Poco después de aprobarse la Reforma Laboral propuesta por Rajoy, fueron varios los expertos laboralistas que entendían que se estaba propiciando cierta resurrección de los autónomos. La reforma laboral sin duda sirvió para que las empresas soltaran lastre y por tanto pudieran volver a levantar cabeza en vez de cerrar sin más a cal y canto. Esta carga fundamentalmente eran gastos de personal y, de hecho, se facilitaron tanto los despidos, como los acuerdos de sueldos a la baja. De alguna manera se flexibilizaba el mercado laboral español, bien rígido hasta entonces, y eso era una de las pocas medidas estructurales del gobierno del PP postzapatero. Son muchos los que opinan que cuanto más flexible y simple sea el mercado laboral, más crece la economía. Ocurre algo parecido con los impuestos, cuanto más simple sea el modelo impositivo y menos se estruje al contribuyente, sea persona o empresa, más se recauda.
Más tarde vino la medida estrella de ayuda a los autónomos, la llamada ‘tarifa plana de cotización’ y de hecho casi toda la política de apoyo a este colectivo se ha basado en ampliar, en el tiempo y en las condiciones, la aplicación de esta tarifa. La tarifa no es mala cosa, pero no basta. La gran preocupación del autónomo es cuando vienen mal dadas y esto no está nada resuelto. Su cotización no es en absoluto proporcional a sus ingresos y, si cotiza lo mínimo por lo que pueda pasar después, su jubilación es de risa.
No entiendo nada. Da la sensación de que toda medida sobre autónomos rezuma un recelo identificando este régimen con solo querer contribuir menos a la caja común. ¿Por qué no acepta el Estado que el autónomo lo es porque no encuentra trabajo y porque este régimen es el que permite mayor independencia de las contingencias del entorno, y legisla para ayudarle a sobrevivir? ¿Alguien me lo explica?