JORGE RUEDA
ROMPER CON EL PARADIGMA
Por Pedro Taracena
Buscando la verdad en la sensualidad y sexualidad patrimonio natural del ser humano.
Sin acudir a principios científicos, por mera observación, los seres humanos recibimos sensaciones de todo aquello que nos rodea a través de los cinco sentidos: la vista, el oído, la lengua y labios, el olfato, los dedos y manos, son ventanas abiertas en nuestro cuerpo para percibir ciertas variaciones sensoriales, que si son positivas nos causan deleite, y si arrastran cargas negativas nos hacen daño. El cuerpo en general puede ser receptor y emisor de una gran carga sensual. Una suave brisa sobre el rostro, la contemplación en una puesta de sol paseando por la playa con los pies descalzos, las caricias de la persona amada, un apretón de manos entre amigos, o una sesión de masaje escuchando simplemente el silencio. Las sensaciones conscientes propiciadas por estímulos propios o ajenos, configuran nuestra sensualidad. Los animales también reaccionan ante cualquier estímulo de acuerdo con claras o veladas muestras de agrado, desagrado o indiferencia. Es evidente que no es preciso ser versado en ciencia, para saber que la sensualidad toma parte del reino animal y es suficiente la simple observación para comprobarlo.
El primitivo instinto de procreación y conservación ha jugado un papel evidente en la evolución de las especies. Además de los cinco sentidos captores de la sensualidad, la naturaleza les ha dotado de la atracción sexual. El macho busca a la hembra arrastrados en época de celo para la copula y de este modo garantizar la supervivencia de su especie. Sin embrago la sexualidad en el ser humano, aunque tenga el mismo fin, es mucho más compleja y se pueden apreciar muchos matices. La mujer y el hombre no están a expensas del periodo de celo como el resto de las especies. El libre albedrío decide cuándo y con qué fin se produce el ayuntamiento sexual. La naturaleza que ha dotado de sexualidad a mujeres y hombres, no está al servicio exclusivo de la procreación. Más aún, la sexualidad enriquece sobremanera la sensualidad que proporcionan los cinco sentidos, de los cuales estamos dotados. Sin profundizar en la antropología del ser humano, se puede constatar que, aunque el aparato genital reproductor de ambos sexos, encuentre su último fin en la procreación, de ninguna forma es exclusivo y excluyente de otras manifestaciones sensuales y sexuales. Esta evidencia promocionada por la naturaleza, no siempre ha sido interpretada por el hombre de este modo.
El paradigma que la historia de la humanidad ha ido diseñando a través de los tiempos, está preñado de influencias decisivas culturales y religiosas. Cuando en este ensayo nos referimos al paradigma, es evidente que esta singularidad encierra una pluralidad. Contaminando los valores naturales de la sexualidad y la procreación; estableciendo que la sexualidad es intrínsecamente mala cuando trasgrede su fin, que es el de la procreación conforme a las leyes naturales.
Muchos son los avatares que han configurado este binomio sexo-reproducción. Para acotar las secuencias en este breve ensayo, podemos tomar el siglo XX en el contexto del mundo occidental, como ejemplo de paradigma más próximo. La célula social que albergaba la venida de la prole, era la constitución más o menos formal, de una futura madre y un futuro padre. El mundo judeo-cristiano y más tarde el islam, introdujeron mandatos de origen divino relativos al uso y abuso del sexo. La sociedad occidental es producto de una religión monoteísta con mucho poder de influencia sobre los pueblos, hasta la segunda mitad del siglo XX. El sexo quedaba relegado al matrimonio religioso y exclusivamente con fines reproductores. Es decir, la institución matrimonial ponía remedio a la concupiscencia, resolviendo la incontinencia sexual. Sobre todo, encaminado a traer hijos al mundo. El placer es una consecuencia que, obtenido al margen de este fin, es pecado. Es reo de culpa y por tanto de condenación, quien practique autocomplacencia en sus zonas erógenas mediante la masturbación. Tampoco le está permitida la práctica coital con intención de evitar la concepción, mediante profilácticos de cualquier tipo o eyaculando en el exterior, lo que se viene denominado, onanismo. Por supuesto toda relación sexual encaminada solamente al deleite sexual, fuera o dentro del matrimonio canónico, está considerada como perversa y mala. Una vez situados en el lecho conyugal, no todo les estaba permitido al hombre y la mujer. Las prácticas al margen del ayuntamiento sexual exigido para que el semen del hombre se deposite en la vagina de la mujer, son consideradas como pecado y contra natura.
