Desde hace tiempo me borre del voto útil, de la papeleta del miedo y mucho más del sufragio del mal menor; me hice adicto del voto más barato. Votar al que me cobre menos, al que me salga más económico. Fíjense de que no hablo del que me pague más, un político jamás suelta su pasta, sino del que me esquilme menos.
Votar, hay que votar, por aquello de ser protagonista y no ausentarme cuando pretenden organizarme, joderme más bien, la vida. ¿Quizás votar en blanco? Si los votos en blanco sirvieran para dejar las poltronas del Congreso vacías, lo haría sin dudar, pero mi voto en blanco me lo roba alguien que se lo lleva sin mérito alguno. Puestos a participar activamente, y viendo el percal, prefiero votar en legítima defensa. Cuando todos los grandes partidos están al acecho de mi vida, no puedo menos que votar en defensa propia pues me considero agredido.
Algunos me agreden porque quieren devolver a mi país a la edad media política; otros, casi todos, porque llevan en su ADN legislar hasta los comportamientos en mi cama y en muchos casos quieren que les pague por ello sueldo de estrellas. Me agrede el que fuerza nuevas elecciones porque el resultado no le conviene. Tendré que defenderme de aquellos, todos, que recortan lo pactado conmigo o se lo gastan a manos llenas en cuestiones que no me solucionan un pimiento cuanto no en su propio mantenimiento.
Los británicos, para decir nones a la Unión Europea, han usado el criterio de defensa propia para poder ser dueños de sus propias decisiones y han votado que prefieren equivocarse libremente antes que vivir tranquilos por mandato de otros.
No entiendo nada. Parece infantil votar en defensa propia, o en legítima defensa, que es lo mismo, pero cuando quiere adueñarse de mí y de mi vida, ¿hay algún criterio mejor? ¿Alguien me lo explica?