A estas alturas de la película, sigo sin comprender cómo todavía queda alguien en el Partido Popular que aún piensa que la regeneración liberal es posible dentro de la formación.
De acuerdo. Convengo con los puristas liberales que el PP nunca fue un partido verdaderamente liberal, aunque en algunas épocas llegó a parecerse tanto al liberal-conservadurismo que, cuando gobernó entre 1996 y 2004, los frutos de su gestión económica bien pronto se hicieron notar hasta el punto de que, como si de una catapulta se tratase, España pasó de un estado económico y social de desesperanza y catalepsia a constituirse en uno de esos despegues económicos que no pocos catedráticos de economía en Estados Unidos y Canadá estimaron conveniente mostrar a sus alumnos como ejemplo de lo que supuso entonces, y supondría hoy si existiese voluntad de hacerlo, el poner en marcha una economía oxidada y anquilosada y lanzarla a una velocidad de crucero que alzó a España al grupo de economías más pujantes del mundo.
Convengo también con los puristas liberales que aquello tuvo mucho de acierto y no poco de espejismo. Hasta lo que se hizo bien, se podría haber hecho mucho mejor. Se perdió la oportunidad de romper con ciertas servidumbres económicas y sociales que han mantenido a España hipotecada a favor de unos pocos durante demasiado tiempo. Una ruptura que habría sido más sencilla cuando la gente tenía los bolsillos más llenos y podía presenciar en primera fila una realidad que tantos y tantos se niegan a ver: la realidad que nos muestra, una y otra vez, que es la iniciativa privada la que crea riqueza desde el mismo momento en el que se la libera del yugo del estado.