Iñaki Gabilondo tiene una personalidad compleja y una gran sencillez profesional. Él dice que no es una estrella, sino un artesano del periodismo. Y es verdad. Cuando te habla y te mira, sus ojos brillan con una necesidad primeriza de contar las cosas, de explicar sus inquietudes y de compartir los problemas que observa. Sabe que nuestro oficio, el de los periodistas, «no pretende contar audiencias, sino contar las vidas y las realidades de la gente».
Su carrera siempre ha estado marcada por los sueños y los retos. Empezó a ejercer de periodista en los años 70, cuando en la radio había muchos locutores y una censura previa agobiante. Por eso sabe manejar un código de conducta básico en el ejercicio de su trabajo al que no ha renunciado nunca. Busca la verdad de lo que cuenta todos los días y sabe tomar la distancia necesaria de los hechos para informar manteniendo siempre el respeto necesario con los oyentes y los espectadores.
Se siente un hombre afortunado porque el periodismo le ha permitido vivir -y contar- algunos de los hechos más convulsos de nuestro país. Sabe que con el periodismo se pueden construir los días minuto a minuto, «al mismo ritmo que late el corazón de la gente».
Y, aunque es consciente de que el periodismo está sometido a las severas leyes del tiempo, no quiere perderse nada. Por eso aprende todos los días. Por eso enseña cada vez que te habla.
Vives con un pie en el periodismo de otra época y otro en el que está por venir. ¿Cómo ha cambiado la profesión durante tus 50 años de carrera?
Cuando yo empecé no había libertad de información. Ese era el gran problema de entonces. La comparación entre épocas es complicada, porque el periodismo de entonces y el de ahora ya son dos oficios diferentes. En los años 70 había una esperanza y un deseo de espera, de ver y hacer una información libre. Ahora, el periodismo -como la sociedad en general- está atrapado por la lógica de la economía y de las realidades financieras. Las empresas, los medios, viven preocupados por los combates de supervivencia financiera y sueltan en ellos gran parte de su energía.
¿Se pierden lo importante, entonces?
Se pierden en la dificultad económica que tienen los medios y que obliga a sacar adelante las cuentas. Y entonces surgen los despidos, las enormes cifras del paro, los contratos basura, salarios muy bajos. Y en otros casos pérdida de enviados especiales, corresponsales, equipos de investigación, etc. Hay un esfuerzo por sacar la comunicación adelante, es cierto, y tiene mérito. Pero hace unos años toda la energía -por poca o mucha que fuera- estaba dedicada a la comunicación. Y ahora está centrada en la supervivencia financiera.
El periodismo siempre será un oficio, el de contar las cosas. Parece que la problemática económica y la lucha por la audiencia oscurecen el objetivo clave de esta profesión.
La competencia en la economía y la audiencia forman parte de lo mismo. De la lucha por sobrevivir en una sociedad que se ha convertido en una especie de jungla competitiva y feroz. Mucho más de lo que fue en el pasado. Ahora impera la lucha por la audiencia, por el éxito, por la notoriedad. Es un combate a última sangre, una guerra a muerte. Y esto es nuevo. Forma parte de la nueva sociedad. Los EGM, las audiencias, los datos de share, se han convertido en los nuevos dioses a adorar. Son un factor muy excitador e histerizador para la actividad profesional.
Ante esta problemática, ¿cuál es el código de conducta básico que tiene que tener un periodista?
El código es sencillo. Hay que tratar de ser leal al reglamento y protocolo de la profesión que es conocer, confirmar, comprender y contar. Son lo que yo llamo las cuatro C. Pero en el momento actual, con la gran cantidad de señales que pueden llegarle a un ciudadano a través de, por ejemplo, las redes sociales, el periodista tiene además que tener una especial preocupación por la solvencia y por la ética. Ahora, el espectador tiene millones de medios a los que seguir. Y los medios que fallen, traicionen o engañen, tendrán muy poco porvenir. El código no cambia, pero ahora exige una especial preocupación por ser escrupulosos con los juegos de la decencia.
Parece que algunos medios buscan«estrellas» que sean la imagen y la marca del programa. ¿Se olvida en ese caso el periodismo?
En este momento la sociedad de la imagen está presente en nuestra vida. Todo está lleno de señales y de referencias icónicas. Ahora el espectáculo se impone en muchas ocasiones, como la búsqueda de estrellas, de impacto, de fulgor. Se olvida el periodismo puro y se buscan señales que impacten, aunque duren poco. Es un juego de bengalas que se encienden y se apagan. Forma parte de la actual sociedad en la que nada dura mucho. En la que todo tiene que producir un impacto eléctrico y en el que las intenciones de nuestro oficio, que pretenden cuidar con seriedad la comunicación, se ven debilitadas.
