Chesterton ya lo advirtió: «El peligro contra el cristianismo no vendría de Moscú, sino de Manhattan».
Con la desaparición de D. Trump de la Casa Blanca, Biden y Kamala Harrys, quieren convertir a los Estados Unidos en una democracia despótica. No lo vimos venir, no quisimos verlo entre su silencio, benigno, suave, y maternal. Este despotismo es más letal que cualquier otro que hayamos vivido anteriormente, ya que somete a los espíritus desde dentro. Cambiando, modificando subliminalmente nuestra alma, hasta dejarnos irreconocibles.
El mundo cristiano en especial el occidental, se encuentra ante el mayor ataque religioso que nuestra civilización haya tenido que enfrentarse desde la caída del Imperio romano. La crisis cultural, ideológica, educativa, religiosa y moral afecta y ha contagiado a todos los estamentos por igual, sean estos políticos o religiosos, afectando tanto a partidos políticos como a cualquier denominación cristiana, protestante, católica u ortodoxa.
Son muchos los colegios religiosos e iglesias que se han pasado al lado progresista de la educación, acogiéndose a una mezcolanza de ideas paganas, desnaturalizando la propia verdad. Está corriente esta socavando los verdaderos cimientos de nuestra civilización, pensando nada más que en su propio beneficio materialista.
Habiendo diagnosticado el cáncer que está afectando a nuestra sociedad hay que tener en cuenta, que no debe ser un canto al pesimismo, sino a la lucha en oración y palabra por recuperar nuestras instituciones, para que nuestros nietos no tengan que vivir en un mundo distópico.
Necesitamos terapias basadas en comunidades activas, que pongan a Dios en el centro del altar, de nuestras vidas y familia. Esta es la solución y no una lucha por cambiar cuestiones sociales y jurídicas, que han demostrado las carencias por sí mismas, al estar basadas siempre en el beneficio de unos pocos, descentralizadas de la propia realidad social.
De lo que estoy hablando es de una lucha contemplativa y de acción, como bien hablaron en su día Aristóteles o Teresa de Jesús. Si logramos esto, con cierto método, y estrategia, todo lo demás se nos dará por añadidura, pues ese centro en Dios y en la vida litúrgica, de comunidad, sacramento y oración, contribuirá a regenerar de dentro a afuera nuestra propia persona, familias, comunidad y finalmente a nuestra sociedad, como por desbordamiento y contagio.
Necesitamos despertar, ya que la mayoría de las iglesias de nuestro tiempo se encuentran con guías que están ciegos y dormidos. Como dice el escritor del libro La opción benedictina, Rod Dreher: «Si la Iglesia tiene tan poco poder, tan poca influencia sobre la cultura, es porque se ha dejado asimilar por la cultura secular. Tenemos que recuperar lo que podamos, mientras podamos, porque una noche larga se aproxima».
El pastor baptista Russell Moore dijo hace unos días: «Gracias, Dios, por acabar con la cultura cristiana, porque ahora la gente que viene a las Iglesias es la que realmente cree». Eso es mejor que llenar iglesias solo porque la idea de ir a la iglesia es socialmente respetable.
Necesitamos personas comprometidas en esta guerra si queremos resistir lo que viene. No podemos como dice el Papa Francisco, ser solo amables, buenos y pacientes, porque con ser solo amables y buenistas no vamos a conseguir grandes cosas. Como dijo Dreher en una entrevista: Tenemos que luchar tanto como podamos con las armas que tenemos, la política y la ley, pero si perdemos, ¿Entonces qué? No vamos a disolver nuestras Iglesias, tenemos que encontrar otra manera de luchar, luchar mediante una «guerra de guerrillas».
Como en la película Cuarto de Guerra, necesitamos buscar esa habitación donde dedicar nuestro espacio a la oración, donde guerrear sea nuestro propósito, por nuestra familia, nuestra sociedad y nuestro futuro.