Hay que ver, cómo son las reuniones familiares.
Un domingo cualquiera, en un restaurante cualquiera. Toda la familia reunida. Se pueden celebrar muchas cosas, desde cumpleaños a bodas de plata. Lo que se celebre es lo de menos. Lo importante es ver a la familia unida. Aunque solo sea una vez al año.
Y ahí estás tú, formando parte de una mesa larga y llena de gente. Los abuelos, los padres, los tíos, los primos, los sobrinos, los allegados. Recordando, una y otra vez, las anécdotas de todos los años. Las mismas, nunca cambian.
Y de repente llega ese conocido de alguien de la mesa que dice alegrarse de ver una familia tan grande y unida. ¡Si tú supieras!
Está pasando.
Pero dejará de pasar.
Y es que, de repente, la familia se desmorona. Ahí está la nieta que dice que no piensa tener hijos. “¿Para qué, si puedo gastarme el sueldo que me gano trabajando de solo a sol solo en mí?”O el soltero de turno, que no quiere saber nada del amor ni mucho menos de formar una familia. Y la nieta lesbiana. Madre mía, lo que son las cosas.
Los tiempos cambian y las familias también. Las nuevas generaciones buscan otro tipo de vida. O, simplemente, no se rigen por lo que se supone que deberían regirse. Se acabó el cumplir 20 años con tres hijos a las espaldas. O cuatro, o cinco. ¡Cuantos más, mejor! Se terminó el casarse solo porque lo hacen todos.
Ya lo decían Strauss & de Howe en su libro ‘Millennials Rising: la nueva gran generación’. Los jóvenes de ahora, y los ya no tan jóvenes (oye, que cada uno se siente joven hasta cuando él mismo considere), han roto los esquemas de la Generación X. Nosotros somos la Generación Y, los millennials, la ‘generación tapón’. Somos mileuristas. O ni siquiera llegamos a serlo. Estudiamos y nos preparamos para cumplir nuestros sueños laborales. Sueños que parecen no llegar nunca. Están ahí, en la cumbre del Everest. Lejos, muy lejos. Hay que escalar mucho y los sueños se van truncando.
Entonces llegas a ese punto en el que piensas que es matemáticamente imposible comprarte una casa, un coche nuevo, casarte y tener ‘la parejita’. Estás en este mundo para vivir tu vida. Y la vida hay que disfrutarla, que nunca se sabe cuándo te alcanzará el ‘game over’.
Y es entonces cuando, dicen, nos volvemos egoístas. Nos volcamos en nosotros mismos. En vivir nuestra vida. En buscar un sueldo y un alquiler barato que nos permita salir a tomar algo con los amigos, hacer viajes y conocer mundo, comprarnos la ropa de moda o un coche de 1000€ que, con que tire, ya nos vale.
Puede que sea un pensamiento egoísta. O puede que no. Tal vez simplemente nos marquemos unas expectativas adecuadas al nivel que nos permiten tener. Mejor viajar y pagar un alquiler que tener un hijo y una hipoteca para que ‘paguen el pato’ los padres. O los abuelos. Eso quizás sea lo más egoísta.
Porque, si no puedes permitirte comprar una casa y seguir manteniendo la tradición, mejor no hacerlo. Porque, si verdaderamente tu mente y tu corazón te dicen que esa no es tu vida, mejor no hacerlo. Porque, aunque parezca que intentas hacer daño a la familia, lo que estás tratando es de vivir tu vida como el destino te pide. Porque, si estamos aquí, es para vivir. Para vivir y molestar lo menos posible a quienes ya hicieron su trabajo.
Y ahí estás tú, dentro de 20 años en una reunión familiar. Con tus primos, tus hermanos, los hijos de los pocos que han podido o querido tenerlos y los novios, novias o allegados. Y las anécdotas han cambiado. Viajes, culturas, experiencias. El coche de 1000€ ha dejado de tirar como el primer día y has ahorrado para comprarte uno nuevo.
Y de repente llega ese conocido de alguien de la mesa que dice alegrarse de ver una familia tan feliz y tan unida. ¡Si tú supieras cómo hemos cambiado!