La abuela materna de nuestro monarca fue bautizada con un nombre más largo que la herramienta de trabajo de Nacho Vidal: Friederike Luise Thyra Viktoria Margarete Sophie Olga Cecile Isabelle Christina. Federica de Hannover para los amigos, nació en 1917, con lo que le tocó vivir en su adolescencia el auge del nazismo. Escuchar por aquel entonces un discurso de Adolf Hitler por la radio era lo más parecido a seguir a un youtuber hoy en día, por lo que no es de extrañar que flirtease con la ideología parda. De hecho, el mismísimo Führer quiso hacerle de ‘Celestina’, buscándole marido.
La madre de nuestra reina emérita nació en 18 de abril de 1917 en Blankenburg Harz, un villorio sajón de lo más total en tiempos del Imperio Alemán, al que por cierto, le quedaban dos telediarios.
Por azares de la ajetreada vida sexual de las monarquías europeas, esta bisnieta del emperador alemán Federico III era además, descendiente del rey Jorge III del Reino Unido (six points!) por lo que ocupaba el trigésimo cuarto puesto en la línea de sucesión al trono británico.
Llegados los años 30 y la victoria del nazismo, la joven princesa, sin saber que seguía los pasos de gente tan respetable como el fallecido escritor Günter Grass y el papa emérito Joseph Ratzinger, entró a formar parte de la Bund Deutscher Mädel, una especie de sección femenina de las Juventudes Hitlerianas, según la docta Wikipedia. Ella y sus hermanos, a juzgar por la siguiente foto, lucieron con entusiasmo la cruz gamada.
En la Liga de Muchachas Alemanas
Las jóvenes miembros (o miembras, dirá alguien) de la Liga de Muchachas Alemanas eran formadas para adoptar las tradiciones germanas, aprendiendo a representar un rol concreto de mujer en la sociedad. Su adoctrinamiento incluía frecuentemente el trabajar en granjas para familias numerosas, aunque no creemos que a Federica se le hiciese ordeñar vacas o recoger excrementos de cerdo.
Según relató Federica en sus memorias, su padre se vio obligado a inscribir a sus hijos en las juventudes nazis, ya que se había promulgado una ley que así lo ordenaba pero, lo cierto es que la pertenencia no fue obligatoria hasta 1939. ¡Nah, un pecadillo de juventud!
Hitler, el ceniciento
En 1934, tan solo un año después de llegar al poder, Adolf Hitler, en su ambición de conectar las casas reales británicas y alemanas, “pidió” a los padres de Federica que arreglaran el matrimonio de su hija de diecisiete años con el Príncipe de Gales. Aquello sentó como un tiro de postas en la entrepierna a los progenitores de Friederike Luise Thyra Viktoria Margarete Sophie Olga Cecile Isabelle Christina. En sus memorias, la madre deFrederica describió que ella y su esposo estaban “destrozados”, no en vano, la madre de Federica (en sus años de mocita) había recibido la propuesta de casarse con la misma persona.
Y es que, claro, la diferencia de edad era demasiado grande (el príncipe de Gales tenía veintidós años cuando Frederica nació), y sus padres no querían “ejercer presión” sobre su hija. Al parecer, dieron a Hitler la callada por respuesta.
En 1936, mientras asistía a los Juegos Olímpicos de la Alemania nazi, el apuesto príncipe Pablo, heredero al trono de Grecia (con el que Federica mantenía una relación desde hacía año), le propuso matrimonio en Berlín. Y claro, ¿quién se resiste a reinar en un país soleado del Mediterráneo? El 9 de enero de 1938 ambos contraían santo matrimonio. Pero la felicidad les duró poco.
¡Que te invado, leche!
En 1941, su casamentero frustrado, Hitler, dio la orden de invadir Grecia, más que nada para sacarle las castañas del fuego a Mussolini, que por su cuenta y riesgo había invadido el país heleno para mostrarle así a Adolf que él era también capaz de hacer invasiones chulas. El problema es que al italiano, como fue norma desde que osó entrar en la guerra, los aliados le estaban practicando el griego desde que se atrevió a cruzar la frontera. Y sin preliminares, ni un beso ni una caricia ni nada, así que allí que entró tito Adolfo al rescate.
Ante la afluencia de tanto soldado alemán, todos pidiendo vino resinoso y bailando el sirtaki sin mesura en medio de la Acrópolis, Federica, que por contrato (marital, claro) se debía a su marido, tomó con este las de Villadiego, que en lengua monárquica se traduce como “exilio”.
Una muerte trágica
Muchos años después, en 1981, la madre de Doña Sofía, acudió a un la clínica madrileña La Paloma para eliminar unas antiestéticas manchas en los párpados. Según Vanity Fair, lo hizo a escondidas, sin decírselo a su hija, que estaba pasando unos días de asueto en Baqueira Beret. Total la operación era más sencilla que una apendicectomia o una retirada de amígdalas.
Contra todo pronóstico como explico el blog La Medicina y la corte, la ex reina de los helenos recibió anestesia general en lugar de la local, que era lo que se solía hacer en aquel entonces en caso de retoques estéticos. La buena mujer quedó grogui y dos horas después de la intervención y ya trasladada a su habitación de la clínica, sufría un infarto de miocardio masivo. Murió a los 64 años.