Es evidente que la incontinencia verbal ha sido causa de múltiples fracasos. Sin llegar a los silencios exagerados de Rajoy, la prudencia hace que midamos nuestras palabras. Somos, como reza el dicho, dueños de nuestros silencios y es evidente que algunos deberían controlar su afición a ser procaces.
La teórica obligación de hablar continuamente ha hundido multitud de currículos brillantes. Por la boca muere el pez y ridiculiza a los deslenguados bocazas.
Lo de los líderes venezolanos ya es paradigmático. Chaves, en su momento, y Maduro, ahora, no paran de hablar y la verdad que, para lo que dicen, más les valdría estar callados. Cuando te ríen las gracias tienes un problema si no eres gracioso. Alardear de hundir un país, es esperpéntico. Alardear de gobernar gracias al miedo, es macabro. Alardear de sembrar hambre y miseria, es casi sádico.
Las relaciones de España con los países hispanohablantes deben, siempre que sea posible, estar por encima de los vaivenes políticos, de la singularidad de los mandatarios e incluso de las torpezas de sus dirigentes.
Además de la diplomacia, deben existir lazos sociales que aguanten carros y carretas perdurando en el tiempo. Pero, para ello, es básico un mínimo nivel de sentido común en los mandamases que haga que, cuando no tengan nada bueno que aportar, simplemente se callen.
No entiendo nada. Castro, mucho más inteligente que sus copias, a pesar de hablar mucho, sabía contener su desmesura. ¿Qué le pasa a Maduro que, al igual que Chávez, necesita oír de alguien con autoridad el ‘por qué no te callas’? ¿Alguien me lo explica?