En la calle Brezska el pasado agoniza y los edificios amenazan con caerse a pedazos, pero comprendes que Varsovia no sería la misma Varsovia sin esta arteria por donde quedan más rastros de cerveza y vodka que de vida diurna.
Varsovia ha sido reconstruida ladrillo a ladrillo, es por tanto en esta calle y en su barrio de Praga donde aún palpita la Segunda Guerra Mundial al ser lo único que respetaron los bombardeos alemanes. En la calle Brezska las ventanas con forma de tablas de Moisés nos recuerdan que ninguno de sus vecinos regresó del infierno para contarlo y los impactos de bala de los muros son testigos del fracaso de sus habitantes en su titánico alzamiento contra los nazis.
En un intento por reinventar una zona que cayó hace mucho en el pozo de lo marginal, un mural nos hace saber que por allí pasó algún artista con intención de transformar el mundo, aunque el arte y la vida bohemia se acabaron instalando justo unas esquinas más atrás, dejando al peligro correr a sus anchas por aquí. No hay ninguna frontera, pero los pocos turistas que merodean en busca de las calles que quedan con auténtico sabor varsoviano pronto intuyen que no son bien recibidos, que solo hay amor para las vírgenes de los altares que siempre habitan en los patios interiores, donde no hace falta ser un lince para captar que los índices de desempleo y alcoholismo son tan altos como picas.
Mientras que en el resto de la ciudad hay prisa por encajar en el mundo de los centros comerciales que hacen su agosto con nosotros cualquier día del año, en esa misma calle se accede a un mercadillo ajeno a los tiempos que corren donde el producto de oro son los vestidos de novia, trajes y accesorios para bodas y comuniones. Ya no hay muchachas que busquen zapatos ni flores para el día de su boda, pero entre un montón de puestos abandonados los últimos vendedores aguantan como espartanos para atender a clientas con edad de haber saludado a Stalin en persona.
El valor de la calle Brezska es que puedes imaginar la Varsovia que ya solo existe en imágenes en blanco y negro y respirar la Guerra Mundial más allá de los episodios que nos han contado. De hecho, sus últimos visitaRoman Polanski y el actor Adrintes de lujo fueron el director de cine en Brody, porque la eligieron para algunas escenas de El pianista, solo fue necesario levantar un muro de tres metros para recrear lo que pudo haber sido el gueto judío.
La vieja calle Breszka es hoy en un renglón torcido en la reconstruida Varsovia que aún no ha encontrado su sitio, aunque en este mundo donde casi nada sucede como imaginas es posible que el turismo atraído por el mito del cine la reconquiste de nuevo, que entre despistados viajeros japoneses, guías y autobuses, la calle Breszka encuentre un futuro más optimista, sin cristales rotos.