Ensayo
Nunca he sido una mujer, siempre he sido un ser humano. Son los demás los que me quieren ver como un par de jambas sin cabeza.
La conducta del macho ibérico aunque está marcada por el aspecto sexual y genital, se ha proyectado en todos los órdenes de la vida; Había que estar en guardia para que la especie se conservara. Una noticia desfavorable para el macho ibérico era que le comunicaran el nacimiento de una niña, sobre todo si era primogénita. Se perdía una oportunidad de perpetuar la especie. Los problemas se agudizaban cuando su hija era cortejada por un hombre que venía para hacerla suya. Si albergaba la sospecha de que uno de sus hijos varones, era maricón, entonces ardía Troya.
Volviendo a sus formas, no se podía permitir ningún atisbo de amaneramiento femenino en ningún hombre, desde muy niño. En la forma de hablar rayaba en la grosería, se expresaba a base de tacos y en los pueblos hasta blasfemando. Había profesiones vetadas para hombres y si se ejercían eran perseguidos por maricas y afeminados. El macho ibérico rechazó el pelo largo porque era de mujeres. Los colores que no fueran el gris el negro o el marrón, estaba fuera del espectro de las vestimenta del macho ibérico. Los hombres debían reprimir los abrazos efusivos y los besos con otros hombres, salvo padres y hermanos, ya muy avanzada la década de los 70. Un macho ibérico “no entiende de hombres”. No sabe si un hombre es guapo o feo. En el universo de la fotografía, el fotógrafo siempre es el hombre y la mujer la modelo. Si de desnudos se tratara, las sesiones fotográficas están llenas de machos y sólo una mujer es la desnudada y la sometida a los disparos de ellos, los hombres. Cuando el macho ibérico tiene que tomar parte de un jurado; donde se evalúan imágenes artísticas, creativas y eróticas de hombres desnudos, las fotografías les abrasan en las manos. No saben qué hacer con ellas. Pierden todo juicio y criterio. Un hombre desnudo, si no está junto a una mujer, estamos ante el tema tabú de la homosexualidad. El macho ibérico no sabe, no contesta…
En este recorrido sobre la personalidad del macho ibérico, no podemos olvidar su arraigo cultural. Las aficiones que al macho ibérico le fascinan son aquellas que antropológicamente le identifican con lo ancestral; identificación con la tribu de la cual se siente parte. Mayormente son las corridas de toros los eventos que más valores comparten con el macho ibérico; el valor, el riesgo, la conciencia tribal de estar perpetuando algo casi eterno. El torero ciñe sus atributos masculinos frente al toro, como si estuviera desnudo. Es como si el poder sexual fuera decisivo, también, para triunfar con la bestia. Las faenas de los toreros se realizan en presencia del pueblo; presidiendo el evento el representante de la tribu, de la casta, que son jueces de su bien hacer. Pañuelos blancos vitorean al diestro que obtiene trofeos a costa de la sangre del animal. Estableciendo un paralelismo con el derramamiento de sangre en el momento de la ruptura del himen con la pérdida de la virginidad. En la puesta en escena siempre hay una mujer, también perteneciente a la misma casta, que vive, se excita y sufre, como si de un drama se tratara. El macho ibérico no asiste a una corrida de toros como a un espectáculo; vive la fiesta como una celebración nacional donde está en juego el valor de un hombre frente a su destino, aclamado con sus compatriotas. La fiesta taurina mantiene un maridaje indisoluble con el mundo de la música genuina ibérica, la copla hispánica y la tonadilla española. Es verdad que el macho ibérico no se conforma con ser español del siglo XXI, sus raíces se hunden en la Hispania romana y la Iberia de los celtíberos. La copla es un género popular que canta los avatares del torero y la tonadillera. El mozo de confianza y la ganadera noble o la poesía que narra la trágica muerte de un torero, “a las cinco de la tarde”. Los