¿De qué vivía un escritor en la España de los siglos XVI y XVII? Vivir en aquellos tiempos de la literatura era tan difícil como ahora y muy pocos podían permitírselo. Quizá un Lope de Vega, con ese nuevo negocio del teatro. Algunos escritores eran ricos y nobles por su cuna, como Quevedo, Garcilaso o Villamediana. No necesitaban de su pluma como medio de sustento. Otros se acogían al estado clerical y se hacían con algún puesto medianamente remunerado. Góngora es un claro ejemplo de tranquilo clérigo-funcionario que puede dedicarse a su obra sin problemas. Está también el cortesano, el que se busca un hueco a la sombra del Rey o de algún noble principal y vive de su mecenazgo (el del noble, claro). Es la versión antigua de las actuales subvenciones del Estado, teta de la que maman tantos artistas. Calderón de la Barca fue el dramaturgo de la corte de Su Majestad Felipe IV y eso le dio un status muy cómodo. Cervantes, sin embargo, no encaja en ninguno de estos grupos. Eso le supuso arrastrar problemas económicos toda su vida. No es famoso ni noble ni clérigo ni cortesano. Para un hombre como él quizá la única solución era buscar un hueco como funcionario al servicio del Estado, un Estado que comienza ya a desarrollar una gran máquina burocrática y cuyos puestos se van convirtiendo en un goloso reclamo.
Corría el año 1580. El pobre Miguel está cansado de tanto traqueteo aventurado por los caminos andaluces. No tiene una edad avanzada pero ya ha vivido de todo: la guerra, el cautiverio, los lances y aventuras más extrañas, la cárcel. Desea algo que le dé cierta seguridad y tranquilidad a su inestable vida. Hay un lugar que supone una aventura; cuyo solo nombre suscita sueños de riqueza: América, las Indias. Cervantes pretende un puesto burocrático en la administración de América y dirige un memorial al Presidente del Consejo de Indias, alegando sus largos años de ejercicio en el ejército. Algo así como lo que hoy sería presentar un currículum.
Pide y suplica humildemente cuanto puede a Vuesa Merced sea servida de hacerle merced de un oficio en la Indias, de los tres o cuatro que al presente están vacantes, que es uno de la contaduría del nuevo Reino de Granada, o la gobernación de la provincia de Soconusco en Guatemala, o contador de las galeras de Cartagena, o corregidor de la cuidad de la Paz; que con cualquiera de estos oficios que Vuesa Merced le haga merced, la recibiría.
Al pobre Miguel le da igual un oficio que otro, un lugar que otro. El 6 de junio de ese mismo año un relator del Consejo (un chupatintas cualquiera) escribe al margen de esta petición: Busque por acá en qué se le haga merced. O sea: búsquese usted la vida en otro sitio. Cervantes, tan español en muchos sentidos, también lo es en éste. En buscar afanosamente un enchufe. Y en que le den con la puerta en las narices.