Por: María Page. Aviso para lectores, esta crítica a El Rey puede contener afirmaciones poco ortodoxas, mentiras podridas de verdad y verdades hirientes. Nada comparable con lo que puedes sentir viendo la película co-dirigida por Alberto San Juan y Valentín Álvarez.
Sin duda, el rasgo más destacable de esta cinta de poco más de 80 minutos, es que no dejará indiferente a nadie. Gracias a la maestría de San Juan y Álvarez podemos viajar por la historia reciente de nuestro país a través de los ojos, las manos y los recuerdos de Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, más conocido como Juan Carlos I. Una historia que para muchos ha sido manoseada y mancillada, silenciada y corrompida. Una historia cargada de secretos a voz en grito y de falsa inocencia. Una historia, al fin y al cabo, que está siendo escrita, una vez más por los vencedores.
La interpretación en mayúsculas de Luis Bermejo hace que el espectador se ponga en la piel del monarca y se encuentre con sentimientos enfrentados. Sobrepasa el concepto físico del personaje para mostrar al Rey Emérito como un títere más de esta obra de pésimo gusto que es España. Un muñeco sin criterio ni moral que sigue los pasos impuestos por el régimen falangista a las órdenes del dictador. Desmitifica la figura de Juan Carlos I. Además de la interpretación Bermejo, señalar también el trabajo de Willy (Guillermo) Toledo y Alberto San Juan. Sus cambios de registro son impactantes a la par que rápidos. Y no es cuestión de vestuario ni de maquillaje, los cuerpos pasan a un segundo plano cuando estos dos actores interpretan a personajes como Juan Luis Cebrián, Adolfo Suárez, Francisco Franco, Carrero Blanco o Chicho Sánchez Ferlosio. Este último es el encargado de pronunciar las verdades más nítidas de toda la representación.
El clima es agobiante. La luz puntual. Ves lo que ellos quieren que veas. Escuchas lo que ellos quieren que escuches. Los directores no buscan revelar una verdad. Buscan mostrar lo que pasó desde un punto de vista muy diferente del que nos han estado vendiendo desde hace más de 50 años. Nos hace dudar sobre la verdadera elección que tuvo el pueblo español al votar SÍ a la monarquía y cómo aceptamos una Transición basada en el miedo a la lucha sindical y obrera. Nos ponen sobre la mesa las cartas de una baraja de la que nunca se habla: pactos en grandes y lujosos despachos, importancia de los grandes banqueros españoles, influencias de las principales familias en las decisiones políticas de la “nueva democracia”, etc.
La sencillez de los medios técnicos y el espacio en el que transcurre el film es una de las claves de la elegancia de la película. Con muy poco se puede contar mucho. Y de esa afirmación tiene mucho que decir esta adaptación teatral, que convierte el Teatro del Barrio en un lugar frío, inhumano y doloroso con solo el uso de la historia narrada en la voz de sus personajes.
Para poner punto y final a este texto me gustaría acabar con una de las frases más reveladora a la vez que concisa de este entramado de mezquindad, mentiras e injusticias:
“La calle siempre es el peligro”