Lo primero que llama la atención en el fenómeno de las hermandades y cofradías es que es un fenómeno extraño.
Me explico por si alguien malinterpreta esta afirmación tan rotunda. Es un fenómeno pujante (hablo del ámbito de Andalucía y, más en concreto de Málaga, que es el que mejor conozco), por lo menos desde un punto de vista cuantitativo. Cada vez hay más organizaciones cofrades y cada vez son más sus actos e iniciativas. Sin salir de Málaga capital, a los largo del año, y no sólo en la Cuaresma, es raro el día que no hay alguna iniciativa cofrade, que puede ser desde un traslado a una charla, desde un acto solidario a una exposición, desde un acto litúrgico a un concierto.
Esa exuberancia contrasta con la secularización galopante que vive nuestra sociedad occidental. Fenómeno que tiene una antigüedad de siglos y que en los últimos tiempos se ha acelerado, de forma muy especial en España, último país occidental que, en pleno siglo XX, ha mantenido un sistema político con un fuerte fundamento confesional. Secularización: pérdida de las referencias cristianas en todos los ámbitos: la política, la moral, el arte, la familia. Para comprobar este fenómeno bastaría irnos a los datos cuantitativos: número de seminaristas, asistentes a misa, matrimonios religiosos, etc. Está claro (hoy en la Red todos estos datos están al alcance de cualquiera) que las cifras de estos conceptos marcan una incuestionable tendencia a la baja.
Por eso comenzaba diciendo que las cofradías son un fenómeno extraño, a contrapelo del sentido de la historia, como los salmones que, en un su época de ovulación, atraviesan el río a contracorriente.
Las cofradías, en estos tiempos en esta época de abandono de lo religioso, son elementos de evangelización; tienen la función de llevar el mensaje de Cristo al hombre de hoy, tan secularizado, pero, al mismo tiempo, tan hambriento de trascendencia, tan perdido en un mundo falto de referencias sólidas.
Evangelizan de distintas formas. Fomentando la devoción y culto de sus imágenes, tanto en los actos públicos como en la liturgia; trabajando en la formación y en la difusión de las ideas cristianas; realizando labores caritativas (hoy se dice solidarias, pero prefiero la palabra genuinamente cristiana), etc. Lo resumo en tres aspectos: cultual, cultural y social.
Ahora bien, las cofradías además tienen que ser evangelizadas. Son las dos caras de la misma moneda. Por una sencilla razón: nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede enseñar lo que no sabe. Las cofradías son espacios donde sus propios miembros celebran la fe (liturgia, oración, adoración eucarística) y reciben formación cristiana. Son espacios donde los hermanos rezan los unos por los otros, vivos y difuntos. En estos quehaceres los cofrades se cargan de lo que después van a sacar a la calle, de lo que van a transmitir a la sociedad -esta sociedad que se aleja de Dios a pasos galopantes-.
Con expresión con la que la teología clásica distinguía los atributos divinos, las cofradías son evangelizadas ad intra y evangelizadoras ad extra.
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