón iba como una locomotora”. El revisor le entrega el paquete a la ansiosa librera y, un rato después, ella le entregaba en su domicilio a Joyce el primer ejemplar de esta obra de tan intrincada elaboración y tan complicada publicación. Era el 2 de febrero de 1922, su 40 cumpleaños.