El trozo de madera desgastado de una de las enormes puertas de antaño, golpeadas por tantas manos, y por tantos años, fue su boleto de entrada al «castillo», donde pudo resguardarse del frío y darle rienda suelta a su imaginación como todas las noches. A Nieves le pasa lo mismo cada vez que llega al templo. Basta con poner un pie adentro y se siente ama y señora del gran palacio. Es toda una reina, pero con el tiempo contado, monarca con caducidad. Sabe que el título nobiliario sólo le durará hasta el amanecer, por eso no pierde ni un minuto para sentirse plena, una niña grande.
Admira el altar sentada en una de las butacas, en primera fila, algo que no hacía en las tardes de misa junto a su madre. Ella y su fobia a la sotana y al sermón. Prefiere la iglesia sin cura ni fieles, porque así puede «hablar» con más soltura. No se sabe bien algunas oraciones, por eso prefiere «hablar» con Él y con ellas.
La pequeña palmera, que nació en la Breña, la alta, de 14 años de edad, se deleita con el majestuoso interior de la iglesia de San José y las vistosas imágenes de Santa Ana y de Nuestra Señora del Rosario. Quiere un vestido tan ‘rimbombante’, majestuoso y brillante como el de las elegantes damas para lucirlo en su fiesta de 15 primaveras, que será en unos meses, y espera sea una velada mágica, aunque a su swing de vals le falta un poco más práctica.
Cada noche, cuando sus padres se duermen, sale por la ventana de su habitación y corre a hurtadillas hacia la iglesia, ubicada a pocas cuadras de su casa, donde a diario sueña con los ojos abiertos frente al altar, donde ataviada con cetro y corona le pide consejos a Ana, Rosario y Jesús, quienes la guían por el camino del bien. En sus «pláticas» les pregunta cómo afrontar la vida cuando crezca, cómo es eso de ser señorita, cómo puede convertirse en un buen ciudadano y ayudar al mundo y a los suyos. Sin duda, Nieves quiere ser una auténtica reina de corazones.
Larga, distendida y entretenida fue la «oración» de Nieves. Siempre es así. Las horas vuelan, siente como si la luna le estuviese regalando tiempo al sol. Antes de despuntar el alba se despojó, otra vez, de su título y su corona, hizo a un lado el trozo de madera de la puerta y salió envalentonada a echarle ganas a la vida, a propagar bondad, siempre protegida por sus amigos Ana, Rosario y Jesús, a quienes no les hace falta salir por aquel hueco forzado en el portal de su gran casa, para acompañarla en su andar.
Esta noche se volverán a ver. Faltan muchas lecciones y oraciones, digo, «pláticas».