Chantaje —en el que quien más quien menos participa mirándose el ombligo— que lesiona la credibilidad de un país obstinándose fatuamente, desde los cuatro puntos de la rosa de los vientos política, en buscar beneficios particulares sin el menor atisbo de conciencia social ni inteligencia de Estado.
Estando en ciernes terceras elecciones generales, las acusaciones de bloqueo se prodigan proporcionalmente a la intransigencia de unos y otros para facilitar gobernabilidad. No deberíamos caer en la tentación de posicionarnos a favor o en contra de las razones de los candidatos para esgrimir condiciones o negativas cuando lo que se hace necesario, literalmente, es un gobierno de salvación.
España se adentra en una etapa de transformaciones inéditas y arriesgadas desde que se sancionó la Constitución. Estando en juego el poder arbitrado con fines radicales, la próxima legislatura conllevará influencias desastrosas en las intenciones políticas como en las ambiciones sectarias; todo es posible en este disparadero de incertidumbre con la propia Constitución en el punto de mira de múltiples detractores sentados en el Congreso de los Diputados.
Con estas condiciones frente a toda estabilidad se explica que no haya juego limpio en la política española, como tampoco preocupación por mantener unas premisas de ética que valoren la situación de desgobierno por encima de los intereses partidistas. Con el tiempo hemos desembocado en vacíos legales, éticos y morales que no se rellenarán a base de medidas sensatas previendo el consenso. Esta época en la que nos adentramos con las decadencias actuales habrá de ser la recogida de una siembra de hondas corrupciones pasadas, permitidas desde hace décadas, a las que se ha pretendido poner coto demasiado tarde. Cuesta creer que nuestra democracia fuese el espejismo de una sociedad enferma que aparentó salubridad mientras múltiples parásitos la mermaban hasta el tuétano institucional.
Sin embargo, observando las expectativas sombrías, económicas, institucionales y de integridad territorial, se colige que España es pútrida en sus raíces y se ha alimentado de savia ponzoñosa que rezuma en los partidos políticos de vieja y reciente creación. Una moral acumulada de tóxicas conveniencias que las nuevas generaciones han asimilado estando contagiadas por sus despreciables influencias. De ahí el anquilosamiento de la funcionalidad democrática con un choque generacional-representado en los nuevos partidos-que se mezcla con la acostumbrada beligerancia del bipartidismo y los más que pujantes nacionalismos. Todos en el mismo saco de la incongruencia y el despropósito reiterados después de dos elecciones generales.
No hay diferencia entre la novedad y la denominada casta tradicional. Bastaba que algunos asomaran la pata para reconocer al lobo de este espacio depredador en el que los colmillos de tantos se mantienen afilados, esperando arrancar la mejor carnaza a costa de una España que parece haber aprendido muy poco de su transición desde la dictadura, reverdecidas además las consignas guerra civilistas.
No hay casualidad en el diletantismo por la demagogia y el populismo ni en la generalizada insensatez que mantienen a España con un gobierno en funciones y el ceño de unas terceras elecciones generales en el horizonte.
Chantaje —en el que quien más quien menos participa mirándose el ombligo— que lesiona la credibilidad de un país obstinándose fatuamente, desde los cuatro puntos de la rosa de los vientos política, en buscar beneficios particulares sin el menor atisbo de conciencia social ni inteligencia de Estado.
Quien no aspira a desmembrar la integridad territorial, pugna por quebrantar el equilibrio constitucional y modificar radicalmente las convivencias que nos han mantenido en paz democrática durante cuarenta años. Así poco nos van a durar las suertes de la disensión pacífica, forzando la situación hasta el extremo de carecer de norte, representación gubernamental y hasta del instinto colectivo de la supervivencia.
De este chantaje de pretextos y ególatras disposiciones enmascaradas de voluntad de partidos por mandato electoral, los principales perjudicados no serán ellos. Porque la clase política, una vez más, ejecuta el futuro de muchos, la carencia de gobierno presume mayor irresponsabilidad que justificará medidas impositivas y coercitivas contra los ciudadanos. No solo somos testigos impasibles sino también futuras víctimas de esta compulsión y mediocridad históricas.
Las razones tras la intransigencia pueden ser muchas, dispares y justificadas sectariamente pero no ante la mayor razón de Estado que insta a formar un gobierno. Cuanto antes evitar que a medio y largo plazo notemos los nocivos efectos de este contratiempo inspirado en la demagogia y la arbitrariedad para interpretar la elección de los ciudadanos en las urnas. Un chantaje disfrazado de voluntad popular que está dejando en evidencia a sus orquestadores y con ellos a toda la clase política que quiere gobernarnos después de dar un espectáculo lamentable de ambición sin escrúpulos.
Para unos es asaz evidente la peregrina argumentación de quienes evitan una investidura intentando garantizar su propia supervivencia, perjudicando los intereses de Estado que a todos nos afectan. Si obligan a votar en terceras elecciones tendrán marcado, inequívocamente, el camino del fracaso. Para otros cada vez es más evidente la influencia del presidente en funciones que mantiene hipotecado al electorado del Partido Popular; disconformes tantos exvotantes con la continuidad de una segunda legislatura presidida por el desconcertante e incumplidor Rajoy.
Son argumentos baldíos frente a lo que debería ser la practicidad de un empeño conjunto para robustecer un Estado de Derecho que se nos va de las manos sin gobierno. Nos hemos acostumbrado tanto al desvarío de la ingobernabilidad que no percibimos los peligros de esta situación; no en vano el desafío catalán ha echado el resto consciente de los desequilibrios e indefensiones que conlleva esta España desenfrenada y sin dirección. El germen de otros males se incrementará cuanto más indefensos nos mantenga la avaricia y el desconcierto. A este paso desprotegidos hasta diciembre, con lo que sería tercera vergonzosa cita electoral a la que nos abocaría con hastío este suspense-chantaje tan democráticamente insano.