No hace mucho tiempo las redes sociales ardían de ilusión, reconocimiento y efusividad ante la llegada al poder de Alexis Tsipras en Grecia. Hoy, a quien se tenía por héroe ha desaparecido de los TT laudatorios, ya no se le dedican ‘memes’ disfrazado de Superman, ni se le concede más allá de un ‘ya lo decía yo’ de algún crítico henchido de gozo o un ‘hace lo que puede’ de quien se compadece de ese brutal choque entre la realidad y el deseo, que ya escribiera Cernuda.
Tsipras, que acaba de afrontar una huelga general convocada por los sindicatos en protesta por su reforma fiscal (que carga la presión sobre las clases medias aunque preserva a los más desfavorecidos) y de las pensiones (las nuevas bajarán hasta el 30% pese a las mayores cotizaciones de trabajadores y empresarios), se estrelló contra el pétreo muro del pragmatismo y con el aún más inflexible de los mandatos de la UE y de los poderes financieros ¿Significa que hay que rendirse sin condiciones? No lo creo, pero al menos sí debería servir para no llamar a engaño. Ya lo dijo un histórico dirigente comunista español: «Quien promete aquello que no puede cumplir no es un revolucionario; es un charlatán». Desde la distancia, y por tanto por mero pálpito, no incluiría a Tsipras entre estos últimos, pero hay que ser muy cuidadoso para que la ilusión no se torne decepción porque, cuando llega de quien no te lo esperabas, el efecto es multiplicador.
La reciente y recomendable lectura de ‘Los Tyrakis’ de Ana Cañil y Joaquín Estefanía, una radiografía emocional y por tanto más cercana de la crisis a través de una familia griega, te acerca al cataclismo que ha supuesto la crisis en el país que alumbró la democracia. En unas situaciones tan límite el advenimiento de un líder puede llegar a ser tan esperanzador al principio como doloroso durante su mandato e incierto para su futuro al final de él. Quien, con esta suficiencia tan al uso y esa superioridad moral que gastan los activistas de salón, te califican de ‘moderado’ por defender lo posible, acaso, en su mayoría, no hayan padecido las estreches suficientes para saber en qué se concreta la supervivencia diaria de muchas familias. Arrogarte ser altavoz de clases sociales que sólo has conocido por los libros de política o por las citas de eminentes intelectuales implica el riesgo de hablar sin saber aunque creas que todo lo que dices queda muy bien cuando sales en televisión.
Desde una perspectiva de izquierda, que ahora parece que vuelve a existir para algunos si de lo que se trata es de aliarse para tocar pelo de poder, quizás lo más progresista no sea comprometer majaderías como no pagar la deuda (algo por lo visto ya olvidado) o conceder una renta a todo hijo de vecino tenga posibles o no. El reto de verdad es dar soluciones concretas y factibles a problemas reales de quienes más soportan la desigualdad social. Todo lo demás, bla, bla, bla… Y en eso, hay que admitirlo, en este país tenemos auténticos maestros.