Es fácil deducir que la sexualidad y la religión son opciones antagónicas. La religión considera la sexualidad como algo sucio, vicioso y malo. Sin embargo, la abstinencia y el autocontrol se valoran como virtudes y conductas meritorias. La sexualidad al margen de la procreación, es pecado mortal, sin embargo, estas mismas conductas en las sociedades occidentales, se reconocen como derechos intrínsecos de la persona. La evolución de las ideas morales y políticas a través de las épocas ha sido muy lenta, y la separación del poder religioso y el poder político, ha caminado en paralelo acompañados del pensamiento teológico y racional respectivamente. Dando lugar a los estados donde el hecho religioso se reducía al ámbito privado, surgiendo las sociedades laicas. Los estados modernos se dotaron de constituciones laicas o aconfesionales. Como consecuencia de este laicismo sin ataduras religiosas, surgió la libertad sexual que se convirtió en un derecho inalienable de la realización de la persona. Pero en no pocos países el conflicto sigue situado entre la vieja alianza trono altar y el maridaje de facto entre la Iglesia y el Estado. Sobre todo, en las naciones que siguieron la Contrarreforma de la Iglesia Romana, han mantenido y mantienen un reducto nada despreciable de oposición a los valores laicos, ajenos a cualquier confesión religiosa. El caso español es un ejemplo de la influencia de las tesis vaticanas a lo largo del siglo XX, a pesar de dotarse de la Constitución de 1978, con valores laicos y teóricamente aconfesionales.
La libertad sexual, supone la ruptura del paradigma. La sexualidad considerada como un valor positivo marca la mayor ruptura, entre el pensamiento basado en la razón y los principios aceptados por la fe. Donde la sexualidad no entiende de géneros. El hombre y la mujer son iguales y ligados por valores humanos, no divinos. Son libres para desarrollar la sexualidad de forma individual, buscando su propio placer. También entre hombres y mujeres o bien formando parejas del mismo sexo, sin necesidad de establecer ningún vínculo legal. Respetando siempre los compromisos evidentes de respeto, igualdad, libertad y complicidad. Donde nadie es más que nadie, ni menos que ninguno. El fin de las relaciones sexuales no es la procreación. La procreación es una opción. De aquí se deduce que la maternidad no viene impuesta a la mujer. La mujer decide ser madre o no. Y una vez embarazada establece si desea parir o interrumpir su embarazo según las leyes. La maternidad es un derecho, no una obligación. Y el derecho a decidir sobre su propio cuerpo es de la mujer, no del Estado o de la sociedad. La discrepancia sobre si la interrupción voluntaria del embarazo, es un derecho de la mujer o prevalece el derecho a la vida del no nacido, es una discusión que tiene bases morales y religiosas, no científicas.
La libertad sexual nos conduce a la igualdad, esta igualdad no la concede la realidad de ser padres. La igualdad viene dada por el derecho natural reconocido por la Constitución. El ser humano tiene los mismos derechos, sea mujer u hombre. A estas alturas los logros y cotas obtenidas en el derecho a la libertad sexual y en la igualdad en general, se puede afirmar sin lugar a equivocarnos que, en el plano personal, social y legal, sí se ha roto el paradigma. No obstante, este paradigma aún se resiste a desaparecer, pero los argumentos que lo sustentaba están perdiendo fuerza.
Todo aquello que era pecado, prácticas contranaturales que constituían esquemas inamovibles como la familia tradicional, han saltado por los aires. Las prácticas sexuales son una realidad en nuestra vida. Más aún, la sexualidad es el motor del mundo. La sexualidad está presente de forma individual y compartida, hombres con hombre, mujeres con mujeres, mujeres con hombres, formando parejas de hecho o de derecho. Matrimonios mixtos, civiles o religiosos, porque en el caso de los matrimonios religiosos, los hay que no aceptan todos los preceptos canónicos; quedando la ceremonia eclesiástica como un evento social. El erotismo es el amor sensual e impulsor de la sexualidad. Es la capacidad del ser humano para imaginar y crear fantasías que exciten el apetito sexual, y así lograr mayores cotas de originalidad y de placer; evitando la rutina y ahuyentando el tedio. La libido es la fuente del deseo sexual, considerado por algunos sexólogos como la raíz de las manifestaciones de la actividad psíquica. La divinidad Eros, antagónica de Yavé, exalta el amor físico elevándolo a la categoría de sublime. Esta narración poética entra en conflicto con los estoicos planteamientos del paradigma ancestral herido de muerte en nuestros días. Planteamiento prosaico de que el sexo únicamente sirve para engendrar y multiplicar la especie.
