El Cristianismo no supone por sí mismo una teoría económica ni un modelo social. Pero es cierto que tiene la grave obligación de pronunciarse sobre estas materias, porque «nada de los humano le es ajeno». No existe un modelo económico cristiano, pero sí la necesidad de que la economía, acción humana al fin y al cabo, se plasme, se impregne de sus valores. Estas propuestas, llevadas a su desarrollo teórico, son una parte importante de la Doctrina Social de la Iglesia. Ahora bien, en la comunicación pública, en gran parte de la predicación se incide normalmente en al necesidad de compartir, en la parte distributiva del proceso económico. Este valor de compartir, que conduce a un mundo más justo, es una idea cardinal del Cristianismo y de su imperativo del amor al prójimo. A esta idea, que así expresada merece pocas matizaciones, merece un par de apostillas si se estable como una especie de modelo de interpretación económica y se convierte en lo que la retórica llama una «metonimia»: tomar la parte por el todo.
Primera matización. La distribución de la riqueza es, en todo caso, una parte final del proceso. Antes de ser distribuida, la riqueza tiene que ser creada, ya que no se trata de un «bien natural». La riqueza responde (en el amplio sentido de calidad de vida, no sólo de producción de bienes y servicios) a un largo y complejo proceso de elaboración.
Segunda. Esta insistencia en al distribución y el reparto puede hacer que las propuestas económicas del cristianismo se lleguen a identificar con lo que se ha llamado «la economía de crecimiento cero». Esto es: la riqueza no se crea ni se destruye, como la energía, sino que se distribuye, de forma que los pobres dejarán de serlo cuando los ricos les trasvasen su parte «sobrante». Este modelo económico llevado a nivel internacional provoca la idea de que lo países ricos deben su situación de privilegio a la pobreza de los pobres, a los que explotan. Así se establece una ecuación en la que pobreza es igual a injusticia. Este es un modelo de interpretación económica que, desde el desarrollo del capitalismo y el mundo moderno, ha demostrado sobradamente tener más de voluntarismo que de rigor, de ideología que de espíritu científico.
Tercera. ¿Responde esta supuesta identificación de las propuestas cristianas con un modelo económico insuficiente a un punto débil en la DSI? ¿Es el Cristianismo incapaz de comprender los mecanismos de creación de riqueza? Como se preguntan retóricamente Jaques Paternot y Gabriel Velardi, en el título de su libro, ¿Está Dios contra la economía? Yo pienso que, más que una insuficiencia teórica y doctrinal, hay un disfunción en la comunicación, en la difusión de ideas. Los valore cristianos —las virtudes— tienen que estar presentes en todos los aspectos de la producción de riqueza: en los aspectos laborales, por ejemplo; en la participación del trabajador en la gestión del empresa; en las cuestiones de impacto ecológico, hoy tan importantes. No sólo la distribución, sino la planificación, la creación, el desarrollo de riqueza han de estar iluminados por el imperativo evangélico para un cristiano, que no deja de serlo por ser empresario, asalariado o consumidor. Todo esto está desarrollado, quizá no suficientemente difundido, en la DSI, esa gran desconocida.