Autor: Rafael Duyos
Rapsoda: Alajandro Ulloa
ROMANCE DE LA INFANTA ISABEL DE ESPAÑA «LA CHATA»
Romance de la Infanta Isabel
(LA CHATA EN LOS TOROS)
Rafael Duyos
«Deprisa, que no llegamos,
quiero la mantilla blanca.»
¡Qué run run por los salones
del Palacio de Quintana!
Mayo y tarde de domingo;
en el piano, una sonata.
Se le deshacen los dedos
gordezuelos a la Infanta.
«Maestro Saco del Valle,
tanto Beethoven me carga.
Os lo digo sin rodeos,
Chopín sí me llega al alma.
Mientras me visto, tocad
este nocturno. ¡Caramba!
Son las cuatro menos cuarto,
no llegamos a la plaza.»
Las damas transmiten órdenes,
«El coche a las cuatro». Pasan
las doncellas, con el traje
de su alteza lila y grana,
con encajes de Bruselas,
apretando cuello y mangas
y rematando la orilla
manola de la gran falda.
Mientras la visten, no cesa
de hablar la señora Infanta,
«Dame el abanico verde,
de Mercedes, mi cuñada,
el que ella llevó a los toros
cuando era Reina de España.
No, no quiero ese collar,
ni esos pendientes, no, nada.
Unos claveles prendidos
en el pelo, y a la plaza.
Vamos deprisa, ligeras,
que las cuadrillas no aguardan.
¡Ah! Recuerda que Romanones
viene a merendar mañana.»
«¡Armas, armas a su Alteza!»
Grita el teniente de guardia.
Flecha de seda y charol,
sale el landó de la Infanta
y a ritmo de pasodoble,
van las yeguas alazanas,
llevando a Doña Isabel
de Borbón, casi en volandas.
Princesa, Bailén, Mayor,
Alcalá «Dame el programa.
¡Ah!, hoy torea mi torero
¿Cuál es tu torero, Juana?»
«El mío es el Gallo, alteza».
«El Gallo, quien lo pensara,
torero gracioso, pero
no te arriendo la ganancia.
Yo de Vicente Pastor.
Uy qué raro, Antonio Maura.
Adiós, adiós, ¡cuánta gente!».
La Reina se queda en casa,
pretextando una jaqueca,
los toros la asustan. «Vaya,
ya estamos, ¿y mi abanico?»
Junto al coche de la Infanta,
la gente se arremolina
«Buenas tardes, muchas gracias
¿qué tal, Arbós? ¿a los toros?
No faltaré esta semana,
quiero asistir al estreno
que anuncian de ese tal Falla.
¿Qué hay, Benlliure?, Hola, Tamames,
con Dios, Duque de Veragua,
ya se, ya se que los toros
que hoy lidian son de tu casa».
Abren paso como pueden
los de la guardia montada.
Quitasoles, abanicos,
Almohadillas, naranjadas.
«¿Qué hay, empresario? ¿Contento?
Vengo yo sola, más ancha.
Si, si que me brinden toros,
no, no al contrario, me agrada.
Ya traía en previsión tres pitilleras de plata.»
La Infanta llega a su palco,
y al entrar toda la plaza
puesta en pie se arremolina
batiendo alegres las palmas,
mientras la marcha de infantes,
resuena en las altas gradas,
y el sol pone al rojo vivo,
las barreras encarnadas.
En la andanada de sol,
con popular algazara.
Los morenos se alborotan
y gritan: ¡Viva la Chata!
Y en los tendidos de sombra,
las cabezas inclinadas
se rinden por un segundo,
ante su augusta mirada.
Cuando se sienta Isabel,
resuena el clarín de plata,
y entre un clamor, las cuadrillas,
cruzan la arena dorada.
Pastor, Machaco y el Gallo,
un trío de rompe y rasga.
La Almudena, la Mezquita
y un poquito de Giralda.
La corrida se desliza
bien y mal, una de tantas.
Doña Isabel de Borbón,
tras de la regia baranda,
bulle, ríe, palmotea
y hasta jalea en voz baja,
y rompiendo el protocolo
mas de un ¡ole! se le escapa
con el acento chispero,
que suspira en su garganta,
cuando Rafael el Gallo
tras su clásica espantada,
se adorna por bulerías,
con la larga afarolada.
La Infanta luego al salir,
la tarde ya de oro y malva,
desde Alcalá por Cibeles,
remonta la Castellana,
dan una vuelta, y por Génova,
suben después hacia casa.
En Glorieta de Bilbao,
al pasar piden horchata
de un puesto en que se le antoja
beber. No pueden pagarla,
no llevan ni un perro chico,
apuros de la azafata.
La Infanta y el horchatero,
ríen de muy buena gana,
«Ya te pagaré otro día.»
«¿Pagarme? está convidada;
yo estoy ya pagao tan sólo
con verla a usted en mi casa,
y con poner un letrero:
¡Proveedor de la Infanta!»
Palmoteos, sombrerazos
el coche sigue su marcha,
«Fijaos, la Infanta Isabel,
¡Mirad, mirad si es la Chata!».
Cuando llegan a palacio,
la tarde ya declinada
un organillo en la esquina,
con ritmo alegre desgrana,
notas de «El cabo primero»,
mientras presentan sus armas
al paso de la señora,
los soldados de su guardia.
«Vamos, que hay cena en Palacio
y en el Real, la Traviata;
como siempre llegaremos
al acto segundo. ¡Ah! llama
pregúntale por teléfono,
a la empresa de la plaza,
para el domingo que viene
qué corrida nos prepara,
yo quizá no pueda ir,
con esto de ser Infanta.
Demonios del protocolo.
No me negarás, mi dama
que este Vicente Pastor,
es el que manda en España,
se entiende, después del Rey.
¿Cómo dices? Si, si claro,
la noche, es noche de alhajas.
Quiero el collar de chatones,
y ese broche de esmeraldas,
quiero epatar a esa tonta,
embajadora de Francia.»
«En fin, vamos a Palacio
¡ay! Con lo bien que se está en casa,
o como mi hermano hacía,
cenando por esas tascas
de tapadillo íay! Era un hombre
que aun siendo Rey se saltaba
las cosas a la torera.
¡Ay, madre y señora, quién
volver a nacer lograra
para ser solo mujer
en vez de nacer Infanta!…»
Unos segundos después,
con sus sobrinos estaba.
Las dos Reinas impacientes
se acercan para besarla.
Chicoleo con los nobles,
sonrisa a la diplomacia,
taconazos de saludos
golpes de las alabardas.
«Paso a su Alteza Real,
la Infanta Isabel de España!»
Fuera en la Plaza de Oriente,
las violetas pregonaban,
«el Heraldo, con la corrida
del Santo, fresquiiiiita el agua.»
Y un chavea, un raterillo
con la colilla apagada,
por la calle Arrieta arriba
diciendo: «¡He visto a la Chata!»