Vivimos tiempos en que todo está permitido, como la justificación de los criminales para tener eco en una sociedad que ha olvidado los principios morales. Las jaurías, los monos escandalosos se hacen respetar.
El error letal contra la democracia fue considerar igualitariamente los derechos de quienes pretenden desintegrarla. Demasiada ventaja para los forajidos que convierten la libertad en libertinaje al amparo de una ley injusta contra los ciudadanos honrados y dignos. Desde hace tiempo y acaso como una planificación premeditada contando con el ignaro apasionamiento de una prole desorientada, algunos jóvenes maman las debilidades del sistema que permite que los delincuentes equiparen sus derechos con los de las víctimas. La tendencia es transformar en héroe al desalmado; lo santifican y enaltecen como ejemplo de venideras generaciones. No hay solución con seres amorales, pedazos de carne con ojos sin sensibilidad ni cultura.
Intercambiando opiniones con estudiantes que denuncian la situación, corroboré la sospecha de esta decadencia visceral. El futuro de la indigencia cultural en realidad es el presente de lo que se fragua en las universidades. Grupúsculos de fracasados, unidos en la mediocridad, se conforman en un frente popular de vagos que pretenden cambiar la sociedad para malearla a medida de sus inutilidades.
El extremismo solo necesitaba un nuevo germen donde sobrevivir y expansionarse. Las nostálgicas generaciones del sectarismo arbitrario se han juntado con las nuevas que se creen lo que se les dice por no molestarse en saber lo que se ha escrito. La ignorancia es un valor añadido en la radicalidad que reinventa la historia y se la cree. Con razón puede llamarse generación perdida a la que no se integra con el continuismo constructivo que hizo posible una libertad constituyente durante décadas.
La Universidad se ha convertido en el foco desintegrador de las libertades mantenidas durante cuarenta años. El fundamento de los mediocres que inspiran violencia para conseguir propósitos destructivos está asentado en el inconsciente colectivo de los que eligen la beligerancia a la oportunidad de futuro; en realidad, una actitud lógica de resistencia activa por la deficiencia de preparación profesional que augura nula capacidad competitiva. Es más fácil la confrontación y la holganza de la rebelión contra todo aquello que no se puede superar en condiciones de integridad personal. Vence así el afán delictivo disfrazado de voluntad social y camino vamos de la desintegración jaleada por miríadas de osados desestabilizadores sociales que acabarán siendo víctimas de sí mismos después de perjudicar al resto. La ignorancia no posee límites en sus osadas ambiciones.
El desconocimiento visceral ha derivado en una «kultura» aceptada por una muchachada errática. La consigna estriba en la ruptura de reglas sociales como de las ortográficas. Un todo vale en la igualdad que los acomplejados y aprovechados del sectarismo han impuesto como religión a la sociedad que no ha sabido defenderse de sus múltiples depredadores que buscan vanaglorias y beneficios tabernarios al margen del interés mayoritario.
La democracia ha engendrado sus propios monstruos. La libertad mal entendida se convirtió en el sueño megalómano de mamarrachos llamados a hacer historia en cuanto se les ha dado un poco de cancha mediática. No hay nada peor que un energúmeno con aires de grandeza que sale de las cuatro paredes de sus ensoberbecidas veleidades para convertirse en dueño de un mundo idiotizado a su imagen y semejanza.
Se quiere implantar la sociedad igualitaria del demérito y el conformismo, la guillotina que precede al régimen socialista que preconizan no ya los extemporáneos sino los malintencionados con ínfulas de poder social. Perverso y anacrónico es el sesgo revolucionario por la inspiración de la mediocridad. No parece existir salida de este dédalo de la disociación, pues la putrefacción era cuestión de tiempo y su fetidez conlleva guías endiosados que nos llevan al punto sin retorno de la intolerancia y el fanatismo con el consentimiento tácito de las futuras víctimas. Buscaban un relevo generacional de ignorantes capaces de transgredir el orden establecido y la cultura del esfuerzo. Ese tiempo ha llegado y todo es posible con estos zombis cómodos de la vaguería y el fracaso personal como victoria colectiva.
La cultura del país se ha convertido en una inercia residual sin preparación académica genuina y de calidad, precisamente porque los responsables como relevo generacional han pervertido la enseñanza basándola en la igualdad sin mérito y desechando la constancia del esfuerzo para conseguir metas. El colofón social es el del fracaso plural para que nadie pueda ser reconocido por su capacidad de trabajo y obtener un rendimiento acorde al esfuerzo. Cuestión la del mérito personal que, llevados muchos por la ligereza en la comprensión de conceptos que no entienden, es un vestigio reaccionario de una sociedad fascista… Cuánto daño social ha hecho la deficiencia escolar en la comprensión de textos.
La vía libre al populismo está en ciernes con un cambio drástico que ha posibilitado el germen de esa igualdad donde los burros desean campar por sus respetos pugnando por los méritos políticos. El ejemplo de la corrupción ha entronizado a aprendices de corruptos en nueva era que pretenden imponer un régimen radicalizado; obligar a pasar por el aro del fracaso estatalizado, siguiendo el ejemplo de lo bolivariano, a una España que hasta ahora no ha sabido defenderse de sus amenazas sino aplazarlas.
Constantemente avisados de las intencionalidad más que nunca presente, es obligado obrar con prudencia y firmeza en estos tiempos en que algunos pretenden la convulsión mediante un borrón y cuenta nueva que la mayoría de los ciudadanos no desea calcular sospechando sus imponderables consecuencias.
Mal entendiendo lo que es la libertad frente a la intención liberticida de quienes la argumentan para conseguir propósitos nada democráticos, se ha facilitado todo tipo de capricho excluyente en un país que flaco favor se ha hecho en pro de la convivencia integradora y pacífica. El despertar en tromba de las dispares ambiciones sectarias conlleva la desintegración de esa democracia por la que lucharon los veteranos sin importar ideología. Relegados ya por una nueva generación de cómodos reinventores de la historia que la moldean ignorantemente a capricho con el revanchismo absurdo y la desmedida ambición protagónica de líderes de pacotilla convertidos, por la estupidez de la inconsciencia y la chulería de lo intransigente, en admonición consentida por designio de sufragio universal. Ahí es nada.
Democracia contra democracia, verdugo de sí misma. La que empuña ahora el arma de sus flaquezas morales para aniquilar el espíritu de su propia esencia cuarenta años después; la esencia basada en la fortaleza de sus grandezas minimizadas por el paso de un tiempo que nos parece llevar si nos descuidamos, inexorablemente, a repetir los mismos errores históricos.