Sobre el escritor Mario Benedetti se han dicho y escrito muchas cosas. Doy un par de ideas, sin intención de ser muy exhaustivo, que me temo puedan a contrapelo de la opinión general.
Primera. Se ha dicho y repetido de Benedetti que su poesía esa “sencilla” y “popular” (estos dos adjetivos se han prodigado con insistencia). Lo segundo, tomado en un sentido estadístico, quizá puede admitirse. Benedetti era un autor que “vendía” mucho y sus ediciones se multiplican. Si esto es ser popular, el autor uruguayo lo era -y posiblemente lo siga siendo- de una forma cuantitativamente comprobable. Pero “sencillo”, visto desde un punto estrictamente literario, no me parece en absoluto, al menos en su poesía. En la creación poética de Benedetti hay un continuo esfuerzo por jugar con el lenguaje, manipulándolo, sacando de él chispas y destellos, en ocasiones rompiendo las normas gramaticales. Inventa palabras (como su maestro César Vallejo) y recrea el lenguaje con un sentido realmente innovador. Es cierto que la lengua poética se acerca a la vida cotidiana y a sus prosaicas preocupaciones (“Poemas de la oficina” es uno de sus primeros y más famosos libros que se mueve en este sentido), pero es un parecido engañoso en muchas ocasiones o, al menos, un parecido que hay que interpretar. Lo cotidiano, como en Ángel González, como en Gil-Albert, es un valor de extrañamiento, un refinado juego poético. No es que la poesía se vuelva “vulgar”, es que lo vulgar se convierte en categoría estética puesto bajo el foco reflectante del arte. En este sentido Benedetti sabe jugar con los ritmos poéticos, dándoles una gran libertad, pero también un gran rigor. Juega con las estrofas clásicas como el soneto, con una maestría de artífice riguroso. Domina la técnicas literarias y su obra está llena de referencias, veladas o directas, a clásicos y modernos.
Segunda. También está (no me olvido) la parte política y “comprometida” de su obra, uno de los aspectos más famosos y llamativos de su personalidad literaria. Aventuro, con claras posibilidades de equivocarme, que, como en Pablo Neruda, esta será la parte menor perdurable de su legado. Hemos tenido ocasión de oír ahora antiguas entrevistas y de comprobar como Benedetti repite desde hace muchos años, sin que haya evidencia de haber evolucionado, los manoseados tópicos de la progresía hispanoamericana (“latinoamericana”, diría él) con una impavidez y una falta de remordimientos y una seguridad en los propios postulados, que sólo tienen los santos y los intelectuales de la izquierda. Ya se sabe: Estados Unidos es el gran origen de todos los males y el reino de la desigualdad, el atraso económico de Hispanoamérica tiene su raíz en la explotación colonial y en la “deuda externa”, Fidel Castro fue un político bienintencionado al que USA ha vuelto malo, el experimento de socialismo real supuso grandes avances para los trabajadores. Etcétera. Fue hasta grotesco cuando la periodista le pregunta si el llevaría flores a la momia de Lenin, y contesta que sí. ¿Cómo es posible, me pregunto, tener una exquisita sensibilidad para la poesía y una percepción tan simplista desde el punto de vista intelectual y tan hipócrita desde el punto de vista moral de las cuestiones sociales? Es un fenómeno digno de estudio, porque no es un caso aislado sino un hecho generalizado. Nombres como García Márquez, Neruda, Saramago engrosarían una larga lista de genios literarios, cuyas ideas políticas tiene la sutileza de un guijarro. ¿Cómo se puede tener el talento para escribir “Cien años de soledad” y luego codearse amistosamente con un sátrapa de la catadura de Castro? ¿Cómo al mismo tiempo puede escribirse esa maravilla de sensibilidad y comprensión de la condición humana que es “Todos los nombre” y declararse comunista, sin tener en cuenta el gigantesco genocidio social que ha supuesto en comunismo en todos los países donde se ha implantado? ¿Cómo, dicho de un modo simplista, se puede ser tan inteligente para unas cosas y tan ciego para otras?
Pienso a veces que el caso de Benedetti y de tanto otros, merece, más que una reflexión sociológica, una consideración psiquiátrica. El hombre es capaz, en una sola alma de aunar los sublime y lo ignominioso. Es lo que algunos psicólogos han llamado la “inteligencia escindida”. Cada parte de la psiquis funciona por su cuenta, como ignorando a la otra, de forma casi autónoma, muchas veces de manera contradictoria, en un caso parecido a la esquizofrenia o doble personalidad.