¿Qué es la elegancia? Dicen algunos que la naturalidad, pero eso no está tan claro, porque la elegancia es siempre formal y no es posible sin cierta distancia y compostura. El secreto, el núcleo duro e íntimo de la poesía de María Victoria Atencia (Málaga, 1931), es saber acercarse al temblor humano, donde están los temas eternos de la lírica -amor, muerte, tiempo, soledad- y, a la vez, hacerlo con elegancia, con distancia, con cierto formalismo que encauza este temblor y lo salva del patetismo, del puro gesto dramático. El “dolorido sentir” garcilasiano queda así bien asumido en un forma bien cincelada, en perfectos y fluidos endecasílabos o alejandrinos. La palabra fluye en el tiempo con intensidad lírica, pero sin descomponer la forma. Este pausado fluir del río del sentimiento recuerda a Garcilaso (sobre todo el de la Égloga I) o al autor de la Epístola moral. Tiene, en todo caso, esta obra una raíz más renacentista que barroca, más clásica que romántica. Poesía sin estridencias, sin cortes radicales ni contrastes bruscos; sin matices agrios o dulzones; tampoco insípida, “deshumanizada”, porque está empapada de lo humano, explorando sus dolorosos límites. Hay que mantener la compostura de la íntima elegancia, de la serena contención. Hay que hacerlo, como dice el último verso de su poema Naufragio,
por no alarmar innecesariamente.