Todo radica en el flash, en el destello.
Ahora se vive como en ataque de hipo. Uno detrás de otro. Solo importa el golpe de impacto para volver inmediatamente la atención. Nada dura nada. Ni siquiera los escándalos, ni las buenas o las malas noticias. Al cabo de muy poco tiempo son sustituidas por otras mejores o peores. Y así se vive. De susto en susto. Y de ese mismo ataque de hipo forman parte las estrellas. Lo que de pronto pueda aparecer más refulgente. Son dificultades para una comunicación que pretenda aportar elementos de juicio para una digestión lenta, porque hay cosas que se han de cocinar a fuego lento y, sin embargo, la vida actual obliga a consumir a gran velocidad.
Una de las cosas para triunfar es saber trabajar en equipo ¿Crees que existe eso que llaman compañerismo en el periodismo?
Sí, existe. Pero está amenazado también. Porque la misma competitividad de la que antes hablábamos, convierte a cada uno en enemigo de sus iguales. Es una especie de competición, de ver quién avanza un metro sobre la cabeza de los demás. Pero sí existe. Además el periodismo tarda muy poco tiempo en descubrir que es una tarea de equipo. Y el compañerismo que se crea es verdadero. El periodismo crea relaciones de amistad, de afecto muy fuertes que duran mucho tiempo. Y además se exhiben con orgullo al decir, por ejemplo, «yo fui del equipo de Hermida». Se tiende a defender con orgullo la pertenencia a equipos, aunque parezca que el tiempo va en otra dirección.
Tú has sido testigo de las etapas más convulsas de la historia de España y de los cambios en esta profesión. Desde la censura hasta la bajada a las trincheras del periodismo de tertuliano y charlatanes. ¿Qué ha sido lo peor?
Lo que recuerdo con más amargura han sido las guerras entre medios. Y las guerras entre compañeros. Este oficio es muy difícil. Yo he tenido mucho éxito, me ha ido bien, soy un hombre afortunado. Pero he tenido que trabajar mucho. Me he levantado a las cuatro de la mañana durante 25 años. Me ha ido bien, sí. Pero nadie lo ha regalado. En cualquier caso, las dificultades de ese estilo no tienen importancia, porque haces algo que te gusta. Lo que yo recuerdo con mayor amargura es la guerra de medios. O la guerra de compañeros, ver profesionales insultándose unos a otros. Aunque ahora se ha suavizado, ha habido años muy fuertes y con guerras entre compañeros muy potentes. Hay personas que en ese tipo de junglas, se manejan. Y otros no. Yo en esos escenarios me descoloco. Y eso es lo peor con mucho. Llevo 50 años de profesión, pero no hay comparación posible. Lo peor es convivir en esa etapa de cainismo de compañeros.
¿Y lo mejor?
Yo, que adoro la radio y que he tenido la suerte de trabajar en un medio importante durante muchos años, colocarte cada día ante un micrófono para poder contar la actualidad es una satisfacción grande. Cada día era una felicidad, cada día era un honor. Y no había esfuerzo ni dificultad que pudiera compararse con la alegría de poder estar haciendo algo que gustaba.
Dicen que el periódico de ayer solo sirve para envolver pescado. Y en esta profesión, lo que haces ayer, hoy no importa. ¿Cuál es la clave para mantenerse durante 50 años a flote?
En este oficio la clave es que confíen en ti. Y que te ofrezcan cosas. Aunque ahora a través de internet puedes construir tus propios caminos. Pero lo primero que hace falta es que alguien confíe en ti y te ofrezca un soporte a través del cual avanzar. Yo he tenido la suerte enorme de tener regularmente una oferta detrás de otra. Y luego, también es importante tener la sensación de que todo día es nuevo. Por ejemplo, yo soy mucho más mayor que tú, pero el día de hoy, ha empezado igual de nuevo para ti y para mí. Igual no me lo sé yo, que no te lo sabes tú. Todo lo que yo sepa de antes que tú no sabes, toda la experiencia acumulada que tengo no me sirve, porque este día nos depara sorpresas, esconde emociones, nos aguarda con cosas que yo no he visto ni he vivido anteriormente.
En el periodismo no te puedes dormir.
Así es. Te mantiene en actividad alta. La radio, en concreto, que opera en horas minutos y segundos, que trabaja en el hoy caliente no te da mucho margen. Desarrollar una actividad que construye cada día de nuevo te mantiene en un estado de juventud constante.
El médico salva vidas. Pero el periodista, al contar historias ¿qué satisfacción encuentra en su trabajo?
El periodista no sólo cuenta historias. El periodista es un historiador contemporáneo que vive la vida en horas, minutos y segundos al mismo ritmo del corazón de la gente. Vivimos con la gente un día que nunca ha existido y que nunca volverá a existir. Este hoy es nuevo. Irrepetible. Está siendo contado y vivido en horas, minutos y segundos al mismo tiempo que lo está viviendo el que lo oye contigo.
