Poco hemos avanzado desde la época de los romanos, entonces el poder descubrió que nuestras necesidades eran pan y circo y que, alimentados nuestros instintos, lo demás se soportaba con resignación. Si al pan y al circo le añadían el vino baratito y la moza (o mozo) dispuesto al frenesí de la carne, los años de valle de lágrimas se hacían bien soportables. El poder, mientras, hacia y deshacía a su antojo, teniendo al rebaño de sus ciudadanos pastando y yaciendo.
La imagen del burro con orejeras y la zanahoria en sus morros para que avance sin remilgos, visualiza de otra manera la misma cuestión. Pan, circo, zanahoria y ahora horarios, tienen al personal distraído. Es evidente que la reforma de la Constitución, el tema político de los últimos días, no motiva ni a las ratas, pero los horarios son otra cosa: estaremos en casa a las seis. ¿Y qué puñeta harán muchos en su casa a estas horas?
No diré que el tema es baladí, tener hijos y no verlos, tener parienta y ni caso, no es la mejor manera de fomentar un ambiente tan sano y natural como es el familiar, pero pensar que esto preocupa a la clase política es chuparse el dedo hasta los metacarpianos. Cunado para modificar una simpleza como esta tardan tantos años, o es que son incapaces hasta de eso o es que les importa un pimiento.
No entiendo nada. ¿Seremos tan tontos de entretenernos discutiendo de horarios cuando seguimos dejados de la mano del Estado que solo nos esquilma? ¿Alguien me lo explica?