El nacionalismo vasco, en su ya centenaria historia, ha sido objeto de abundantes obras. Hay una de grata lectura y profundo conocimiento en lo personal y lo académico: el libro de Jon Juaristi El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos, (1997). De esta obra entresaco algunos episodios que muestran un aspecto de este fenómeno, que quizá ha pasado algo desapercibido: su carácter humorístico, pintoresco y algo ridículo.
Sabino Arana se reunía con la lo más granado del nacionalismo en una tertulia en una rebotica (Galdós hubiese escrito buenas páginas con esos diálogos) que pertenecía a un amigo boticario apellidado Cortina. Arana lleva a sus colegas el Reglamento del primer Batzoki. Cortina se sorprende, con el disgusto de Sabino, de la exigencia de cuatro apellidos euskerianos y la conveniencia de elegir, como esposas, a chicas con pureza racial. Por cierto, que Cortina es un apellido que suena más a maketo que a otra cosa. Arana lo justifica con un argumento peregrino: Cortina es la corrupción de Cortema, euskera puro. Problema resuelto.
Volvamos al tema de la pureza de las féminas. Esta cuestión, de alguna manera, salpicó tanto a Sabino como a su hermano Luis, al que algunos atribuyen el papel de factótum de este invento, aunque él prefirió mantenerse en un discreto segundo plano.
Sabino se enamora de una aldeana llamada Nicolasa. Su elección crea cierta inquietud en los ambientes nacionalistas por su extracción social, pero también por su pedigrí. Su nombre completo es Nicolasa Achica Allende. Su segundo apellido es sumamente sospechoso. Arana rebusca entre los archivos parroquiales y, con su habitual pertinancia, resuelve el tema de una forma curiosa, pero hábil: Achica es el nombre de un caserío en Rigoitia, nihil obstat, por tanto. Pero, ¿Allende? Arana dice que un “Achica-Allende” sirve para diferenciar a un “Achica-contiguo”. “Achica Allende” sería como “Achica de más allá”. Eso tranquiliza a Sabino (que asegura haber rastreado 126 apellidos euskéricos en su querida Nicolasa) y a sus amigos, inquietos por tan grave problema. No obstante, escribe Sabino a un amigo: “intentaré suprimir el allende”. Por si acaso.
El caso de su hermano Luis no es menos curioso. De joven cursa estudios de arquitectura en Barcelona y se enamora de la cocinera de la casa donde estaba de huésped. El nombre la de la agraciada es Josefa Egües Hernández. Se comprende que este nombre, para una nacionalista, sea como una herejía para un inquisidor medieval. ¿Qué hacer? Sencillo. La señora se llamará en adelante Josefa Eguaraz Hernandoronea. Otra vez el problema resuelto.
Sus seguidores alegan que hay que comprender a Arana en su contexto histórico, como a un hombre de su tiempo. Su corta vida transcurre en la segunda mitad del XIX (1865-1903) y es contemporáneo de otros políticos españoles de diversas tendencias, como Maura, el conde de Romanones, Dato o el general Primo de Rivera. Ninguno de ellos escribió ni dijo cosas como las referidas, ni siquiera don Miguel, tan dado a las ocurrencias curiosas. Puede decirse también, para justificarlo, que fue un integrista católico; pero en las obras de Nocedal, Vázquez Mella o Menéndez Pelayo no pueden encontrarse estas perlas de la estulticia humana.
Por su carácter pintoresco, estas majaderías, más que en la teoría política o en el debate ideológico, encajan en una película de Alfredo Landa o Paco Martínez Soria o en una novela de Vizcaíno Casas. ¡Tan españoles todos ellos!