Hay una ley universal que podría expresarse en estos términos: cuanto más complejo es un sistema, es más vulnerable. Un coche es más complejo que una carreta y un ordenador es infinitamente más complicado que una azada. El hombre, en su avance histórico, ha ido creando artefactos cada vez más intrincados, que responden a necesidades cada vez más amplias. Ese es uno de los aspectos, el más evidente, de lo que llamamos progreso. Ahora bien, el coche y el ordenador necesitan más piezas, más condiciones, más conocimientos que la carreta y la azada; por lo mismo, tienen más puntos débiles, más posibilidades de estropearse, son más exquisitos y vulnerables. Estos últimos, en su simplicidad son más elementales y duros.
Lo mismo puede decirse de nuestra sociedad (me refiero a lo que entendemos por sociedad occidental) que tiene que hacerse cada vez más compleja para atender a un elevadísimo nivel de necesidades y demandas. Nuestra sociedad no puede funcionar sin sofisticados sistemas de información, de transporte, de seguridad; sin complicados cálculos financieros, sin investigación y avance tecnológico. Todo ello la convierte en tremendamente `dependiente´. Depende de demasiadas cosas; y cada una de las cosas de esta red infinita es un punto débil por el que se le puede atacar. ¡Qué complejo y a la vez qué frágil, qué vulnerable es este magnífico edificio que hemos levantado durante siglos!
A esta complejidad `material´ (incluyo en este aspecto al conocimiento, la investigación, la cultura) hay que añadir la social y política. Tenemos un Estado cada vez más complejo, con una maquinaria pesada y costosa; y dividido en distintos niveles de decisión: regional, nacional, supranacional. Además, nuestra sociedad tiene que soportar la tensión entre una gran diversidad -racial, cultural, política, sexual-, que aumenta progresivamente con la inmigración, y el mantenimiento de unas normas comunes de funcionamiento, que se reflejan en el ordenamiento jurídico. Cada vez somos más distintos, pero necesitamos normas comunes, sin las cuales la convivencia es imposible. Esta compatibilidad será cada vez más difícil a medida que la diversidad aumenta. A esto hay que añadir la necesidad de atender a unas demandas altísimas que derivan de unos derechos que se consideran universales; esto requiere una ilimitada capacidad de generar recursos. Por último, nuestro modelo social tiene que mantener una situación de seguridad en una situación en la que las libertades individuales (la piedra maestra del arco de todo el edificio) son sagradas e intocables y sólo limitadas con unas exquisitas garantías jurídicas.
Todas estas realizaciones de la sociedad avanzada son un logro magnífico, que no admite comparación con otros tipos de sociedad ni con otras épocas. Es, con todos sus defectos y limitaciones, el máximo grado de perfección social al que ha llegado el hombre, desde aquel lejano día en que el homo-sapiens se puso erecto y comenzó a andar con dos extremidades.
Todo este modelo social es maravilloso, admirable, complejo y tremendamente vulnerable.