Si la experiencia de la campaña anterior sirviera para algo y los partidos decidieran aparcar el estéril recurso del ‘pues anda que tú’; es decir, si viviéramos en otro país, igual quienes optan a gobernar nuestros destinos nos dirían de verdad lo que nos interesa. Superado el ‘bla, bla, bla’, el retorno a las promesas inconsistentes cuando no imposibles de cumplir o los adjetivos de alto voltaje de un candidato a otro deberían sacar la pizarra y explicar de dónde van a recortar y cuánto va a ser. Un debate por TV sería una buena ocasión para ello. Las limitaciones a la soberanía nacional son tantas que la pretensión de vender propuestas para regalar los oídos del potencial votante sin atender al corsé impuesto por la UE más que utopía es engaño. Por tanto, si los deberes están cuantificados y a breve plazo, para evitar una multazo que, oh casualidad, se pagaría a costa del riñón de los de siempre, hay que ajustar sería imprescindible saber de cada uno cómo lo hará. Si es a través de contener el gasto que se detalle la merma de las partidas y si es a costa de aumentar los ingresos más de lo mismo. Quienes han ido bajando el tono de sus demandas a la par que entraban en las instituciones han de saber, y seguramente lo saben por doctos, que la transparencia no es sólo colgar nóminas en una página web. Si no pagar la deuda, como se aireaba en aquellos inicios para atrapar papeletas de ciudadanos/as indignados por muchas y sólidas razones, fue un brindis al sol porque se sabía imposible, sería el momento de sacar el pincel y olvidar la brocha. Decir que no se va a recortar en servicios esenciales porque se va a compensar con el aumento del control del fraude fiscal es tan solo un desiderátum que pocos no suscribirían. Sin embargo, depositar en alguien una responsabilidad tan alta exigiría que además del ruido que ya conocemos se nos definieran las nueces que, al fin y al cabo, vienen a ser lo sustancial. Y eso debería valer para todos.
23 mayo, 2016
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