En un lugar de La Mancha. Un osadía…

Ferrer-Dalmau “EN UN LUGAR DE LA MANCHA…” Una osadía  “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordare, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo...
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Pintura de Ferrer_Dalmau

Ferrer-Dalmau

“EN UN LUGAR DE LA MANCHA…”

Una osadía

 “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordare, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Este personaje, más tarde nombrado caballero andante, no era hidalgo porque su sangre fuera de clase noble y distinguida; tampoco hidalgo de cuatro costados, nieto de nobles abuelos paternos y maternos. Sus vecinos contemporáneos, no le reconocían como hidalgo de bragueta, hijo de padre que, por haber tenido siete hijos varones consecutivos, en legítimas nupcias, era merecedor de reconocida hidalguía. En postrera consideración, tampoco era hidalgo de gotera; gozando los privilegios en el pueblo que residía y perdiéndolos si se iba a otro. Aunque su hidalguía y nobleza estaba en entredicho, este caballero andante se revestía y tocaba con atributos que le hacían vivir aquello que no era. Percha en la cual descansaba su pica, pendiente de su brazo, un escudo de cuero ovalado y a veces con figura de corazón, abrasado por el amor de su amada; montado a lomos de su caballo, de mala traza y poca alzada.

La historia empezó cuando el creador de este personaje se empeñó en lanzar un dardo envenenado contra los libros de caballería. Creyó que todo aquel que leyera estas aventuras de nobles damas y valientes caballeros, se volvería loco y terminaría sus días como el ingenioso hidalgo Don Quijote. Don Miguel, apellidado de Cervantes Saavedra, que así llamaban al autor, consiguió del rechinar de su pluma sobre el papel, un disparate lo suficientemente vivo, como para dislocar el equilibrio entre la farsa y la realidad. Después de una dedicatoria al Duque de Béjar, a quien le hace  saber su decisión de “sacar a la luz” el libro, “al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia”, redacta un prólogo, donde se atisba el tratamiento que otorgará a Don Quijote en el uso y abuso de la lengua castellana. En este preámbulo, se pregunta: ”¿qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco,  avellanado antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como el que se engendró en una cárcel, donde toda su incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”. Estas son las premisas que cimientan la personalidad del, a pesar de todo, héroe de su historia. Son famosas en el mundo entero las andanzas de Don Quijote, que siendo de la Mancha, su creador tuvo a bien no revelar el lugar exacto donde desarrolló su vida.

En honor a la verdad, en el sagrado y crítico momento que es elevado a la dignidad de caballero andante, Don Quijote ya no pertenece a la Mancha, es patrimonio de la condición humana. El propio autor es consciente que el personaje se le escapa de su escritura. Toma vida propia y en no pocas ocasiones, no sabe si el personaje es el autor o es el autor quien dicta al personaje. Pero aquí está la grandeza de esta farsa. Al ser engendrado por el genio de un ser humano, éste se otorga licencias sobre las peripecias del personaje. En su andadura, más aún, en su cabalgar por el texto quijotesco, Don Miguel, lleva al protagonista a situaciones verdaderamente insólitas. Le hace vivir realidades en un mundo que sus vecinos no ven. Pero no en pocas ocasiones, invade de fantasías la simplona vida de un hombre del pueblo como el vecino Sancho. ¿Quién de los tres, Don Miguel, Don Quijote o Sancho, están en la realidad o en la ficción¿ ¿Quién en la demencia o en la razón? ¿Quién sueña despierto o quién se cree sus sueños? A medida que el hacedor de la historia, se precipita en sus postrimerías, Don Miguel contempla cuán lejos ha llevado a Don Quijote, o en verdad, cómo los vecinos perciben al bueno de Alonso Quijano. Llegada la LXXIV jornada de su obra, el creador y manipulador del personaje, le lleva la mano para que haga testamento. El personaje, marioneta en manos de Cervantes, exclama: “Dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quién mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya consoló mi necedad y el peligro en el que pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino”. Ante este final, que de ingenioso tiene poco, ha llegado el momento de revelarse. ¿Quién es Don Miguel para decidir la cordura o locura de sus personajes? ¿Quién estaba en la mentira y quién en la verdad? ¿Era necesario que, el Bachiller, el Cura y el Barbero, Sancho Panza, el Ama y la Sobrina, ¿fueran testigos de la caída de la máscara de Don Quijote? ¿Quién les proporcionó más pasiones y vivencias, el hidalgo o el plebeyo, el loco o el cuerdo? En algunos momentos de las peripecias, los cuerdos, vivían en la fantasía del loco. A estas alturas de la Historia, alguien con más autoridad que el propio autor, debía rechazar la firma del testamento que Don Miguel pone en manos del hidalgo, y reivindicar el quijotismo que Alonso de Quijano, lleva dentro.

Ese personaje con vida propia y autoridad, soy yo. Don Quijote de la Mancha. Don Miguel, por caridad: ¡Déjame morir como viví! No digas que fue un sueño.

Pedro Taracena Gil

VERSIÓN DIGITAL DE «EL QUIJOTE»

 

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Periodista y amante del relato corto y del ensayo. Como escribía Unamuno: "Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad" Condeno con todas mis fuerzas el genocidio franquista desde 1936 a 1975.

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