30 agosto, 2016
1910 Lecturas
¿Ética periodística?, no.
La metáfora no le pone. La conciencia, digo; ni la ajena, ni la propia con su verbo fallido, flácido, facilón, ya embotado en la bragueta el bulto de un cerebro libidinoso venido a menos, con la hiel de la decrepitud en los exiguos labios e inspirado por el paroxismo de una inane vanidad; deforme, jorobado, monstruoso no se mira en soledad al espejo, temeroso de verse a sí mismo sin el aplauso comprado. Le dicen farsante triunfal a base de ejercitar la adulación al poderoso y la puñalada trapera al descuidado. Sus miserables actitudes conmigo no le desmienten: lo significan más, imprudente confiado, en la miseria de sus sombrías destrezas y falseadas virtudes.
Da más pena que asco el académico sin solvencia moral que permite el abuso en el trabajo, acaso demostrando el poco valor que otorga él al suyo concebido desde la añagaza perpetua. ¡Ay, si hablaran los fantasmas del pasado que buscan en la justicia divina que se conozca al verdadero Anson en quien confiaron!
Su castigo es la existencia finita, la efímera gloria de la estulticia y de la ética cómoda que convirtió en vitalicia hasta que le escupa la muerte. Porque en la ancianidad huele a restos mortales que lo apean de las glorificaciones ególatras, Anson se merece a sí mismo con su conciencia sin el espejismo de sus logros caducos y triunfos a conveniencia.
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Cadáveres amontonados quedan como rastro de una ambición insana, preocupada por acumular honores y desperdiciar rectitud. Cadáver inequívoco en vida, su nicho está en el despacho de las pútridas cavilaciones donde sigue escribiendo con la credibilidad apestada. Muere cada día envuelto en la mortaja de la honra descompuesta. Le hiede la amoralidad y se le supura por la piel ajada la falsa disposición humanista. Atufa siendo un aprovechado que responde a las acusaciones de parasitismo, con su larga retahíla de premios conseguidos al precio de no pocas traiciones que algunos no olvidan.
Patético embaucador que por toda respuesta a su hipócrita condición personal y profesional, expone algunas de sus distinciones y premios conseguidas durante los anales de un tiempo cuyas consecuencias estamos padeciendo, después de vivir en un espejismo de una democracia amañada. Buitres, serpientes y escorpiones pulularon para dejar su ponzoña como legado a las generaciones venideras. ¿Estos son los premios de quien demuestra no ser honesto ni en el fondo ni en las formas que he denunciado? Basuras. Pena de necedad engalanada, marchita la condición personal, más le valiera al creso Epulón dar marcha atrás en las erráticas sendas de la escalada social que le dirigen al abismo de la ignorancia. Ambición obtusa de quien solo se ha preocupado de atesorar lo que nada se llevará al espacio de las penitencias que le reclaman.
¿Robar el trabajo ajeno sin inmutarse por la repugnante manifestación de insolvencia ética mostrada, propia de estafadores sin conciencia? No hay en España mayor ego en la decadencia de los valores humanos, ni peor honra mancillada en la crónica del Periodismo español. Por él mismo. ¿La desfachatez convertida en patente de corso y la grandilocuencia mostrada como instrumento para errar en lo moral? Falso y consentido, así se explica la trayectoria triunfal de las ruindades discretas y ladinas.
Anson está tan sepultado con premios y agasajos que se olvidó de ser persona. Rodeado de matones ejerciendo cultura se convirtió en jefe de su cosa nuestra olvidando el respeto por la integridad. Aprovechado del trabajo ajeno, embutido en el traje que le estrangula cómicamente el cuello, extravió la elegancia de la simulación con la que ha trepado el reconocimiento social que desmerece.
«Todavía no me he recuperado del calambre que me ha sacudido al leer La escritura negra de los lirios. Hacía mucho, mucho tiempo, que no disfrutaba tanto con la lectura de un libro como este, látigo que sacude el cerebro y el sentimiento».
Este erudito de las teatralidades dice poseer sentimientos hasta el punto de estremecerse después de haber leído a un poeta. ¿Este que escribe en verso y en prosa sus indecorosas falsedades? Oír poesía en boca de un cantamañanas por mucho prestigio que sea acaparado-ya se sabe mejor con qué modus operandi inherente al arribismo-incapaz de apreciar la grandeza que conlleva la honestidad personal, es como esperar el do de pecho de un asno o la generosidad de un sátrapa dejando vivir a un pueblo.
No, la metáfora no excita emociones ausentes. Al hiperbólico premiado no se la levanta ya ni una fémina arrimada ni el cine grotesco de la sexualidad pervertida de Almodóvar. La conciencia, digo, que se la trae floja. Su letra no tiene cojones, tampoco su alma. La valentía de la honradez se le ha derrotado con el paso del tiempo en que se ha desparramado de divagación y verbo insulso. Posee las mismas emociones espontáneas que las consecuencias de una lobotomía.
Hay que ser ridículo para defender la indignidad de sus actos con la retahíla de premios adquiridos en sospechosa podredumbre, evidenciado como ladrón de trabajo ajeno, hipócrita definido por sus actos y el pasar del tiempo que desenmascara sus honoríficas teatralidades como prohombre de unas conveniencias poco leales a la ética personal. ¿Dónde está la ética de Anson en esta guarrada que le califica por toda una vida?
Silencio.
Para más inri, cuando se nos pone halagador el silenciado caradura que mangó mi trabajo junto al deshonesto Vila y la comparsa de la Ortega-Marañón, la repulsión se acrecienta.
Fantasma, manifiéstate.