14 diciembre, 2019
1852 Lecturas
Uno de los personajes que más impacto positivo han dejado en la historia reciente de nuestra civilización escribió en una ocasión:
“Nearly all men can stand adversity, but if you want to test a man’s character, give him power.”
“Prácticamente todos los hombres pueden permanecer ante la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”
Yo puedo dar fe de la veracidad de esta declaración. Durante los 6 años que viví muy próximo al mundo político tuve la oportunidad de conocer a políticos profesionales; los que viven de su cargo político en su partido, en administraciones públicas, o en alguna empresa privada de las que “acoge” a alguno de ellos en pago a favores anteriormente concedidos. Ninguno de ellos me pareció una persona precisamente honorable, partiendo de la premisa de que ocupaban esos cargos no por méritos, sino por su capacidad de ser “políticos”, con todo lo peyorativo que ustedes quieran añadir al concepto.
Pero si una de esas personas -uno de esos casos de políticos profesionales- me pareció especialmente detestable, fue el de una mujer que, a cambio de representar a su partido como concejal en un pequeño municipio en el extrarradio de Zaragoza capital, disfrutaba de un contrato en la Diputación Provincial de Zaragoza como ADL, Agente de Desarrollo Local. El ADL era un cargo público ideado por los políticos para enchufar a algunos de sus amiguetes en la Diputación, con un sueldo próximo a los 1.200 €. Oficialmente, lo que un ADL debía hacer era atender a los pueblos de la demarcación asignada, visitando periódicamente sus ayuntamientos y escuchando las propuestas de sus alcaldes y concejales para transmitirlas a su partido y elaborar planes para mejorar, en lo posible, tales municipios.