Observando los avances y logros sensuales, sexuales, eróticos y por qué no, pornográficos, encontramos que las satisfacciones logradas, han saltado los muros de los lechos amorosos y se comparten con las redes sociales en beneficio de la colectividad. La escuela de la sexualidad es una realidad. Los temas tabúes salen de los armarios de la hipocresía, y alcanzan el valor que nunca debieron haber perdido.
Ahora se habla de las conquistas de la mujer en la consecución de sus orgasmos. En las iniciativas y alternativas, donde no hay nada vedado o vetado. El débito conyugal no doblega a la mujer a ser la sirvienta sexual del hombre. Puede rechazar o demandar solicitudes de su compañero, como el coito anal, el sexo oral o la colocación de un preservativo si así lo desea. La “postura del misionero”, preconizada por la Iglesia, queda fuera del lecho del placer. Hay alternativas venidas de Oriente o de Occidente que son más placenteras y menos dependientes y humillantes.
Si el paradigma se ha roto con la legalización de las relaciones gay, la irrupción legal también de las relaciones lésbicas, han tenido mayor explosión de libertad si cabe, y luchan porque su visibilidad en la sociedad sea mayor hasta alcanzar la normalidad. Al menos en el lenguaje habitual ya no se oculta que el hombre también tiene su punto G. Y que las relaciones entre mujeres, aunque no disponen del falo, pieza considerada esencial en la historia de la humanidad, no son por ello menos placenteras. El falo tiene mucho de mito. Es el símbolo del poder sexual, de la fertilidad como esencia de la procreación, y sobre todo al hombre se le consideraba hombre mientras su miembro viril se hallase en erección. ¡Cuántos fracasos amorosos se han producido por esa petulancia! Mientras el hombre presumía de no se sabe cuántos polvos por unidad de tiempo imprecisa, pocas veces enumeraba los orgasmos que había provocado en su amante. Y mientras su altanería no tenía límites, en los lechos conyugales se acuñaba la frase del orgasmo fingido. El falo también es el símbolo de la sumisión de la mujer ante el hombre, casi por naturaleza.
El paradigma se ha roto, y con él, el mito del macho ibérico. Mito estrictamente español inspirador de dramaturgos y músicos. El pene es el símbolo del sexo, pero no de la sexualidad, y menos de la sensualidad, que interviene todo el cuerpo. Hay hombres que, por razones patológicas, padecen de forma permanente o temporal la disfunción eréctil. ¿Este hombre es un mutilado sexual? No, simplemente tendrá que utilizar otras herramientas de su propio cuerpo. La sexualidad se concibe en el cerebro y a través de las habilidades sensuales puede alcanzar sus ansiados objetivos. A raíz del episodio eréctil un paciente consultaba a su cirujano: “Doctor, ahora que me ha practicado una extirpación radical de la próstata por un tumor cancerígeno, ¿no volveré a encontrarme el punto G? Esto lo decía antes de salir del hospital. En la primera revisión después de la intervención quirúrgica, el propio paciente traía la respuesta. Lo que él creía que provocaba el placer orgásmico, no era la superficie de la próstata, las órdenes procedían de más arriba.
