Por Pedro Taracena Gil
En una de mis visitas al Museo de La Academia de Florencia, una guía con marcada sensibilidad platónica, a la hora de contemplar los cautivos y el David de Miguel Ángel, me sorprendió cuando explicaba que Buonarroti contemplaba sus esculturas, desde ocho planos diferentes. Como fotógrafo no acababa de encontrar esta lógica en el universo fotográfico. Tanto elucubré que me salí por la tangente, y pensé que el gran maestro, para llevar la contraria a la Iglesia, desechaba el siete bíblico por el ocho renacentista. Hoy he tenido la oportunidad de hacer un ensayo de esta presunta teoría de Miguel Ángel. En uno de mis paseos por El Buen Retiro de Madrid, visité como no podía faltar, la plaza donde se erige de Ricardo Bellver, El Ángel Caído. Por primera vez me di cuenta que la peana que sustenta al diablo, era octogonal. Geométricamente una pirámide truncada. Y en su base, cada una de las ocho caras disponía de una máscara con los atributos de Lucifer. Ocho caretas aparentemente diferentes, con serpientes lagartos y seres repugnantes. Tomando el perímetro del monumento como una circunferencia, siempre equidistante al eje del pedestal de la estatua, y situado enfrente de esos rostros monstruosos, enfoqué un plano angular del demonio, marcando virtualmente ocho radios iguales. De esta forma conseguí ocho vistas de esta imagen. Con el sol situado a la misma hora, el resultado fue de ocho enfoques que nos daba una idea completa a 360º. Seguidamente realicé otras ocho tomas desde las mismas posiciones, pero esta vez con un teleobjetivo de aproximación. De forma que el ángel saliera con su rostro y parte de su cuerpo en un primer plano. Con estas ocho fotos he obtenido ocho ángulos de visión contemplando todo el poder asimétrico que tiene la reproducción diabólica. No conforme con estas dos vueltas, llevé a cabo una tercera enfocando, uno por uno los rostros que me habían servido de punto de referencia en las tomas anteriores. Ahora tengo que examinar la riqueza de matices que tienen los ocho seres horrendos, que nunca yo había mirado cara a cara. Esta experiencia es una oportunidad para descubrir la utilización del número ocho por dos escultores separados por casi cuatro siglos. ¿Casualidad? ¿Recurso arquitectónico? ¿Solución escultórica? ¿Dominio de la estética? ¿Libertad creativa? No lo sé, seguiremos indagando. No obstante, mi iniciativa personal reclama una novena opción. Es una fantasía, ilusión u osadía, pero sueño encontrar en ese lugar, en la plaza del Ángel Caído, un camión grúa que desafiando cualquier norma de seguridad y del Ayuntamiento de Madrid, me alojara en su cubil y pudiera hacer tomas por encima del cabello al viento del rey de los infiernos. Me sentiría como el mismo Dios. Viviría una experiencia que rebasaría la satisfacción del fotógrafo; Mirándome a los ojos, manteniéndome la mirada como si de Dios verdadero se tratara, y todavía me seguiría gritando aquello de: ¡NON SERVIAM!
ILUSTRACIÓN CON EL REPORTAJE FOTOGRÁFICO REALIZADO
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