cantantes de pasodobles son auténticos juglares de las grandezas de matadores, rejoneadores y banderilleros, frente a nacionales y extranjeros, potenciando los valores raciales. Suprimir la fiesta nacional por antonomasia, es mutilar al macho ibérico. En los encierros y en las tardes de toros de los pueblos más pequeños, los niños se avezan en auténticas carnicerías arrastrando por sus calles a los novillos con sus despojos; siendo aplaudidos por sus padres y abuelos orgullosos de que la estirpe no se pierda. Es muy difícil mantener que un adolescente que prueba su hombría delante de un toro, no sea capaz de dar la talla con una mujer en la cama. Además el adolescente tiene la garantía de que sólo las sábanas en las alcobas son testigos mudos de las debilidades del futuro macho ibérico. El silencio de la mujer siempre ha protegido al hombre que debía de ocultar sus miserias sexuales: Dificultades en la erección, raquitismo de su miembro viril, eyaculación precoz, gatillazos puntuales, insatisfacción de la mujer, ausencia de creatividad en suma. La presencia de la mujer en el ruedo ibérico de los toros, ha sido breve y se pierde en la lontananza de los tiempos. Para el macho ibérico es contra natura que una hembra quiera epatar a un macho; precisamente en lo más genuino del hombre ibérico. Enfrentarse a un toro en el coso, abrumado de pañuelos alados vitoreando su faena y tiñendo el albero de rojo y blanco. Esa puesta en escena sólo se consigue cuando el protagonista es un macho ibérico, portador de órganos genitales externos. Dicho de otro modo “porque tiene un par de cojones”. Ligado a la cultura de lo taurino está el brandi; sobre todo una marca cuya publicidad estaba ligada a la silueta de un toro. Cuando la Unión Europea suprimió los grandes carteles al borde las carreteras, el Gobierno indultó al Toro de Osborne. Esto suponía un espaldarazo a la lidia nacional, al aguardiente bebida de hombres y al macho ibérico. La cazalla y el orujo son bebidas típicamente del acreedor de este título con nobleza ibérica.
Otro aspecto que define al macho ibérico es el requiebro y el piropo. El requiebro sería la forma de seducir con galanterías verbales, un caballero hacia una dama, en encuentros, en paseos o calles. Se conozcan o no. El piropo se acerca más al perfil del macho ibérico. Es más atrevido, abandona las formas de cortesía y suelen estar lleno de picaresca sexual. A veces el piropo se convierte en un acoso de mal gusto, que solamente cumple su objetivo exhibicionista del macho ibérico ante su pandilla. Bien es verdad que si los piropos son echados por hombres de zonas del sur, de clima más caliente, conservando el aspecto erótico, añaden un gracejo simpático, agradable y hasta poético. El piropo que se practicaba por imitación de modelos, ha caído en desuso. Pero en el siglo pasado los adolescentes, para hacerse los machos y los hombrecitos, acosaban y piropeaban a las chicas en la calle, porque así debía de hacerse para crecer en hombría. Había que mostrar la pasión y el deseo ante los transeúntes, para demostrar que se era un macho de verdad. En el tema de la potencia varonil, nada se presuponía, todo había que demostrarlo en público. La timidez, la cortesía, la educación, la nula voluntad de hacerlo, se podía entender como signos afeminados. ¿Qué? ¿No te gustan las mujeres? La duda había que disiparla. El macho ibérico no conoce límites a su prepotencia. Uno de los insultos más graves es decirle un hombre a otro hombre, marica, por ejemplo. Podía contestar algo así como: “Tráeme a tu hermana y verás cómo se lo demuestro”. La situación podía aparentar un tanto trágico-cómica, pero situar a una mujer ajena al duelo entre machos ibéricos, en el campo de batalla, era utilizar la dignidad de una mujer para defender la bravura machista de un hombre, por el único motivo de probar que es un macho ante una mujer que para ellos sólo era una hembra.
