Ensayo
Nunca he sido una mujer, siempre he sido un ser humano. Son los demás los que me quieren ver como un par de jambas sin cabeza.
El macho ibérico podría ser cualquier animal, que perteneciera a una especie particular de la península ibérica, en riesgo de extinción. Pero este ensayo se va a ocupar de otro animal, en este caso racional, como es el hombre. Viene acuñándose el apelativo de macho ibérico, al referirse a un varón de características genuinas oriundo de España, que en un tiempo se denominó Iberia. Es tanto como decir que es la raíz del españolismo, puesto que ibérico es el gentilicio más primitivo que se conoce. Cuando se dice que este hombre es un macho ibérico, se quiere afirmar y definir que estamos ante un ejemplar, que conserva las más puras esencias del hombre. Se considera más hombre que el resto. Sus características, poder, fuerza y atributos masculinos, le hacen el portador de los valores tribales de la raza a la cual pertenece. En este breve trabajo sólo se puede tratar, por razones obvias, el macho ibérico de la segunda mitad del siglo XX. Desde los años cincuenta en adelante, la sociedad española ha arrojado suficientes muestras, como para configurar el perfil del macho ibérico de nuestros días. Aunque la civilización del siglo XXI está declarando la guerra a este espécimen, aún quedan reservas particulares donde no falta quien pretende vedar su caza.
En la década de los cuarenta al abrigo del imperio del nacionalcatolicismo, el macho ibérico obtiene la bendición sagrada de la supremacía sobre la mujer, como reafirmación de su virilidad. No obstante la religión no le reconoce el uso de sus atributos sexuales, hasta que no llegue al matrimonio. La sociedad, sin embargo, es permisiva con los usos y abusos de su conducta sexual. Y podemos asegurar como base de este ensayo, que el poder del macho ibérico está basado en ser el más en todo, pero de forma expresa en su potencia sexual. Podía fornicar con quien se dejara. Cuanto más joven y más veces, más macho y más hombre. En cambio, la mujer debía ir virgen al matrimonio. El macho ibérico imita a sus progenitores; desahogándose con las prostitutas u otras mujeres que se prestaran a ello, pero su novia oficial permanecería virgen hasta el altar. Sus formas no podrían confundirse lo más mínimo, con la sensibilidad y ternura de un niño y mucho menos con la amabilidad y buenos modales de una mujer. Su aspecto despreocupado, mínimo de higiene y no siempre afeitado, daba la imagen de más macho. “El hombre y el oso cuanto más feo más hermoso”, se solía decir; había que huir del hombre acicalado que podía perder su hombría. Una vez contraído el matrimonio, venía la noche de “la primera vez”. Aquí las leyendas se sucedían a través de las épocas. Desde desgarros vaginales hasta eyaculaciones precoces, pasando por una gama de ausencias que dejaban a las esposas ahítas de desilusión y frustración. Su función era el placer y como consecuencia la procreación. La mujer estaba educada para servirle como su esclava desde la infancia.
El comportamiento del macho ibérico, insistimos una vez más, tiene su base de sustentación en la potencia que cree tener en sus atributos varoniles. Son el símbolo de poder sobre la mujer, en reñida competencia con los otros hombres, que siempre cree que son inferiores a él. De esta rivalidad y del complejo de inferioridad surge las sospechas que atentan contra su seguridad. Para reafirmar su primacía brotan en su interior herramientas a modo de armas cortas que son los celos. “A mí nadie me pone los cuernos”, suele exclamar. Y su actitud es semejante al de la fiera en celo, que le intentan arrebatar la presa que desea cubrir. Los celos siempre desbocan al macho ibérico por la pendiente de la violencia y hasta del crimen. Es evidente que este trabajo lejos de presentar un perfil del macho ibérico petrificado, rígido y único; pretende observar todas sus facetas, circunstancias y grados de pureza con relación al perfil más generalizado. No obstante, el hecho de que viva en sociedad y aparentemente adaptado a las costumbres comúnmente aceptadas, de puertas hacia dentro y aprovechando cualquier resquicio, se define y obra en consecuencia. Lo que comienza siendo un prototipo genuino, racial y tribal, con el progreso se convierte en un enemigo del ser humano, cada vez más peligroso para la sociedad. La comunidad avanza y el macho ibérico está atrapado en su salvajismo. Es difícil saber qué insulto soporta peor este personaje, si cabrón, que determina que ha sido burlado; o maricón que le define como todo lo contrario de lo que él se cree que es. Pero lo que más le aterra es que todo ello, sea o no sea cierto, lo haya sabido la gente. El escándalo corroe al macho ibérico y le hace perder su estabilidad emocional, física y psíquica.
