Las personas que navegan a la deriva en esas barcas hinchables no pueden dirigir el timón, como tampoco influir en la decisión de los que, acomodados en sus butacas, se desentienden de ese infierno. Insoportable se presume la situación de miles de seres humanos que vagan por el mundo sin refugio y sin miedo. Arrojarse a bravas aguas sin saber nadar o caminar sin tregua ni descanso sin tener calzado, debe ser harto complicado. No creo que en sus cabezas tengan tiempo para pensar qué les conviene menos; pues la supervivencia le da la mano al instinto y la esperanza, de alcanzar un lugar sin cruce de balas ni miseria, les abraza. El problema es complejo y la solución no podrá ser menor, aunque la laxa actuación de las autoridades no deja sino estupefactos a miles de ciudadanos. La mirada de aquel que vive y siente la agonía, no es escuchada ni comprendida por quien tiene el poder de ayudarle.
Historias dignas del mejor best seller podrían describir su angustia: Aguantar todo tipo de inclemencias por amor, sacrificar todo cuanto tuvieron o fueron o sufrir infinidad de adversidades y pérdidas hasta llegar -no siempre- a su destino. Grandes producciones cinematográficas podrán reproducir el dolor en esas miradas perdidas, esos suspiros desalentadores o esos llantos inconsolables. Y nos resultaría difícil pensar que, son de carne y hueso, los seres que en realidad están enjaulados en territorio abiertamente hostil, sin brújula ni maletas, con la ropa hecha girones y sin familiares esperando su llegada.
El reloj no se detiene, por lo que las decisiones y el cambio han de ser inminentes. Buscar justificaciones para evadir responsabilidades es como poco ingrato e insensato. Naufragar en una marea de reuniones incongruentes para llegar al puerto que de antemano tenían planeado, poco -o más bien nada- clarifica. Podríamos hablar de tratados, de acuerdos y leyes, que por un lado se quieren acatar sin cuestionar y que por otro, quedan obsoletos cuando no les interesa. Incomprensible se concibe la facilidad para acoger la omisión de algunos derechos humanos. Cierto es que nuestro vecino convive entre dificultades, que nuestro primo no vive entre nubes de algodón, o que nosotros mismos no gozamos de lo que consideramos nos corresponde. Todo ello, sin detenernos a pensar que algunos ven su cuerpo desgarrarse con las concertinas para salir del horror. De un horror que no han elegido, sino en el que simplemente han nacido. Y no es ético condenar a quien no ha tenido derecho a juicio. Aunque sería inviable, vil y descarnado tratar de ponerse en la piel de esas personas, que no pueden hallar consuelo ni justicia ya en esta vida.