Recordamos a Juan Negrín, Presidente del Consejo de Ministros de la República, en el aniversario de su muerte en el exilio en París el 12 de noviembre de 1956.
Juan Negrín fue un científico y político español. Nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1892, procedente de una familia de comerciantes canarios acomodados, estudió Medicina en la Universidad de Leipzig (Alemania). Desde 1922 fue catedrático de Fisiología en la Universidad de Madrid. Su procedencia de un ambiente conservador y su gran fortuna personal no impidieron que durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-30) ingresara en el Partido Socialista (PSOE), en el que se alineó políticamente con Indalecio Prieto.
Tras el advenimiento de la Segunda República (1931) sería elegido diputado de sus tres legislaturas, siempre representando a las islas Canarias. Aunque no tenía mucho peso político en el partido, cuando estalló la Guerra Civil (1936-39) fue nombrado ministro de Hacienda en el gobierno presidido por Largo Caballero. Se ocupó de organizar la economía de guerra del bando republicano y de negociar la prestación de ayuda económica y armamentística por parte de la Unión Soviética (para lo cual hubo de entregar a la URSS las reservas de oro del Banco de España).
Ya entonces destacó por su insistencia en que la República tratara de atraerse el apoyo de las potencias occidentales mostrándose como un régimen liberal-democrático reformista y moderado; para ello se esforzó por poner coto a los asesinatos políticos y a los excesos de la represión en la retaguardia, mostrándose como un escrupuloso defensor del respeto a la legalidad.
En 1937 sustituyó a Largo Caballero como presidente del gobierno, cargo en el que permaneció hasta el fin de la guerra. Empujado por la necesidad de la ayuda soviética, se apoyó en los comunistas del PCE, con los que coincidía en su línea de dar prioridad a la disciplina y la organización para ganar la guerra, postergando las veleidades de revolución social (en contra de las pretensiones de los anarquistas de la CNT y de otros grupos políticos, como el POUM). En 1938, ante el curso desfavorable de la guerra para las armas republicanas, ofreció a los rebeldes entablar una negociación sobre la base de 13 puntos que llevaran a una salida democrática del conflicto; pero la oferta fue rechazada por Franco, que exigió hasta el final una rendición sin condiciones.
Ante tal intransigencia, Negrín ordenó resistir palmo a palmo para prolongar artificialmente la guerra, con la esperanza de que las tensiones internacionales llevaran al estallido de una guerra general en Europa, en la que la República entrara como aliada de las naciones democráticas contra los regímenes fascistas de Hitler, Mussolini y Franco. Pero tales esperanzas de intervención extranjera en defensa de la República se desvanecieron después de la política de apaciguamiento mostrada por Gran Bretaña y Francia frente a Alemania en el Pacto de Múnich (1938).
El 5 de marzo de 1939, el coronel Casado, un eterno insatisfecho que desde mayo de 1938 era comandante del Ejército Republicano del Centro, lanzó un golpe militar contra el Gobierno de Juan Negrín. Irónicamente, así provocó que el final de la Guerra Civil Española fuese casi idéntico al comienzo. Como habían hecho Mola, Franco y los demás conspiradores de 1936, Casado dirigió una parte del ejército republicano en una revuelta contra su Gobierno. Aseguraba, como habían hecho los anteriores, y también sin fundamento alguno, que el Gobierno de Negrín era una marioneta del Partido Comunista y que se avecinaba un golpe de estado inminente para instaurar una dictadura comunista. Esa misma acusación fue vertida por anarquistas como José García Pradas, quien dijo que Negrín estaba encabezando personalmente un golpe comunista. Nada apunta a que fuera así; merece la pena recordar la valoración que hizo de Negrín el gran corresponsal de guerra estadounidense Herbert Matthews, que lo conocía bien:
«Negrín no era comunista ni revolucionario… No creo que Negrín se planteara una revolución social antes de la Guerra Civil… Durante toda su vida, Negrín mostró una cierta indiferencia y ceguera hacia los problemas sociales. Paradójicamente eso lo alineó con los comunistas en la Guerra Civil. Era igual de ciego en un sentido ideológico. Fue un socialista de preguerra solo de nombre. Rusia fue la única nación que ayudó a la España republicana; los comunistas españoles figuran entre los mejores y más disciplinados soldados; la Brigadas Internacionales, con su cúpula comunista, eran inestimables. Por tanto, el presidente Negrín trabajó con los rusos, pero nunca sucumbió a ellos ni aceptó sus órdenes.»
(El final de la guerra. La última puñalada a la República. De Paul Preston)
Cuando el conflicto europeo (la Segunda Guerra Mundial) estalló por fin en 1939, el ejército republicano había sucumbido cinco meses antes. Negrín, opuesto a la rendición incondicional en defensa del principio de legitimidad democrática, fue depuesto poco antes de la definitiva victoria franquista por el golpe de Estado del general Casado (marzo de 1939). Se exilió en México y luego en Francia, ejerciendo hasta 1946 el cargo de presidente del gobierno republicano en el exilio.