El artículo periodístico, la columna, como los demás géneros literarios, tiene sus características y sus límites. Se ha repetido, por parte de cierta crítica, que los límites entre los géneros son relativos y movedizos; y alguno llega a afirmar que no hay géneros, sino literatura -buena o mala- sin más. Ésta me parece una postura crítica extrema y simplificadora. Géneros, haberlos, haylos.
Y el artículo, entre ellos, es una criatura un tanto especial. Debe ser un texto, para empezar, limitado. Limitado en espacio, en la temática, en la mostración del aparato argumentativo y cultural del autor. Como limitación temática quiero decir que no puede desarrollar argumentos o ideas muy elaboradas o complejas, sino “detalles” de la realidad; pequeñas esquinas del mundo, la noticia que a lo mejor pasa desapercibida o la anécdota que olvidaría cualquiera. Eso que Ortega y Gasset, refiriéndose a Azorín, llamaba “primores de lo vulgar”. El artículo, en este sentido, se asemeja a la estética del poema y se aleja de la del tratado: se da en un solo “impulso” (el lector tiene que leerlo de golpe, sin pausa ni etapas) y no necesita de un tema que, en sí mismo, sea importante.
Aquí distinguimos el buen articulismo del ensayismo. Ortega, Marías, Unamuno fueron grandes ensayistas. Saben tramar una concatenación de ideas complejas y rigurosas. Lo mismo podría decirse de autores contemporáneos como Sánchez Ferlosio, Jiménez Lozano o Fernando Savater, cuyos textos periodísticos requieren una lectura sosegada y, si es posible, acompañada de un lápiz para anotar y subrayar.
Por otro lado el artículo requiere un punto de vista personal -muy personal- que esté adobado con ironía y cierta distancia; y libre de dogmatismos y apriorismos. Hay buenos escritores, pero no resultan articulistas puros por ser demasiado “ideólogos”. Jiménez Losantos, Juan Goytisolo, Pío Moa, Luis M. Anson, Ignacio Ramonet son autores de los que, de antemano, sabemos por “dónde irán” ideológicamente. Son escritores “ideológicos”, aunque mantengan cierta independencia respecto a grupos y partidos.
Ni ensayistas ni ideólogos. Brevedad e intensidad. Como un poema en prosa, aunque no prosaico. Conocimientos y experiencias ricas, pero latentes, sin alardes ni excesos de datos o referencias (no existen aquí las notas a pie de página que son el género favorito de los pedantes). Humor sin alharacas que proviene, en última instancia, de una visión muy amplia del hombre y sus males. Escepticismo como forma de sabiduría y, sobre todo, de desconfianza de las soluciones fáciles (utopías de distinto signo). Capacidad de contención y sobriedad (no hay que decirlo “todo” en cada columna) e incluso ironía con respecto al propio punto de vista (esto último deriva en una extraordinaria humildad).
Con tantos ingredientes, no todos son capaces de dar el punto justo a este dificultoso guiso. Fueron en un tiempo los clásicos González Ruano, Camba, Pla. Entre el parnaso contemporáneo, pocas plumas privilegiadas merecen varias estrellas en la Guía Michelín del articulismo.
Una de ellas es la del articulista malagueño Manuel Alcántara (fallecido en 2019), maestro en dar este “punto justo” en el peculiar y difícil arte del columnismo.