Entonces es cierto aquello que decía García Márquez, «el periodismo es el mejor oficio del mundo».
El periodismo es un regalo. Y el periodismo en la radio es un regalo máximo. Te permite ver desde un balcón el cambio de la sociedad española en todos estos años, es una vida regalada. Yo tengo la impresión de que he sido un hombre bendecido, que he tenido la suerte infinita de poder vivir cada día con conciencia y con consciencia de estar asistiendo a un fenómeno cambiante, espectacular, brillante y maravilloso.
De todas las entrevistas que has hecho, ¿con cuál te quedas?
Hay muchas. Ha pasado a la historia una entrevista que le hice a Felipe González en el 1996 en Televisión Española que tuvo ocho millones de espectadores en directo porque era la época del GAL y fue muy dura y muy fuerte. Luego he hecho algunas que para mí tienen importancia, como la de Margaret Thatcher. Pero luego, en el programa de radio que hice, que empezaba muy temprano y duraba hasta mediodía, había tiempos dedicados a la actividad política y también a la música, a los libros, a la vida cotidiana, a la gente, al sexo, al amor, al dolor… Y las entrevistas que más me han impactado tenían que ver con ese mundo. Recuerdo con más emoción el encuentro con la gente común que las entrevistas con grandes figuras de la política, del periodismo o de la literatura.
¿Y esa extraña pareja que forman el periodismo y la política?
Pues están llamadas a vivir en tensión. El periodismo trata de desvelar y la política de velar. La política y el periodismo están condenados a vivir juntos, pero en una relación de antagonismo. Tienen que aprender a vivir manteniendo las distancias. Y el mayor pecado que ha cometido el periodismo y la política en España, como consecuencia de todo lo vivido en la transición que fue una etapa especial y extraordinaria después de 40 años de dictadura, ha sido vivir más cerca de lo debido. Estaban experimentando juntos aquella aventura. Y de eso se desprendió algo que con el paso del tiempo se descubrió que era un inconveniente: que es que el periodismo y la política han vivido demasiado cerca.
Es necesario una distancia de seguridad, entonces.
El periodismo y la política deben vivir suficientemente cerca porque comparten la interpretación de las cosas y suficientemente lejos para mantener la distancia. Yo creo que el periodismo español está ahora alejándose cada vez un poco más de la política para mantener la distancia adecuada. Además, su cercanía había estado vinculada por intereses muy variados. Por ejemplo, antes la política adjudicaba licencias de radio o televisión y eso otorgaba a la política una autoridad y a los medios unas vinculaciones totalmente insanas. A pesar de todo, el periodismo y la política tienen que entenderse como cómplices en una determinada aventura y en posiciones condenadas a vivir un cierto antagonismo.
¿Y sobre el peso de las redes sociales? Parece que el buen periodista es el que lanza antes un tweet de última hora y no el que contrasta la información…
Las redes sociales hay que colocarlas en su sitio. Hay gente que las idolatra, que cree que constituyen la verdad oficial, que no hay parlamento… Y otros desprecian las redes sociales. Son dos miradas completamente equivocadas. Las redes sociales forman parte de una realidad impresionante de nuestra que debe ser observada, considerada y escuchada, pero no es la única realidad. Y desde luego no es la realidad que determina la acción de un país. Hay que atenderlas y considerarlas con atención, pero no puede uno ponerse de rodillas ante ellas.
Decía Juan Antonio Cebrián en su programa La Rosa de los Vientos que el Siglo XXI, «ofrecía muchas cualidades», pero que la que debía imperar «era la cordura» porque «sólo así podría reconducirse la situación». ¿Qué esperas tú para los próximos años en lo que a periodismo se refiere?
El periodismo tiene que entenderse dentro de una realidad social que esta viviendo un cambio vertiginoso. El mundo actual está desmoronándose y está naciendo otra nueva realidad. Y ahí hay un periodismo que muere y otro que nace. Estamos en el medio de este formidable terremoto. Esta conversación está en el medio de ese cambio. Todo está en ebullición. Formamos parte y estamos dentro de una olla que está hirviendo para vivir un cambio muy grande. Para la gente de tu edad, por ejemplo, es el mundo en el que vives. Para mí es el mundo que vivo después de conocer otra realidad que se cae. Lo inteligente es no quedarse anclado, no pensar que lo que viene es un horror. Algunos intentamos, con mayor esfuerzo, entender que no pasa nada, salvo que el tiempo está cambiando a una extraordinaria velocidad. Eso nos sume en el mas absoluto estupor, pero hay que entender que forma parte de la ley del tiempo.