Manuel de Falla y el drama de España

Es difícil encontrar una figura más representativa de lo que se ha llamado la “Edad de Plata de la Cultura Española” que Manuel de Falla. Resume una serie de...

Es difícil encontrar una figura más representativa de lo que se ha llamado la “Edad de Plata de la Cultura Española” que Manuel de Falla. Resume una serie de características que hacen de él un arquetipo de ese brillante, desde el punto de vista cultural, y dramático, desde el punto de vista histórico, momento.

Su obra está abierta a las corrientes y valores más modernos de su tiempo. Tiene trato y colaboración con  Dukas, Debussy, Ravel, Sergei Diaghilev (ballet ruso), Stravinski. Desde que, en 1907, llega a París, centro internacional de las vanguardias artísticas en esos momentos,  y le muestra a Dukas su Vida breve, éste le va a presentar  a las grandes figuras de la época.

Por otro lado, esto es compatible con su enraizamiento en el mundo de lo popular y lo folclórico (depurando esta palabra de sus connotaciones negativas). Unos elementos populares que el asimila no como “pastiches” (lo que hoy llamaríamos “cortar y pegar”), sino como material elaborado a partir de los elementos de referencia. En esto Falla sigue una corriente propia de la cultura española de los años 20 y 30. Con matices, cosas parecidas podríamos decir de Picasso (que colaboró en algunas obras suyas), de Lorca, del rapsoda González Marín.

Este espíritu modernista es compatible en don Manuel con una profunda y exquisita espiritualidad cristiana. Todos los que lo conocieron atestiguan la bondad y dulzura de su carácter, y la humildad y  pureza de su vida, que fue prácticamente la de un monje. Su mismo aspecto ascético y sobrio lo aleja del modelo mundano, y a veces bohemio, del artista moderno. En 1932 rechaza un homenaje que le quieren tributar en Sevilla pues, “si Dios era ultrajado, no iba él a ser honrado”.  Se comunicó epistolarmente con Jacques Maritain, uno de los intelectuales católicos más importantes de la época.

Un par de anécdotas ilustran el talante de este hombre. Cuando presenta su Retablo de Maese Pedro en Venecia, el año 1932, coincide en el mismo programa con la Santa María Egipciaca de Respighi. Al bueno de don Manuel le molesta mucho que su obra vaya en el mismo cartel con una pieza que puede considerarse atrevida e inmoral. El poema Oda a Santísimo Sacramento del altar de Lorca (como se sabe, entrañable amigo) le ofende por considerarlo irreverente a tan sagrado tema.

Falla es amigo de buena parte de la intelectualidad republicana, entre los que se encuentran algunos miembros de la Generación del 27. También del político Fernando de los Ríos, al que trató mucho en Granada. Intelectuales del mundo tradicional, como su paisano Pemán, están en su círculo de relaciones.  Colabora con la revista Cruz y Raya de José Bergamín, que es una de las publicaciones más importantes del bando republicano, aunque en 1935 se separa de este proyecto por no estar de acuerdo en la línea seguida.

Su condición de cristiano, por otro lado, lo sitúa frente al agresivo anticlericalismo que va a mostrar la República desde el primer momento. El ataque a lugares sagrados, a partir de mayo de 1931, lo sume en una profunda tristeza que agrava su delicado equilibrio emocional.

En 1932, escribe a  su amigo Fernando de los Ríos, ilustre político del nuevo régimen: “¡Qué pena de España, y cómo entre los unos y los otros la siguen destruyendo!”

Cuando comienza la guerra, la ejecución de conocidos suyos le resulta dramática. Acude al Gobierno Civil de Granada y se entera de la muerte de su querido amigo García Lorca. Eso termina por derrumbarlo. Escribe a Pemán (18 de septiembre de 1936), “obedeciendo a un fuerte impulso de conciencia”. Como es frecuente, hace referencia a su  delicada salud: “Esa enfermedad me fue causada por la impresión tremenda que sufrí ante los satánicos desmanes perpetrados en Granada, y sobre todo en nuestro Cádiz, después de las últimas elecciones” [se refiere a las discutidas elecciones de febrero y marzo de 1936 que llevaron al poder al Frente Popular]. Pero también le llegan golpes desde el otro lado: “Ahora nuevas amarguras perturban mi espíritu, quiero referirme a la aplicación frecuente de la pena capital…” Falla apela a la conciencia religiosa del escritor: “todos sabemos de sus altas convicciones religiosas y la nobleza de su corazón”. Y le pide que “usted, con todo su prestigio, pueda influir eficazmente para que se limiten los hechos en cuestión (…) y me parece inútil asegurar a usted que mis palabras no tienen otro alcance que la simple expresión de un vivo anhelo cristiano basado en el precepto, que a todos nos alcanza, del amor al prójimo como a nosotros mismos”.

La carta demuestra la buena intención y, en el fondo, la ingenuidad, del artista. Era ingenuo pensar que un intelectual, incluso con tanto peso como su paisano, pudiera influir en las terribles fuerzas desatadas en una  guerra.

Falla no hubiera tenido ningún problema en  la España nacional después de la guerra. Sin embargo, aceptando la invitación del  Instituto Cultural Español de Buenos Aires, que organiza una serie de conciertos en su XXV aniversario, zarpa a Argentina, donde va a vivir el resto de su vida, hasta  su muerte, en Alta Gracia en 1946.

Si hay alguien que sintió de una forma aguda, personal y trágica el drama de España, que se situó en el epicentro de ese campo de fuerzas desatadas, fue ese espíritu delicado, esa alma pura que se llamó Manuel de Falla.

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Nacido en Álora (Málaga), 1960. Profesor de Lengua , Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Málaga. Colabora con distintos medios con trabajos sobre temas literarios, sociales o religiosos.

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