España es un gran salón de tahúres tramposos y bien avenidos con la ayuda de la arbitrariedad judicial que se ha manifestado durante décadas, sigilosamente, siguiendo directrices partidistas lejos de la imparcialidad con cuyo espejismo han engañado a los ciudadanos los grandes intereses financieros y políticos. Siempre hubo algún as en la manga pero no suponía mayor riesgo que una estrategia de la rutina en la competencia política poco limpia que se quedaba sin punición, porque algunos jueces se encargaban de enterrar la gravedad de las corruptelas criminales que nos han acompañado hasta ahora. Al menos se disimulaba intentando ganar sucia pero inadvertidamente para no alterar en demasía la convivencia entre los españoles. Zapatero fue el oscurantista que practicó sin reservas el latrocinio institucional al descubierto, inaugurado durante el mandato felipista, despertando incluso las rencillas históricas para justificar los muchos desmanes delictivos que se diluían al toque de la justicia con toga proselitista. Él no empuñó escopetas como la que mató a Isaías Carrasco para posibilitar una segunda legislatura después de manifestar que necesitaba tensión. Tampoco puso manualmente las bombas del 11-M ni manipuló u ocultó las pruebas-¿dónde está el trágicamente famoso y reaparecido vagón del atentado de Santa Eugenia?- pero sí se benefició y mucho de las consecuencias nada casuales.
Por supuesto que el juego era indecoroso si bien las traiciones se practicaban debajo de la mesa. Los ases se multiplicaban como la ganancia, el fruto del habitual juego sucio, pero eran jugados a mano descubierta. Los jugadores respetaban reglas, al menos en apariencia, tan importante de guardar para que no se viera otro plumero más criminal y menos lúdico de la jugada política que alarmara al pueblo. Así han transcurrido cuarenta años que últimamente han quedado desprovistos de la dignidad institucional que daba pábulo de honorabilidad a no pocos próceres de la patria, más bien maleantes solapados de nuestra era constitucionalista.
Esos maleantes siempre existieron, pero ahora vivimos tiempos distintos. Porque cuestión más gravosa, más allá del juego poco limpio, es que ese as en la manga conlleve un arma en la otra, de modo que una partida democrática pueda desembocar en una amenaza que dé paso a la anulación tanto de los contendientes como de las supuestas reglas de juego por las que se deben regir todos. En Venezuela ha sucedido así, legalizando una Constituyente votada por el pueblo ignorante que lo ha llevado al desastre más inimaginable para lo que fue antes una próspera nación moderna con recursos. Podemos nace a imagen y semejanza del chavista engaño perpetrado por una revolución bolivariana, pretextada en comicios que dieron la victoria a criminales vinculados al narcotráfico y al caudillaje genocida.
Él no es distinto. Pablo Iglesias se apresuró tras las elecciones municipales y autonómicas a romper la baraja y mandar al cementerio al Partido Popular. Todo un héroe del revanchismo que se saca la máscara de moderación, marca blanca, tras la que se escondió en Madrid y Barcelona para continuar su extemporánea revolución a costa de la aniquilación del adversario político, con un discurso incendiario exento de intención metafórica.
El único objetivo de algunos asaltantes de la paz social es romper la alternancia política, desintegrar el relevo ideológico que compensa los vaivenes de gobiernos antagonistas, la vital razón de ser de las libertades que elegimos. Ada Colau y sus declaraciones sobre desobedecer las leyes que crea injustas advierten sobre la posibilidad de una futurible gestión delictiva como alcaldesa de Barcelona, por ende punible penalmente. Además debería urgir a una modificación, con carácter perentorio, de la Ley electoral para evitar que minorías execrables puedan acabar con el orden y la paz constituidos durante cuatro décadas. La honrada gente de derechas o de izquierdas que batalla a diario por subsistir en un país hostil a sus esperanzas no merece esta incertidumbre del panorama político actual. El Partido Popular ha demostrado no saber ganarse la confianza del electorado, pero ello no debe implicar la excusa de acabar con el potencial representante político de media España.
A Pablo Iglesias le hubiese dado igual llevar a cabo su codiciosa revolución en Venezuela de haber sido él Chávez, que financiar la revolución en España de haber sido Chávez el hijo de los padres de Iglesias. Existe la malformación del alma y predestinada. La esencia pancista que pretende romper el orden establecido en países democráticos, sin expresos condicionantes espacio temporales, es la razón de ser del radicalismo con grandes dosis de caradura. Al estilo aniquilador leninista donde toda moral es proscrita y solo importa catalizar un poder con el engreído espíritu del totalitarismo. El que Stalin impulsó con la misma complacencia egotista con la que un inútil como Maduro arruina a los venezolanos. Todos esos son iguales desde que nacen. El destino los dirige a causar daño al prójimo, presos de una codicia enfermiza que arrastra a las masas complacientes y aborregadas.
http://www.elimparcial.es/noticia/140211/opinion/
Un aspirante a dictador necesita sus cómplices, a veces tontos útiles en tanto convengan. Pedro Sánchez no nos engañaba a algunos cuando se convirtió en secretario general del partido que en siete años arruinó el país. Sus orejas lobunas se perfilaban en el horizonte político ávido del poder que Zapatero dilapidó destrozando España. No ha hecho ascos a la llamada de la bestia pues Podemos es un programa de la desintegración española fraguado en un laboratorio político, generado en la universidad pública, y auspiciado por la dictadura del narcotráfico que es Venezuela. No importa que se comprometiera a no pactar con el extremismo, pero sí alcanzar el poder pretendiendo aquel deleznable cordón sanitario, condenando al partido Popular con la justificación de la honradez socialista y demás memeces para ignorantes e iletrados que desconocen la Historia de España y dejan que cínicos y sectarios la reescriban glorificando asesinos y loando forajidos. ¿Qué esperar de esos cuyos antecedentes son los rastros de miseria que dejaron los pasos del gobierno de Zapatero?
Estaba cantado que Pedro Sánchez tienda al extremismo y la demagogia desintegradora, obstaculizando la formación de gobierno para salvar su mediocre trascendencia política.
Ciertamente que el catecismo de los oportunistas es muy singular y de extraña moral, pero este que están redactando ávidos de poder los socialistas de Sánchez y los podemitas de Iglesias es endiablado. Porque del mal hablamos. Ese mal en ciernes que definitivamente nos impida levantar cabeza a los ciudadanos, sea cual sea la ideología, a no ser que la preservemos en las posibles terceras Generales de la guillotina populista. En Venezuela los primeros en lamentar el destrozo chavista son los que lo eligieron, pero terminaron ajusticiando a todos. No pase lo mismo en España. Por lo visto no nos damos por aludidos y el riesgo se acrecienta con el PSOE tentado de seguir el instinto natural de lo antidemocrático por el que se dejan arrastrar algunas ambiciones sin escrúpulos. No es de extrañar observando los antecedentes de esos cien años, dejemos la honradez aparte, verídicos y constatados.
Existe otro socialismo más sensato e integrador pero no lo profesa el que aspira a la Moncloa con visos de ser tan oportunista como fullero tal cual lo es-y nunca dejó de serlo, ahora codeándose con el tirano Maduro-Zapatero. Por cierto que otra razón para desconfiar es la movilización artístico-cultural, ya, del clan de la zeja; los mismos que aconsejaron a los españoles para llevarnos al disparadero de casi 700 puntos de prima de riesgo. Claro que esos con lo trincado ni se enteraron y vuelven a las andadas. Así el dedito les taponara un bajo cerebelo.