Otras aficiones ligadas a los ancestros del macho ibérico, son sin duda la caza y en menos medida la pesca. Ir en busca de la presa presenta un paralelismo con el apareamiento del animal en celo con la hembra. Un ritual de posesión relativo al cortejo que el hombre hace en busca de la posesión de una mujer. Hay cazadores que no participan de la comida del animal cazado. El placer se queda en el acto en sí. Satisfacción de haber poseído la presa perseguida; satisfacción de disfrutar más con el trofeo que con el banquete ofrecido por el animal cazado. El macho ibérico degusta más del triunfo de la conquista, que de la mujer conquistada. Sobre todo si lo cuenta después a sus amigos. Porque para él la demostración de su poder y la propiedad que supone la mujer conquistada, es la garantía del deber cumplido y la perpetuidad de la raza. Hay otros puntos de atención del macho ibérico que le confirman como un ser racial, aunque sean más locales y considerados como menos nacionales. Pero siempre estarán relacionados con la fuerza, con el poder y todas aquellas virtudes atribuidas al macho precisamente por serlo. Por poseer atributos sexuales que no sólo sirven para la procreación; sino que son símbolos de superioridad y de perfección. Los atributos sexuales del hombre, también en la Antigüedad, constituían una reafirmación de su virilidad. Para testificar en un juicio y decir la verdad, los romanos estaban obligados a cogerse los testículos con la mano en señal de testiguar, “atestiguar”, procedente del latín testificare, compuesto de testis, “testigo”, y facere, “hacer”. Remarcando la simbología del poder que otorga el sexo masculino, la palabra latina testículus, que significa “testículos de la virilidad”, está compuesta de testis “testigo” y el diminutivo culus. La etimología nos lleva de determinar que los testículos serían una especie de testigos menores.
Pero el gran punto de referencia que se convertía en el vigía del macho ibérico sería, la persecución del maricón, del marica, del invertido, del homosexual y ahora del gay, del afeminado en suma. En definitiva jaque mate al menos macho. A ese se le niega “el pan y la sal”. La reafirmación del macho ibérico la obtiene a costa de aplastar al hombre más débil, sintiéndose obligado a emprender una cruzada para salvar la especie del macho ibérico que se veía amenazada. El perfil que atribuían al homosexual era único: “Cuidado con éste que te quiere dar por el culo”. “Culo en pared que te la clava”. Si se tenía que aplicar un supositorio por prescripción facultativa, su respuesta era: “A mí por el culo, ni el bigote de una gamba…” Era la lucha por permanecer a la clase dominante. Se consideraba como el superviviente de la selección de las especies, el resto de los hombres no tenían derecho a vivir. La potencia sexual de nuestro héroe, se ciñe a disponer en todo momento de una miembro viril en erección, sin opción al gatillazo; palabra temida por aquellos que se creían que su órgano sexual no estaban sometido a las debilidades fisiológicas comunes. Su longitud de 25 ó 30 centímetros y un diámetro en armonía con su tamaño, nunca se encontraba en cotas menores. La impotencia eréctil era lo más temido por el macho ibérico. Todas sus expectativas sexuales se venían abajo. “Si no había una buena polla no había hombre” “Con buena picha bien se jode”. Pero hasta en este caso, el macho ibérico encontró solución con medicamentos que le paliaban su desdicha. No obstante, la falta de dureza en su miembro viril, solía ser por motivos psicológicos y los sexólogos y psicólogos le daban respuestas satisfactorias.
Pero la intervención quirúrgica de extirpación radical de la próstata, le podía dejar dos secuelas vitales para el rol del macho ibérico: Impotencia eréctil, “no se le ponía dura” y quedaba inservible para la procreación. No eyaculaba. Se había cerrado para siempre la fábrica de los espermatozoides. No hay duda que esto suponía un golpe muy duro para el macho ibérico. Pero si esto sucedía en las décadas correspondientes a la primera mitad del siglo XX, la situación revestía tintes de tragedia. Se acabó la estirpe de nuestro protagonista. Pero si este incidente quirúrgico sucedía al final del siglo XX y principio del XXI, el drama era menos trágico.