Habitualmente, cuando en Secot me encuentro con jóvenes emprendedores que recurren a nosotros, en búsqueda de asesoramiento para iniciar un proyecto empresarial, les informo sobre la necesidad de redactar de modo claro, los avisos legales que están obligados a introducir en las páginas web que están elaborando para la puesta en marcha de su negocio. La respuesta siempre suele ser la misma: “y eso que más da si nadie los lee”.
Al principio te quedas sorprendido por esas afirmaciones, pero después reflexionas y te das cuenta de que ciertamente tienen razón. Yo mismo reconozco que, aun cuando tengo formación jurídica y conozco las consecuencias legales que implica ese precipitado click que hago para aceptar algo, en muchas ocasiones, por prisa o por ese qué más da, he aceptado unos términos y condiciones que no he leído previamente.
Cualquier usuario que se mueva por la red, cualquier persona que esté utilizando las redes sociales como Facebook, Twiter o Google, cualquier usuario que utilice la banca electrónica, reserve hoteles, compre billetes de avión, cualquier usuario que haga compras por internet, o en definitiva, cualquier usuario que utilice la infinidad de servicios que se ofrecen en la red, indubitadamente se va a encontrar con una casilla en la que tiene que hacer click y con ello aceptar los términos y condiciones que se le imponen si quiere hacer uso de esos servicios. Instalamos aplicaciones en nuestros teléfonos móviles y en nuestros ordenadores, nos registramos en redes sociales, nos damos de alta en todo tipo de servicios y firmamos una y otra vez de modo indubitado, sabiendo que esas empresas y proveedores, lo que hacen es redactar avisos legales sin arriesgarse a dejar ningún resquicio legal y sobre todo cuidándose sus espaldas.
Probablemente, aceptamos de modo mecánico estas condiciones, por pereza, por falta de tiempo, por buena fe, por comodidad o incluso porque alguna vez intentamos leer un largo y farragoso texto, lleno de formulismos legales que, al no tener conocimientos jurídicos, en vez de resultar clarificador, te dejan aún más confundido. En esta situación tan confusa, como lo que nos interesa es utilizar el servicio que nos ofrecen, dejamos a un lado la lectura del texto y nos limitamos a aceptar de modo mecánico. Es decir, hemos dado un consentimiento “desinformado”.
Y ¿qué es lo que hemos aceptado? Aunque no hayamos leído nada, lisa y llanamente hemos aceptado un contrato, con la misma validez legal y con los mismos efectos jurídicos que si lo hubiéremos firmado en un documento escrito en presencia de las partes. Así que, a partir de ahí, poco podremos hacer si alguno de esos servicios abusa de nosotros, por ejemplo, cediendo o vendiendo nuestros datos personales a otras empresas. Y podremos hacer poco o nada, sencillamente porque de modo expreso hemos aceptado esas condiciones.
Antes de escribir este artículo, me he tomado tiempo para leer a fondo las condiciones de Facebook, Google, Twitter y WhatsApp. Estuve toda una tarde leyendo e interpretando términos y condiciones y la conclusión que he extraído es muy clara. He regalado todos mis datos personales y de mis amigos, he regalado mis derechos de propiedad intelectual sobre lo que escribo o sobre las fotos que publico, he consentido que me rastreen esté donde esté y que con técnicas de bigdata sepan todo lo que hago, donde estoy, con quien estoy, que gustos o aficiones tengo, cual es mi ideología, cual es mi tendencia sexual, e incluso pienso que también llegan a saber si tengo una aventura o una relación extramatrimonial.
He aceptado también que cuando les venga en gana, a su criterio y sin mi consentimiento, puedan cambiar estas condiciones de uso. Y si todo esto no me gusta y deseo presentar contra ellos una demanda judicial, he aceptado expresamente que me someto a los Tribunales americanos donde están ubicados estos gigantes tecnológicos. Incluso, en algún caso he aceptado que expresamente renuncio a llevar a los tribunales al prestador de esos servicios.
Es cierto que en España, legalmente, las empresas que operan en nuestro país tienen la obligación de informar a sus usuarios mediante avisos legales, sobre sus políticas de privacidad, usos de cookies, o condiciones generales de contratación. Pero ¡qué más da que tengan esta obligación legal!. Estas operadoras cumplen con la ley, pero el problema es que hacen un minucioso redactado con un solo objetivo: No asumir ninguna responsabilidad y de paso limitar o reducir las garantías de los usuarios. Como saben que el usuario quiere utilizar sus servicios, lo hacen prisionero provocando que hagan ese click de aceptación, cuando en realidad saben que ese usuario está prestando un consentimiento desinformado, por muy exhaustivo que sea ese aviso legal. En resumen, ese famoso “he leído y acepto los términos y condiciones” es esa gran trampa en la que nos meten los diferentes operadores, ya que aceptamos pero desconociendo todos los detalles.
Como muestra de esa aceptación mediante un precipitado click de algo que no he leído, en Londres, una empresa de seguridad, con la colaboración de la Europol, hizo un experimento para poder probar que los ciudadanos no saben lo que aceptan. El resultado del experimento fue que muchas personas aceptaron entregar a sus hijos para toda la vida, al aceptar los términos de la conexión a una red wifi pública. Probablemente esto ocurre porque tenemos prisa, porque no queremos perder el tiempo. Además, realmente, leer todos los términos y condiciones de todo lo que usamos, implicaría muchas horas e incluso muchos días para leer todo. Y si a eso añadimos los lenguajes con cierta complejidad jurídica que no está al alcance de las personas que no hayan estudiado derecho, mal vamos.
El gran problema es que los operadores de estos servicios, nos ponen ante el dilema de “o lo tomas o lo dejas” y si quieres usar sus servicios, indubitadamente no tienes más remedio que aceptar. Y al aceptar esos servicios que teóricamente son gratis, en realidad lo que estás haciendo es pagarlos y el alto precio es la cesión de todos tus datos personales, de tu ubicación de tus gustos, en definitiva de toda tu vida. En conclusión, en internet nada es gratis.