Los Santos Inocentes
Carlos Miguel Martínez
Siempre que el fotógrafo concibe en su fantasía, una imagen virtual, está escribiendo una página literaria. Las imágenes se convierten en letras y los objetos fotografiados rebasan la realidad. El mar, el cielo, la aurora, el ocaso, abandonan su apariencia real y nos transportan a un sinfín de percepciones. El cielo y el mar abandonan los marinos y cobaltos, para presentar un amanecer enladrillado de estaño o un atardecer abrasivo, como si el horizonte se inmolara en una luminosa hoguera.
Una toma ambiental se convierte en página lírica cuando, el fotógrafo, ha logrado meter en la escena todo lo que no se ve. Recordemos imágenes del fotógrafo francés, Robert Doisneau, de ciertas entradas del metro de París. Lo que menos se contempla es una boca de metro, allí el modernismo de principios de siglo, evoca el París de la Resistencia, el amor, la vida cotidiana. Siempre que contemplemos una porción de los inconfundibles azulejos del suburbano parisino, se producirá una abstracción hacia otras percepciones.
El fotógrafo, como el escritor, en su mundo fantástico, ve muchas más realidades que el objetivo de su cámara. Cada toma fotográfica pasan a ser breves páginas y a veces grandes relatos. Cuando contemplamos una exposición fotográfica, legado de un autor, estamos leyendo las memorias de su época. Todo aquello que fue capaz de ver y que ahora gozamos de su percepción. Es real que lleguemos a contemplar imágenes que él imaginó y que nos transmite a través de las tomas. Pero sólo en el contenido fantástico que desborda la mancha fotográfica. Sobre este aspecto escribe Cees Nooteboom: “Nunca podrás mirar de otra manera que la que miraste entonces en aquel instante solidificado, no podrás dar ningún paso, no podrás quitarle aquel traje de 1923 o 1936, estás clavado como una mariposa, el dedo del fotógrafo te ha atravesado con un alfiler, éste fuiste una vez, ahí y entonces, ¿No querías conservar la imagen? Sólo la imagen permanece”.
El álbum personal y los libros de autor, son auténticos obras narrativas. Cuando estamos ante una obra de arte fotográfico, los comentarios y crónicas de los críticos, poco pueden añadir a las sensaciones vividas por el espectador, en este caso, lector de estas obras. No siempre el mismo fotógrafo es consciente de que es autor de esta realidad, de poemas hermosos y de una lírica desbordante. Sobre el contenido de los álbumes, Cees Nooteboom, añade: “Tres tipos de álbumes de fotos: Los de los demás – los desconocidos -, los de la propia familia y los de las personas que por alguna razón se han hecho famosas; políticos, estrellas de cine, escritores. La primera y la última categoría la imprimimos con ayuda de la segunda”. Es evidente, añade el escritor holandés, que: “Cada álbum de fotos es una novela de la que han sido arrancadas una gran cantidad de páginas, y eso es lo que le confiere precisamente ese carácter extraño y ambiguo. Cuando se trata de nuestra propia novela, nuestra propia historia, esas páginas desaparecidas anidan en nuestra memoria”.
En mi vocación tardía de escribidor, que no de escritor, estoy descubriendo que los fotógrafos escriben, atrapando la luz en su cámara oscura, y sin embargo, nos privan de los textos a través de su pluma. Los tiempos que corren, paradoja de la vida, ponen en nuestras manos una misma herramienta para escribir e ilustrar esta doble manera de expresión artística.
El autor puede bajarse una imagen a su pantalla de ordenador y al mismo tiempo, plasmar sus percepciones. Todo en el mismo dispositivo. De otro modo, estamos condenados al divorcio existente, entre el autor del reportaje y su cronista. En prensa o reportajes de apoyo, es inevitable que el autor presente su obra desnuda, más aún, la crítica didáctica y pedagógica de sus imágenes, no puede faltar. Pero siempre que fuere posible, el fotógrafo no debía renunciar a completar su página literaria.
No pocos autores mantienen que una imagen vale más que mil palabras. La primera lectura de una imagen fotográfica, se percibe en el mundo de las emociones. A veces esta emotividad es tan afectiva que se pierde cualquier otra percepción. Si se supera o abandona esta primera impresión, otras facetas aguardan nuestra atención. Encuadre, contraste, textura, enfoque, contenido. La primera lectura irrumpe en nuestra sensibilidad personal. “Me gusta o me desagrada”. “Me implico o abandono la escena”. Es una visión subjetiva, vista con los prejuicios del observador. Un desnudo femenino o masculino, conquista la sensualidad y sexualidad intima de quien la contempla. Un ambiente de un pueblo, “me llega o no me llega”. Pero si descubro que el pueblo, es el mío y en la calle veo reflejada toda mi adolescencia, entonces, esa imagen invadirá mis emociones. No obstante, superado el momento de nuestra subjetividad, un mundo preñado de fantasías nos espera. Y por supuesto las imágenes nos transportarán donde el autor haya deseado. Y sentiremos lo mismo que el fotógrafo nos haya transmitido. Una escena real nos puede catapultar hacia lo abstracto y unas sombras insinuantes nos pueden hacer vivir lo concreto. Estos planteamientos, nos ayudarán a gozar en la lectura de las imágenes y leer entre líneas, la fantasía de los fotógrafos.
La narrativa de Cervantes nos permite ahora, contemplar las imágenes que fue capaz de plasmar con su pluma. Gran maestro del lenguaje y perfecto fotógrafo de su época. El Manco de Lepanto es narrador y retratista. Acercó el objetivo de su talento al fondo del ser humano y con su gran angular captó el disparate como nadie. Don Miguel con su narrativa utilizó todos los recursos de la fotografía actual. El retrato y el paisaje. El periodismo audiovisual y las crónicas sociales, preñadas de ilustraciones magistrales. Si no hubiera dominado el arte de expresar con el verbo las imágenes que bullían en su mente, los grabadores posteriores, no podrían haber perpetuado los retratos de sus personajes y la sociedad de su tiempo. Con tanta nitidez, textura y profundidad de campo.