El paradigma ha roto, también, los dogmas y mitos tradicionales. Aquellas personas que se unían en matrimonio soportaban el yugo de la sentencia implacable que decretaba: “Y se unirá el hombre a la mujer y serán los dos una misma carne, hasta que la muerte les separe” Así se comenzaba a vivir en una mentira. Se condenaban a que este yugo les hiciera iguales, no siendo posible y además perdiendo forzosamente su individualidad. Los dos juntos cumplían la condena de hacer lo mismo, aceptando lo mismo y discrepando en lo mismo. Mientras se producía el hecho de que el amor podría no ser eterno. Este concepto perverso de la unión, mataba toda riqueza individual perdiendo la ocasión de complementar la vida en común. Cualquier osadía que intentara salirse del guion establecido, caía sobre el transgresor la sospecha de infidelidad. Este pretendido equilibrio lejos de hacer justicia, favorecía las tendencias de posesión del hombre (activo), y las posturas sumisas de la mujer (pasiva). El amor nada tenía que ver con la procreación y la sexualidad tampoco estaba exclusivamente ligada al amor. El amor, el sexo y la procreación no formaban una misma esencia. Podían coincidir en el tiempo, pero no constituía garantía de permanencia. La venida de los hijos en esa confusión de falsedades conceptuales, encubría evidencias que, de existir, eran temporales o nunca habrían estado presentes, al menos como estaban escritas en los paradigmas ancestrales. El yugo matrimonial a perpetuidad engendraba el machismo que tardaría muchos siglos en considerarse como perverso y negativo, atentado contra la dignidad de la mujer y contra la igualdad. Dejando constancia que: el amor, el cariño, la sexualidad, la sensualidad y la procreación, pocas veces venían juntas como libre opción. Quedando claro que para conseguir la perpetuidad de la especie solamente es necesario el ayuntamiento carnal. Como el resto de los animales.
Antes de continuar sobre las opciones sexuales, es preciso hacer un hueco a la virginidad. El estado virgen tanto del hombre como la mujer, era valorado de forma diferente. El hombre tenía patente de corso para abandonar este estado tan pronto como tuviera oportunidad; encontrando siempre un apoyo en un amigo o en algún familiar. La mujer sin embargo debía ir virgen al matrimonio, de otro modo era rechazada por el posible pretendiente y en otros extremos, si se perdía antes del enlace matrimonial caía una mancha sobre ella y en algunas etnias sobre su familia. La virginidad en la actualidad carece de valor y tan solo en los colectivos creyentes y practicantes, se tiene en cuenta. Actuando más como prejuicio social, que como convicción religiosa o moral. Sobre todo en algunas etnias.
Cuando el paradigma se rompe, se destruye de forma radical, porque es difícil de recomponer y más aún mantener ciertas partes de un todo, granítico y ancestral una vez roto. La libertad se impone y los prejuicios irracionales dan paso a la naturaleza que es todo lógica, mostrándose dócil ante la voluntad del ser humano. Libertad, responsabilidad e igualdad. Todos estos valores no pretenden justificar y argumentar la ruptura del paradigma. No, solamente pretenden observar cómo se comportan la mujer y el hombre cuando no pesa sobre ellos, las imposiciones que contradicen su natural forma de realizarse. Evitemos caer en epítetos como: antinatural, contra natura, aberración sexual, desviación de la conducta humana y otros que califican como negativo todo aquello que es ajeno al paradigma ancestral. Calificativo repetido en este ensayo de forma ineludible. Es evidente que, con ausencia de libertad en las relaciones mutuas de cualquier naturaleza, el abuso de una de las partes sobre la otra y agresiones que violenten la voluntad del otro, nos adentramos en conductas perversas y detestables. Pero mientras obedezcan a decisiones libres y responsables, sin prejuicio de un tercero, el paradigma lejos de recomponerse, seguirá roto para siempre.
Después de esta anotación necesaria, nos adentramos en el interior del paradigma descompuesto y desactivado. Cómo abordar la bisexualidad, la transexualidad, el cambio entre parejas, el llamado mémge á trois, la orgía… Todo ello lo vamos a tratar aquí a partir de la base de que estos comportamientos no contradigan la voluntad de los protagonistas en cualquier variante del encuentro sexual.
Hay hombres que nacieron mujeres y mujeres que nacieron hombres. Es una evidencia incontestable, porque los órganos reproductores son de naturaleza biológica, y los sentimientos y las opciones sexuales emanan de la mente. El género no es exclusivo del órgano genital, es más complejo y se encuentra en lo más profundo de la personalidad del ser humano. El paradigma se rompe porque esta materia no es de índole moral y encorsetar la naturaleza de la persona en un paradigma hecho por los hombres para medir y excluir a los otros hombres, es perverso. Como resultante de esta ruptura la legislación de cada país, tiene en sus manos elevar a legal lo que en la calle es real de índole natural. No ha estado nunca en las manos del hombre o la mujer racionalizar el curso de su propia naturaleza. Bien es verdad que la ciencia está dando respuesta y encauzando estos conflictos personales, de forma satisfactoria.
