PADRES O MAESTROS PARA SIEMPRE
Por Pedro Taracena Gil
Heráclito afirmaba que todo cambia y nada permanece. Fue él quien dijo “nadie se baña dos veces en el mismo río”, explicando no sólo que el agua del río fluye, sino que las personas también se modifican de un momento a otro.
Es frecuente escuchar a un niño que enfadado con su padre le exclama: ¡Ya no soy tu amigo!
Y el padre le responda: ¡Mientras siga siendo tu padre…!
Esto me dio pie para reflexionar sobre una realidad indiscutible. Padre se es para siempre, lo de amigo quizás sea un concepto semántico sobre todo convencional y temporal. Es un plus en la relación paternofilial. Pero al margen de estas consideraciones un tanto anecdóticas y muy puntuales, otra función de los padres es el de ser maestros de nuestros hijos. No en el sentido académico de la palabra, pero sí en la pedagogía y en la didáctica empleadas para que nuestros hijos se adapten a vivir en sociedad. Una sociedad libre, democrática y respetando y reconocido la igualdad de todos los seres humanos.
Esta aparente obviedad, tiene su caducidad en el proceso evocativo de las hijas e hijos en la familia, en la escuela y en la sociedad. Esta evolución trae consigo que los padres en general no sean conscientes y no asuman que están inmersos en este cambio. Las hijas van abandonando la identificación con sus madres y asumen un rol diferente, pero en conexión con los signos de los tiempos. Y los hijos les sucede igual con los roles de los padres. Y ambos chicas y chicos siguen reconociendo y amando más a sus progenitores, pero la distancia ya es una distancia de adultos cada vez con menos dependencia nutricia y más emocional y sentimental. Sin dejar de reconocer la autoridad de sus padres ya no son tan dóciles a su magisterio. En resumen y en general, aprenden más de la sociedad que de la familia. No obstante, hay padres que aún creen que deben de seguir enseñando a sus hijos, aunque sus hijos hayan abandonado la niñez, la pubertad, la adolescencia y hasta una juventud ya madura. La realidad tangible es otra. Si los padres no aceptamos que la interpretación de los signos de los tiempos, que a nuestros hijos les ha tocado vivir, no obtiene su propia respuesta, y esperamos y deseamos que nuestras pautas venidas de un tiempo ya caducado, les marquen el nuevo camino, estamos muy equivocados.
Mi experiencia personal me ha demostrado que he sido consciente del momento en que yo ya no ensañaba nada o casi nada a mis hijos, incluyendo hija y su cónyuge, e hijo y su hipotético cónyuge. Más aún, ellos sí me enseñan y actualizan mi posición en el mundo actual. El resultado de nuestra experiencia pasada por el crisol del tiempo, y sobre todo agitada por el cedazo de la generación de nuestros hijos y nietos, obtenemos como resultante una convivencia mucho más rica y amorosa. El cordón umbilical se corta al nacer, pero la dependencia como infantes se proyecta a veces demasiado…
Esta breve reflexión me hace llegar a dos conclusiones que resumen esta realidad:
- Escuchando a la juventud me hace más joven y más maduro a la vez.
- Y mis hijos jamás estorban en la que es su casa, y si se van es ley de vida.
Recuerdo con mucho cariño las vivencias de mis abuelos y padres. Y lo que de ellos aprendieron mis hijos. La llama olímpica sale de los cuatro puntos cardinales del mundo y llega a la ciudad de Olimpia. Allí la llama que irradia no es la misma. Igual que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, que dijera Heráclito. El debate queda abierto…