(*) Se escribe este texto en el mismo día del histórico anuncio de dimisión del papa Benedicto XVI, el 11 de febrero de 2013.
La Iglesia Católica, con esa capacidad -en la que supera a cualquier otra institución humana- para combinar la tradición con la innovación, nos da sorpresas como ésta. Era éste un cambio que tenía que llegar, como tenían que llegar, en su momento, las innovaciones del Vaticano II. Y todo cambio, qué duda cabe, tiene algo de trauma y un poco de incertidumbre. La pertinencia de este cambio -la posibilidad de que el papa dimita- obedece, entre otras, a varias circunstancias: a) la vida humana se alarga de una forma considerable. Lo que antes era una vida normal podía terminar en 5 ó 6 décadas; hoy se le pueden añadir 20 ó 30 años. Asimismo, la decadencia física y psíquica no es tan abrupta y la medicina permite mantener a una persona una larga temporada viviendo aceptable, aunque limitadamente. b) La sociedad de la información llevada hasta el extremo (lo que Vattimo ha llamado la “sociedad transparente”) hace que ninguna realidad, menos una realidad humana, pueda quedar oculta o disimulada. Un papa en decadencia física extrema, hace siglos, incluso hace décadas, podía pasar desapercibido; hoy no, cuando cualquier acto o imagen se hace visible casi simultáneamente en todo el planeta. c) La complejidad de la vida pública, la continua movilidad y la incesante acumulación de información que exige de sus responsables una capacidad enorme de manejo de información y un movilidad casi incesante, lo cual hace difícil que la función pública de cierto alcance pueda ser realizada por una persona disminuida por la edad o l deterioro físico. ¿Cuántos viajes internacionales hizo Pío XII o Juan XXIII, ya en el siglo XX ¿Cuántos ha hecho Juan Pablo II? El cambio es significativo.
Y bien; si el cambio era necesario conveniente, qué maravilla -y qué sorpresa para muchos- que venga de un papa al que siempre, desde fuera pero también desde dentro, se le ha colgado la etiqueta de conservador! Ratzinger, el antiguo Prefecto del Santo Oficio, martillo de teólogos díscolos y liberacionistas revolucionarios; para algunos -que no terminan de enterarse- pensador que nada a contracorriente del Concilio; Ratziger, defensor del dogma e impulsor de la antigua liturgia en latín; este mismo profesor de Teología, estudioso y polemista si hace falta, llevado -arrastrado- al episcopado y al papado como a un sacrificio asumido desde la obediencia; este mismo Benedicto XVI, que ya sorprendió a muchos con una imagen de cercanía y sencillez que desconocían, ahora nos acaba de sorprender con un gesto ¿revolucionario? La palabra asusta un poco, porque tantas veces la hemos oído asociada a un gesto de odio. Este mismo hombre nos sorprende con un gesto coherente, sabio, ciertamente difícil y lleno de una infinita valentía. De un intelectual, como él, siempre esperamos la coherencia, la prudencia, la calma. Pero la prudencia, en algunos casos, es dar un paso de gigante hacia adelante y la calma puede ser tirarse al foso de los leones (de los leones mediáticos, en este caso, que darán todas las dentelladas que puedan). Siempre lo inesperado: la historia de la Iglesia está repleta de estos episodios que machacan los tópicos y obligan a sustituir las etiquetas por ideas.
Comprendemos ahora que el Espíritu Santo guía la Iglesia con sabiduría, pero también con un toque de sentido del humor.