Foto: Pedro Taracena
Los medios de comunicación españoles, sobre todo los tradicionales, son ciegos servidores del dogma de la Santa Transición. Han formado una piña con el poder político que dejó impune el genocidio. Son lacayos del capital que financia su adhesión al Régimen del 78. Practican un corporativismo cobarde y además son carroñeros. Todos tienen a gala exhibir su independencia y sin embargo carecen de ella. La crítica y la autocrítica, no habita entre ellos ni tampoco se les espera.
“PERIODISMO es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas”. George Orwell puede ser perfectamente el autor de esta breve, concisa y demoledora cita. Periodista, ensayista, crítico y novelista, al autor inglés también se le atribuye la siguiente frase: “En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.
Los impostores del periodismo han invadido el espectro de la información y la libertad de expresión de todos los medios privados y de titularidad pública. Los directores lejos de ser el látigo del poder económico, financiero y político son lacayos y secuaces de sus fechorías. Silencian, disimulan y manipulan los crímenes legales del poder político y económico: Desahucios que provocan suicidios. Recortes de los medicamentos que ocasionan muertes. Los dependientes de toda clase y edad están abandonados por el Estado. La clase trabajadora está obligada a soportar la esclavitud. Jamás ha disfrutado España de una clase política tan corrupta y criminal. Sí, crímenes legales en tiempos de paz.
Según dice nuestra Constitución: “La Justicia emana del pueblo y se administra por los jueces en nombre del Rey”. Si emana del pueblo es porque el sentido común de la gente es depositario de lo justo. Luego puedo y debo utilizar el vocablo crimen, sin esperar a que un juez lo utilice en una sentencia. Los jueces instructores hablan de organización criminal y de organización para delinquir, sin que aún se haya dictado sentencia. La prensa ha hecho causa común con la doctrina oficial del consenso de la Transición. Han dejado fuera del perímetro de los medios, el Rey y sus fechorías y desidias, la oligarquía económica que financió el Golpe, la Guerra, la Dictadura y tuteló la Transición. Sin olvidar el oligopolio energético que causa muertes por no poder pagar el recibo de la luz.
Los tertulianos, lejos de estar especializados en alguna materia útil para el ciudadano, son predicadores de la propaganda oficial que se elabora en las redacciones la noche anterior. Todos los platós de televisión, estudios de radio y redacciones de prensa escrita, exhiben auténticos farsantes de la profesión, impostores del periodismo, defensores de lo más rancio y casposo de la ya caduca Transición. Los hijos y nietos de los que ahora estamos en la séptima década de nuestra vida, no soportan más los bustos parlantes que dicen lo mismo que decían en los años 70, 80 y 90.
Al final de mi breve columna reservo el último párrafo al carroñero que va en busca de las miserias humanas, que añora las primicias, noticias de alcance de su propiedad y los espacios informativos exclusivos y excluyentes. Los hechos por voluptuosos que sean siempre se convierten en carnaza para nutrir su falta de moral y de ética. Sin pensar en el ciudadano. Es patético cómo es el becario o subalterno es enviado para hacer preguntas extremas, con las cuales el espectador, oyente o lector, pasan vergüenza ajena. Estas mismas preguntas jamás se las haría un periodista veterano. Esta generación de la Santa Transición se resiste a dejar paso a la generación de Internet, Redes Sociales, Periodismo Digital y lo que es más importante, un ciudadano con un móvil en sus manos ha quitado la exclusiva a los fotoperiodistas. Es verdad que a través de Internet circula la verdad y la mentira, lo cutre y lo bello. Pero también es verdad que el internauta puede discernir, discutir, discrepar, dialogar, compartir con total libertad. Los editoriales tendenciosos de los periódicos, poco o nada tienen que decir al ciudadano del siglo XXI. Sin duda donde el Estado esté corrompido, la prensa es su principal cómplice.