14/11/2018

Muchos madrileños le hemos pedido por favor a Manuela que siga siendo nuestra alcaldesa. Sabemos que la necesitamos para volver irreversible el camino que se ha iniciado (en realidad, no falta mucho, por ejemplo, para que oponerse a Madrid Central suene tan absurdo como volver a fumar en los centros de trabajo o abrir la calle Preciados y la Plaza Mayor al tráfico). Manuela ha aceptado con muy pocas condiciones. Entre ellas, algo bastante de sentido común (como bien ha explicado Pablo Iglesias muchas veces): proponer un equipo para que, en primarias y en las urnas, sea valorado por la ciudadanía. Una propuesta de equipo (junto a otras posibles) que concurra en unas primarias, y que de ahí salga la lista electoral. Sin cuotas de partido ni reparto entre siglas (aunque cada partido haga su proceso privado de legitimación). Y mucho menos si esas cuotas de partido, que tratan de mandar sobre Manuela, obligan a desplazar a miembros tan importantes del equipo de gobierno como Rita Maestre, Jorge García Castaño, Esther Gómez, José Manuel Calvo, Francisco Pérez o Marta Gómez. Los 6 son de Podemos, con posiciones muy diversas, pero también son protagonistas del cambio en Madrid, y a nadie le puede sorprender que Manuela quiera que lo sigan siendo.

Comparto con Hugo Martínez Abarca que el intento de usarles para echar un pulso a Manuela es indecente. Es una falta de respeto a los madrileños y madrileñas (y una falta de respeto a sí mismos por lo que representa Podemos) que se utilice el actual proceso para jugar la partida de la sucesión de Manuela  en el futuro. Esa partida habrá que jugarla cuando toque, y cada uno tendrá las cartas del prestigio que haya ganado en el camino. Es indecente tomar ahora como rehenes a los concejales de Podemos para intentar garantizar que Julio Rodríguez sucede a Manuela. Y esto es todo lo que hay detrás del último episodio. Es absurdo pensar que se trata de una lucha de los 6 concejales por sus sillones (varios lo tenían más que garantizado colaborando con la jugada y sin embargo se han mostrado unánimes en decir que ya basta).

Podemos no nació como un partido más, de esos ya teníamos bastantes. Podemos nació como una herramienta de poder popular y regeneración democrática. El impulso de cambio latía en la calle, y hacía falta creatividad, imaginación y generosidad para convertirlo en poder político. Cualquier fórmula era buena si ayudaba a sacar del poder a una organización criminal y a poner las instituciones al servicio de la gente. Como suele ocurrir en los procesos de cambio, los objetivos se lograron antes en las grandes ciudades, empezando por las más grandes y las más vivas. Ese cambio en Madrid tuvo un nombre propio, más que en ningún otro sitio, pero no se dejó por el camino a ningún actor social y político relevante. El movimiento ciudadano que capitaneó Manuela logró en poco tiempo que Ana Botella nos sonase a un pasado muy remoto, como una especie de mal sueño. Pudimos volver a sentirnos orgullosos de nuestra ciudad. Madrid ha vuelto a ser una ciudad acogedora y abierta, nos dirigimos por fin hacia un futuro que no es del humo, las máquinas y los coches, nuestros barrios han vuelto a ser algo más que el montón de islas que por casualidad quedan libres entre circunvalaciones y radiales, y esto ha convertido a Manuela y a su equipo en patrimonio de todos los madrileños y madrileñas y, más allá, de toda la gente que necesita un modelo para saber que el cambio es posible.

Resulta fácil entender que a quienes administran el aparato de un partido concreto les vaya la vida en conseguir el control de ese patrimonio, pero a la gente ese asunto nos importa más bien poco. Queremos volver a ser parte de un espacio amplio y plural que nos represente a todas; si una marca electoral reciente (sin historia, sin tradición, sin hipotecas) ayuda, junto a otras, a consolidar el cambio iniciado en 2015, mejor para todos (para eso fue creada). Sin embargo, si lo intenta obstaculizar, peor para ellos. Hace ya varios siglos que las excomuniones no son lo que eran. La última palabra no la tiene ninguna autoridad suprema sino la gente común y, por lo tanto, los anatemas y expulsiones pueden con facilidad convertirse en un veredicto adverso contra quien los emite, especialmente si se ensaya esa vía en una organización surgida al calor del 15M. No sé quién compone el Consejo de Coordinación de Madrid que ha decidido suspender de militancia a los 6 concejales de nuestro Ayuntamiento (supongo que se podrá consultar en internet, pero he preferido no hacerlo, por si hay ahí algún amigo de quien me tuviera que avergonzar), pero les convendría ser más prudentes, no vaya a ser que el cambio tenga que imponerse a pesar de ellos (e incluso contra ellos) y, por lo tanto, terminen convirtiendo el partido entero en una carcasa vacía, políticamente  fuera de lo que Podemos ha sido y puede seguir siendo para millones de personas.