Otra de las opciones de índole sexual que podemos observar y que corresponde a la vida hecha realidad y tangible, es la bisexualidad. Es decir, aquellos seres humanos que, siendo heterosexuales, sienten también atracción sexual por el mismo sexo. La opción puede presentar conflictos frente a una tercera persona, pero esto no anula la realidad y tan solo se puede valorar como negativo, si se perjudica o engaña el compromiso contraído con otra persona. Pero nunca por cuestiones religiosas o costumbres morales. La bisexualidad es una forma más de realizarse sexualmente. Es una prueba más de que el modelo natural basado en la libertad y en la igualdad, nada tienen que ver con el paradigma impuesto por los dioses, implantado por la clase sacerdotal que se arrogaba la infalibilidad de interpretar la verdad absoluta, al margen de la naturaleza. El placer es naturalmente positivo y la realización sexual un atributo y un derecho.
Después de estos planteamientos que venimos considerando de procedencia natural, es decir la sensualidad y la sexualidad, existen otras realidades las cuales se sitúan en el campo del amor. Como realidad social venimos observando las diversas opciones amatorias, formales, legales, de hecho, o de derecho. Pero siempre contemplando dos sujetos como únicos protagonistas. No obstante, la realidad nos dice que hay quien ha tratado de darse respuesta a la cuestión de tres protagonistas en el juego amoroso, no solamente de forma esporádica, sino establecido que no formalizado de derecho, en una opción de convivencia. Esta práctica minoritaria e innegable en nuestros días, rompe más si cabe el paradigma ancestral. Los hay que lo consideran contra la naturaleza y sus defensores, determinan que es una opción como las demás. Cuando las encuestas que estudian todas estas cuestiones que venimos tratando muy someramente en este breve ensayo, hacen preguntas secretas, espontaneas y libres, todas las opciones naturales posibles salen a la superficie con todos sus matices, es el bagaje cultural el que encorseta los hábitos y costumbres en lo tradicionalmente admitido como único natural y bueno. Pero nada tiene que ver con que esa estructura sea granítica y eterna. Hay libros que han profundizado en estas fórmulas de convivencia basadas en una relación íntima amorosa con tres personas de diferente género, libre, sincera, simultánea, estable y sexual. Donde siempre está presente el consentimiento de todos los integrantes de la unidad amorosa. Estos libros son: El mito de la monogamia. Siglo XXI. Madrid, 2003. Por David Barash y Judith Lipton. O también, Promiscuidad. Editorial Laetoli. Pamplona, 2007.
Aunque este breve ensayo se quede corto a la hora de abarcar la magnitud de la grandeza de la sensualidad y sexualidad humanas, no podemos ignorar las opciones llamadas aberrantes: El triángulo sexual formado por tres personas combinando todas las posibilidades de género, es evidente que no corresponde a ningún estatus social formalizado, pero es una prueba de que existe este tipo de relaciones sexuales. Son opciones libres y privadas, no clandestinas porque quien las lleva a cabo no es reo de culpa. Cualquier práctica sexual por extrema que sea a los ojos de los demás, solamente si quebranta la ley o escandaliza a menores, constituyen una conducta punible. Avanzando hacia los extremos, también toman parte de la realidad las orgías y las bacanales, heredadas sobre todo de los romanos. Como hemos trazado anteriormente, si son privadas, libres y no se denigra a la persona, toman parte de la riqueza que ofrece la capacidad sexual del ser humano.
Antes de que la sociedad en su mayoría hubiera roto el paradigma, que atenazaba los usos y costumbres de índole sexual, se produjeron comportamientos sexuales transgresores del puritanismo imperante. En el ámbito privado se realizaban intercambio de pareja dentro del hábito heterosexual tradicional. Un encuentro que proporcionaba otras alternativas sexuales, eróticas y creativas. Serían pecados para la moral, pero no para el mundo laico.
