24 diciembre, 2018
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Permita un consejo, señor Obispo / Joan Llopis Torres
JOAN LLOPIS TORRES
Habiendo quien entiende mejor de esas dignidades: Dice el señor Obispo, cual sea pues es doctrina, que “es más grave que una mujer aborte que el hecho de que un sacerdote abuse sexualmente de un menor”. Del mismo modo -podemos entender- que existen categorías entre los pecados o vicios humanos, o, en un código legal, entre delitos y faltas. La cuestión es el porqué de esa comparación, el origen capital de esta consecuencia con la que nos alecciona, de esa distinción entre el aborto y los abusos a menores, en paralelo a la diferencia entre el pecado que es grave y es origen de otras conductas también graves, y el pecado venial que, digamos, se arregla con un poco de arrepentimiento y tres Avemarías. Ello, en el supuesto que hagamos del aborto la misma valoración que usted hace, que no hacemos.
Dice el señor Obispo de la gravedad y la culpa de esos sacerdotes, pero subyace en el motivo de esa comparación un desliz exculpatorio que no se nos escapa. Deja claro el señor Obispo –asegura- que el aborto, independientemente de la legislación vigente, es un homicidio-, y no se dice aquí que su pretensión sea decir que una vez se le pase el susto al niño, en ese tropezón, como un traspiés, miel sobre hojuelas; que siendo en su opinión el aborto un homicidio, sería por ser voluntario, un asesinato. Dejando en el segundo término de su comparación los abusos a menores para el final de inventario, pretendiendo que el asunto sea cargar contra las abortistas y no contra los sacerdotes que dan literalmente por el culo a los niños, no sea que por no hablar claro y ser medrosos, no vayamos a entendernos, pues siendo el culo necesario, su función es el cagar, no darle a usted el gusto, pues sin los de la cara se puede vivir, pero sin ese ojo mal lo veo.
Pues ya que se permite urbi et orbi aleccionar y no sólo a aquellos que lo tienen por pastor, permítasenos la inversa, con el decoro que a usted le haga falta y sea preciso a las maneras, decirle que sería de agradecer tuviera alguna comprensión para el drama y desgarro que sufren todas las mujeres que desde situaciones distintas sufren la desgracia de abortar, sea discutible, moralmente rechazable desde su pastoral punto de vista, desde la moral de sus creencias que merecen el respeto de todos, pero siguiendo en el plano de la comprensión (sigamos en el suyo), ¿acaso no le merece la mujer en abstracto y desde todo punto de vista, y todas las mujeres en concreto, desde el ejemplo de su bondad, toda nuestra benevolencia, nuestra conmiseración, siendo lo contrario inhumanidad y dureza? ¿O ha agotado el señor Obispo toda su ternura en la comprensión a esa legión de sacerdotes que, insistimos, siendo a veces, dicen, tocamientos, se dedican a dar por el culo a los niños, en otros desgarros? ¿O la inflexibilidad de la Iglesia con las mujeres tiene el origen en pecado capital que aquí de momento se ignora?
A qué viene hablar del aborto, cuando el asunto es qué ocurre con tanta violencia con menores, y una sola ya valdría, y tanta verga sin escrúpulos, tanto asco, a la que se añade ahora el señor Obispo a discernir sobre el sexo de los ángeles o cuán punible es la interrupción del embarazo y laxa la consideración a cuantos con sotana –perdónese otra vez la claridad y la insistencia, que no es la mía- se dedican a dar por el culo a los niños que lo son de esas mujeres y de todas a las que usted desprecia. Pues no habiendo sus madres abortado, los han dejado algunas al cuidado moral de su consejo, para ahora ser ellas y sus hijos violadas.
Quedándome yo en la duda, surgido el pecado capital antes ignorado, el desprecio a las mujeres, si aconsejarle, por devolverle la gracia que no la desgracia del ojo del culo, siendo nosotros los maridos y padres con ojos en la cara, sin dejar de tener ese otro sin acepciones y sinónimos también el agujero y a recaudo, que se eche usted unos rezos o para remojo, se tire al río si es su gusto, arremangada la sotana de trasero, se lleve la corriente sus discernimientos aguas abajo como después de aquel cagar el cuidado, y que Dios, siguiendo en su tesitura, nos perdone a todos.