Tras la conformación en 1977 de las Cortes constituyentes por iniciativa y consulta de/a los partidos políticos, quedan sujetas a sus propuestas y acciones, a veces inclinadas a una política de Estado, como los Pactos de la Moncloa, cuando entienden que aquel está por encima de razones partidistas, y tras aprobar la Constitución del 1978, su Título VIII hará amplia referencia al Modelo Territorial Autonómico, la idea regional de política descentralizada.
Al objeto de esta reflexión, clasificaremos la acción política en tres planos: Partido, Regional y Estado, que desde la ortodoxia deberían ser compatibles pero la praxis real de la política comporta dificultades, y por ello la adecuación, prioritaria y/o compatible, diferencia a un buen político, vocacional y estadista, de otro mediocre, arribista y especulador.
Exigir el equilibrio -Partido/Región/Estado- no siempre es fácil y, en su caso, el que mejor represente los intereses nacionales, lo que no significa la renuncia sistemática a ideologías, programas y modelos de sociedad Partidistas, al sentir Autonómico Regional, o a la concepción de un Estado soberano único y constitucional.
La Política de Partido, diferencia a los mismos en una democracia parlamentaria, no siendo deseable su atomización ni siquiera en democracias consolidadas y además, con la perspectiva de estos casi 40 años, los partidos nacionalistas de ámbito autonómico no debían formar parte del Congreso de los Diputados, limitándose a sus Parlamentos Regionales y/o al Senado de la nación si se transforma en Cámara de Representación Territorial, pues en ningún parlamento de nuestro entorno tienen representación los citados nacionalistas, por muy regionalista o federal que sea el Estado, cuestiones urgentes que exigen reformas inmediatas.
La misión legítima de un partido político es ganar elecciones para poder desarrollar sus ideas, programas y modelos, siendo claramente partidistas las etapas electorales: para constituir o una vez constituidas las instituciones en función de los resultados, el partidismo deberá conjugarse con el pluripartidismo, el diálogo, la seriedad y la negociación, tendente siempre al interés general y prioritario en los niveles local, regional y nacional.
Ningún partido político omitirá sus ideas, pero tampoco impondrá su ley, y a veces su «capricho», con claro deterioro de unas instituciones, y no sólo políticas, que está obligado a preservar y potenciar, utilizando los mecanismos de diálogo y moderación ya aludidos.
La Política Regional, recogida en el Título VIII de la Constitución del 78 y desarrollada en sus Estatutos de Autonomía, siempre como partes indivisibles del Estado unitario, que junto con el de la vida Municipal y corporativa han sido uno de los mayores retos para la política española.
Pasar de un Estado muy centralizado a otro descentralizado exige tiempo, imaginación, esfuerzo, realismo y responsabilidad pero, sobre todo, sacrificio, solidaridad, renuncia, generosidad y…lealtad.
En los últimos años se producen inquietantes puntos de inflexión negativos, contrarios a las exigencias apuntadas, insolidaridades crecientes y retos independentistas ilegales e inadmisibles que pueden producir la «quiebra» y agotamiento del Modelo por falta de credibilidad, cuyo límite es hoy Cataluña
La idea regional, en sus justos términos, debía primar a veces sobre la partidista sin menoscabo de la solidaridad entre las regiones, pero inferior a la idea estatal: el gran problema son los «personalismos» con las connotaciones antes citadas, por lo que el modelo necesita una muy urgente reconducción a la legalidad y espíritu constitucional.
Sobre la Política de Estado, como superadora de partidismos y regionalismos, dice el art. 2: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».
La política de Estado pasa por dos coordenadas: una continua o de la actividad cotidiana, y otra para momentos puntuales o decisivos, mediante el acuerdo de las fuerzas políticas como, por ejemplo, la elaboración de la Constitución, los Pactos de la Moncloa, los acuerdos contra el Terrorismo,..
En ambos casos están presentes el partidismo y el regionalismo, aunque con escalas diferentes pero, en el fondo, siempre debe latir y prevalecer la idea de Estado, la de su construcción y fortalecimiento con instituciones democráticas, firmes y garantistas, que comprenda y aglutine a todos los ciudadanos sin distinciones ni exclusiones, sin olvidar las superestructuras o «macro-estados» como la Unión Europea, y la creciente globalización.
En España, el acuerdo Político-Social es la mejor, y quizás la única, manera de garantizar el Estado del Bienestar durante las crisis, sin perjudicar los procesos de acumulación.
Como Conclusiones, las políticas de Partido, Regional o de Estado no deben “diluirse”, pues el pluripartidismo (moderado) y el regionalismo (fiel) enriquece las diferentes actuaciones que pueden superponerse e inciden recíprocamente unas sobre otras, hasta conseguir el deseado equilibrio: la política ha de hacerse desde un presupuesto ideológico, pero siempre siendo factores clave el bien común, la solidaridad y la lealtad, entre otros.
Debemos pues construir un Estado Nacional y Autonómico donde prevalezcan las ideas de libertad y justicia, y donde se eviten los desequilibrios intra o inter regionales originados por razones de grupo, clase, RH, sector, cupo o partido.
En estas ideas están implícitamente aludidos los dispersos Resultados del 20D15 y los previstos del próximo 26Jn16, en cuanto a prioridades de pactos, acuerdos, personalismos,…en aras siempre a una Política de Estado, que evite la previsible inestabilidad política, económica y social.