Desde niño es conducido para que su casta se perpetúe. Había que comenzar a fumar a edad temprana. Los padres y progenitores se lo prohibían, pero la otra cara de la moneda es que era motivo de orgullo y muestra de que ya se estaba haciendo un hombre, un macho ibérico. El tabaco también tenía su homologación según de qué fumador se tratara; Tabaco rubio para señoritas y tabaco negro y picao para los hombres. Ideales era la marca del macho ibérico. Los cigarros puros se reservaban para los mayores y en las bodas y bautizos. Cuando los chicos llegaban a su pubertad o adolescencia, las consignas eran claras, sobre todo en los pueblos: Id al baile y apriétate contra la chica y si puedes, ¡a meterla mano! Si los padres tenían hijos e hijas, la madre se ocupaba de dar las consignas contrarias a las chicas. El macho ibérico contabilizaba sus logros genitales, que no sexuales, ni eróticos, a razón de los polvos que echaba. Jamás por orgasmos de su compañera. Aunque la educación sexual fue avanzando, el macho ibérico, siguió ignorando qué era el clítoris de la mujer y si podía o no hallar su punto “G”. Las relaciones en la cama eran una demostración de potencia sexual, siempre en el plano genital. La penetración vaginal como prueba de la posesión del varón y la mujer de total sumisión. El papel del macho ibérico es activo y el de la mujer pasivo. Tampoco ha renunciado a la felación y la penetración anal de su mujer. Dentro de la parcela de poder de este perfil de hombre, está el buscar fuera del lecho conyugal, las relaciones viciosas que antaño había mantenido con las prostitutas. Y que ahora no deseaba hacer con su mujer o bien porque a ella no le apetecía. Aquí estaba el límite para evitar los abusos y las violaciones dentro del ayuntamiento marital. No olvidemos que uno de los fines del matrimonio canónico es el remedio a la concupiscencia. Y para ello estaba el débito conyugal; la mujer no se puede negar cuando el marido se lo pida. El macho ibérico ha estado siempre cubierto por el manto de la permisividad del entorno social. Las relaciones y la comunicación que el macho ibérico ha mantenido con su entorno, siempre ha sido ejerciendo su poder y la primacía del hombre sobre la mujer. En el ambiente familiar, en el clima social y en el nivel laboral. Mencionando de una forma muy específica, su proyección en la política y en las leyes. Con este estado de cosas, se acuñó en los años 70 y 80 el término machista y su oponente el feminista. Pero aún tuvo que pasar mucho tiempo hasta que el macho ibérico, lejos de ser el eje del sistema, pasara a ser un enemigo público. El macho ibérico creía tener, sobre todo en sus atributos esencialmente animales, la superioridad exclusiva y excluyente. No admitía a nadie de otro clan o raza y tampoco aceptaría que una hembra de su raza cayera en los brazos de otro hombre que no fuera ibérico. De aquí que sintiera cierta envidia a los aparatos genitales de los hombres negros, a su cuerpo y su fuerza. Y las mujeres mulatas las consideraban más apetecibles como satisfacción puramente carnal, al margen del colectivo de mujeres de toda la vida. Aquellas que consideraba propiedad suya. Estábamos ante un machista y racista; donde el mestizaje no tenía lugar y sobre todo en igualdad y respeto.
Es evidente que el macho ibérico debe la fama a su publicidad. Los actos que comprenden el conjunto de su comportamiento, son pregonados por el mismo haciendo loas de sus logros y grandezas; “me he tirado a tantas o cuantas en tales o cuales circunstancias”, ocultando los posibles gatillazos. He conseguido cinco eyaculaciones manteniendo la erección y sin sacar el pene. Dicho de otro modo: “La eché cinco polvos sin sacarla y manteniéndola dura todo el rato”; Sin preocuparle si su pareja había sentido algo parecido a un orgasmo. El macho ibérico proclama que a él nadie le obliga a la profilaxis. Está exento de usar el condón con mujeres ajenas a su matrimonio. Y tendrá todos los hijos que le vengan y sólo si la necesidad le apremia, optará por el coitus interruptus o el preservativo.
El servicio militar contribuía a remarcar el perfil del macho ibérico; preparado para la milicia en condiciones rudas, afloraba la vocación de ser el más duro, el más valiente, el más aventurero, el más hombre con las mujeres y si era marinero, capacitado para tener una mujer en cada puerto. La Legión ha sido el lugar de la milicia donde más se ha ostentado la categoría de macho ibérico. El Caballero Legionario, el Caballero Paracaidista son títulos que están ligados a los atributos más varoniles del ibérico solar, es decir Iberia, Hispania o España. Pechos velludos, descamisados, desfiles ágiles y rostros altivos. Las imágenes grabadas en sus brazos son una añoranza perpetua de su participación en desfiles pasionales de la Semana Santa, portando imágenes al límite de sus fuerzas.
La publicidad que hace de sí mismo es engañosa en su mayor parte. Engrandece sus logros y omite sus fracasos. Pero sin ella el macho ibérico no es nadie. Este comportamiento en verdad ha ido evolucionando paulatinamente. Las libertades conseguidas, los derechos sociales y los medios de información, han ido mostrando al macho ibérico que el acto que él entendía como genital exclusivamente, era sensual, sexual y erótico y que podía gozar con todo su cuerpo; siendo recíproco con el placer de su pareja. Y fue cediendo terreno a favor de su compañera; Descubrió el clítoris y su forma de estimularlo con la lengua y con la yema de los dedos. Practicaba posturas, como el llamado “sesenta y nueve” o el “beso negro” que le hacían compartir más el gozo. Y hasta acudía al sexólogo para encontrar su realización, más como hombre que como macho. Se limaron sus asperezas en el trato con la mujer y no descartaban admitir y adquirir modales más delicados afeminando su rustica imagen de macho indolente. Pero estos logros sirvieron para disminuir su presencia imperante, pero no para conseguir su desaparición.