La segunda ola
Sin las Navas de Tolosa, sin Lepanto y sin Carlos V, las señoras de esta sala vestirían burka” [en una rueda de prensa con muchas mujeres periodistas en Estrasburgo]. Javier Ortega Smith, dirigente de Vox, aprovechó su presencia el 6 de marzo en el Parlamento Europeo para asegurar que existe una línea directa entre esas dos batallas, que tuvieron lugar en los siglos XIII y XVI, y la Europa actual. Es un argumento que no es nuevo. En 1936, en Burgos, los ideólogos del franquismo ya buscaron su legitimación en las contiendas de la reconquista y en la cruzada, en la excepcionalidad histórica de España como último baluarte cristiano frente a la expansión del islam. En las Navas de Tolosa (Jaén) los cristianos derrotaron a los almohades amparados en un prédica del papa Inocencio III que les garantizaba el perdón de los pecados. La victoria permitió la expansión hacia el sur del reino de Castilla. En Lepanto (Grecia) en 1571, en el golfo de Patras, la Santa Liga destruyó a la armada turca en un combate naval al que Felipe II aportó la mitad de los recursos humanos. Lepanto fue el fin de la expansión otomana en Europa. Y un nombre obligado del callejero español desde que en 1971 el régimen mandara recordar la efeméride. Todas esas ideas difunden una nostalgia peligrosa que intoxica la capacidad de comprensión del mundo. Y hace muy difícil gestionar fenómenos como el envejecimiento, el descenso de la natalidad, las políticas de conciliación o las necesidades de mano de obra para sostener el pago de las pensiones y el Estado del bienestar en los países europeos. En ocasiones, se construyen grandes narrativas directamente falsas. Trump, por ejemplo, quiere construir un muro con México que impida la entrada en Estados Unidos de inmigrantes ilegales y de toda la droga procedente de los laboratorios mexicanos. Pero las autoridades estadounidenses saben que eso es imposible. Esa droga entra a través de los grandes puertos comerciales y de las autopistas que cruzan la frontera a través de ciudades como Laredo, San Diego o El Paso, como lo hace cualquier otro producto de gran exportación. Pero la inmigración, sobre todo cuando es masiva, es la materia preferida de este tipo de discursos. En el 2018 llegaron a territorio español 160.000 inmigrantes (contabilizados en saldo neto de entradas y salidas). Las previsiones del Instituto Nacional de Estadística indican que después de un periodo de pérdida de población nativa e inmigrante (2010-2014), España recibirá anualmente 250.000 inmigrantes netos durante la próxima década. Según el economista Josep Oliver, este 2019 se parece mucho al año 2000, cuando comenzó el primer gran choque migratorio. La intensidad de esta “segunda ola” dependerá de cómo vaya la economía, pero aunque el crecimiento sea discreto, las grandes cifras están aseguradas. Tanto por la pobreza y la violencia de las que huyen esos inmigrantes como por la falta de mano de obra en las empresas. Durante el primer choque migratorio entraron en el Estado español, y en poco más de seis años, seis millones de inmigrantes. En Catalunya, en ese periodo entró algo más de un millón de personas. Entonces la administración actuó de forma pasiva y fue por detrás de los acontecimientos, desbordada por el aumento del gasto social en educación, vivienda, sanidad y servicios sociales. Ahora es consciente de lo que se avecina. Lo que no tiene son recursos. Bajando más al terreno, la organización empresarial Cecot ha calculado el impacto que este segundo choque migratorio puede tener sobre un área como Barcelona, para la que calcula una llegada neta de 100.000 inmigrantes cada año por necesidades directas del mercado laboral. Y como consecuencia de ello, problemas de vivienda y colapso de infraestructuras y servicios sociales en las ciudades de la segunda periferia (25.000 nuevos vecinos anuales para Terrassa, 25.000 para Sabadell, 10.000 para Martorell…). Durante el primer choque migratorio hubo fricciones con la población local. Los más importantes, los ataques a magrebíes y a sus viviendas durante tres días y dos noches en el barrio de Can Anglada, en Terrassa, en 1999. Ahora se han producido asaltos de una virulencia inédita a centros de menores inmigrantes en Canet de Mar y Castelldefels. Lo que más ha cambiado entre los años del primer choque migratorio y los de ahora es la extensión del discurso xenófobo que ampara estas actuaciones. Entonces, el único partido abiertamente contrario a la inmigración, Plataforma per Catalunya, estaba aislado de los medios y del resto de los partidos. Vox, sin embargo, tiene muchos más recursos, gran proyección en los medios de comunicación y parte de su discurso es compartido por el resto de la derecha… Para cuando la “segunda ola” impacte, habrá que tener la cabeza fría. Y tener por seguro que las invocaciones a Lepanto sólo no servirán para nada. Salvo para envenenar el ambiente.
Hay razones para preocuparse por la recuperación de toda esa quincalla ideológica. Contada así la historia, Europa estaría inmersa en una guerra santa desde hace 1.300 años. Y Lepanto está, de hecho, entre las dedicatorias del autor de la salvaje matanza del viernes en Christchurch (Nueva Zelanda). El mundo se está llenando de razonamientos tan antimodernos como los de Vox. Pablo Casado propone retrasar la expulsión de inmigrantes ilegales si dan su hijo en adopción. Viktor Orbán exime del pago del impuesto de la renta de por vida a las mujeres que tengan cuatro hijos (¡cuatro!) para evitar la extinción de los húngaros. Y Steve Bannon, el más radical de los publicistas que han rodeado a Trump, ve la decadencia de Occidente en la inmigración masiva, que asocia con la expansión del islam y el retroceso de la cristiandad y del hombre blanco.