Nos hacemos eco también de otra sensualidad mucho más sutil e imprecisa. Se trata de la atracción sentida no importa en qué género nos situemos, a la hora de manifestarnos mutuamente cariño, ternura, complicidad, amistad, hermandad, camaradería o compañerismo. En este campo la sensualidad, es decir la expresión espontánea de los sentimientos, está encorsetada en unas formas sociales tradicionalmente etiquetadas ausentes de expresividad. Aunque en los últimos años podemos observar una evolución manifiesta: los hombres y las mujeres se dan dos besos, aunque no sean familiares consanguíneos, y entre hombres se besan sin connotaciones homosexuales. Pero si rompemos el paradigma, rompámoslo en todas sus acepciones. Las muestras sensuales de cariño que se intercambian, por ejemplo, las mujeres entre sí, no se reproducen de forma análoga a la de los hombres. Habría que hacer una reflexión sobre, si el auto control que se imponen los hombres a la hora de manifestar las muestras de cariño o de ternura, obedece a reminiscencias del paradigma de antaño, o bien somos conscientes de que estamos reprimiendo nuestros sentimientos sensuales: abrazos, masajes entre hombres, aplicación mutua de crema solar, un sinfín de conductas que llevan consigo la amenaza de pasar por homosexuales. Advirtiendo, no obstante, que no hemos mencionado los órganos genitales ni las sensaciones sexuales. Además, estas sensaciones conscientes no entienden de género, son comunes al ser humano porque posee los mismos sentidos: ver, oler, gustar, oír y tocar. Para hombres y mujeres y entre hombres y entre mujeres. El resultado de la reflexión, quizás, nos anuncia que estamos renunciando a algo en aras de lo absurdo… Porque hemos atribuido, no solamente conductas de protocolo y cortesía superficial, sino que también hemos reprimido nuestros impulsos espontáneos que contienen sentimientos de alto contenido humanístico. No se trata de romper el paradigma de antaño y reemplazándolo por otro de hogaño. Con este planteamiento lo que se reclama es la espontaneidad emocional, al margen de la opción sexual.
No ha sido fácil para los autores de este breve ensayo, huir de tecnicismos científicos que podrían esterilizar su contenido, pero lo que sí pensamos que se haya conseguido, es presentar negro sobre blanco esta apasionante experiencia humana. Es decir, la sensualidad y la sexualidad que es común a todos los mortales, aunque cada cual tenga su forma de vivirla y compartirla, al margen del paradigma. Paradigma que estos autores reconocen que pesa como una losa sobre todo en las generaciones pretéritas. Aunque ahora tengamos la satisfacción de entregar otra realidad más humana a las generaciones venideras.
Este breve ensayo estaría mutilado si no dedicara unas líneas para aquellas personas que teniendo a su alcance una vida sensual y sexual, renuncian a ella y se consagran a la castidad, más aún a una virginidad perpetua. Hombres y mujeres, todos ellos consagrados a causas religiosas o laicas, bajo un rigor estoico. Este equipo ha tenido la oportunidad de conocer de viva voz a personas que han hecho suya, también, esta realidad. Aunque hay teorías que mantienen que unos se hacen eunucos por voluntad propia y otros son eunucos por una causa transcendental, asistidos por una fuerza que les alivia la concupiscencia. Esta composición CONTEMPLACIÓN, pretendida como un poema, nos hace movernos en la línea divisoria entre el sentir y consentir… Entre la mística y la sexualidad…
LA CONTEMPLACIÓN
El verbo se ha clausurado,
el silencio se hace salmodia
y el trino de los vencejos,
interrumpe la madrugada.
Resaca de noches engolfadas
con las mieles del amado,
droga cotidiana de eunucos,
del infierno escapados…
¡Qué días preñados
de sol y luna!
¡De muerte y vida,
embriaguez y locura!
¡Oh! noches aladas,
colmadas de angélicos aquelarres.
Fiestas vividas en íntimas estancias,
llenas de inconfesables placeres;
sufriendo en las almas,
la divina ausencia.
Bendita incomunicación,
pórtico y flagelo de mi vida,
lecho mortuorio de mis sentidos.
¡No me pidas regresar
de esta locura…!
¡Me atrapó…!
Antes de nacer o antes de morir.
En la aurora o el ocaso.
Siempre o nunca.
¡Déjame que me abandone
en mi afán!
Hora tras hora.
Salmo a salmo,
hasta el final…
MURAL DE CARLOS SANTIESTEBAN